Importancia de la relación con el paciente: una perspectiva psicosocial
La salud constituye un problema complejo que requiere el trabajo en equipo de diferentes profesionales que abarquen los campos de la investigación básica y aplicada, la clínica médica, la técnica industrial, la técnica farmacéutica, la zoopatología, la higiene de los alimentos, la ecología, el urbanismo, la ingeniería y arquitectura sanitaria e, incluso, las técnicas de gestión empresarial y económica. Dentro de una jerarquización de estas funciones hay algunas profesiones y actividades más directamente relacionadas con la salud. En este sentido, podrían destacarse como principales las siguientes: Medicina, Farmacia, Enfermería, Fisioterapia, Odontología, Podología, Veterinaria, Óptica y Optometría, Terapia ocupacional, Logopedia, Técnicos Superiores sanitarios (F.P.), auxiliares de salud y socorristas, si bien participan cada vez con mayor entidad los profesionales del campo de las Ciencias Exactas, la Biología, la Física y la Química. Las profesiones citadas en primer lugar son las que tradicionalmente se consideran como sanitarias.
Sin embrago, la salud y la enfermedad no son asunto exclusivamente de los médicos u otros profesionales sanitarios. Son precisamente los propios profesionales los que mejor lo saben, ya que están constatando a diario que enfermedad y salud no son meras cuestiones orgánicas, biológicas, bioquímicas o fisiológicas, sino que son algo más: son también cuestiones psicológicas y sociales y, desde luego, psicosociales. Es más, la enfermedad es algo psico-socio-somático en mayor o menor medida, lo que implica que para ser entendida, explicada, curada y prevenida será necesaria la intervención de los psicólogos sociales, en colaboración, obviamente, con médicos, enfermeras, biólogos, psicólogos clínicos, epidemiólogos, antropólogos, etc.
El enfermo es ante todo un ser social, con fuertes necesidades no sólo físicas y biológicas, sino también psicológicas y sociales. En el proceso de curación de las enfermedades son aspectos totalmente centrales las relaciones personales del enfermo, los procesos de comunicación y los socioafectivos, etc., ya que fue precisamente su ausencia o su disfuncionalidad lo que en gran medida posibilitó e incluso potenció esas enfermedades. Todo ello nos muestra claramente que cada vez es más imprescindible la colaboración de los psicólogos sociales con los profesionales de la salud, ya que, como hemos dicho, los procesos psicosociológicos ocupan un lugar privilegiado en los procesos de salud y de enfermedad, principalmente a dos niveles: Las relaciones interhumanas y los procesos de interacción son básicos tanto para el origen y desarrollo de la enfermedad, como para su futura curación, así como para su prevención.
El propio proceso terapéutico puede ser considerado como un proceso de interacción entre el terapeuta y el enfermo donde van a ser fundamentales algunos aspectos de tal interacción como la influencia social, la persuasión o el cambio de actitudes, temas todos ellos eminentemente psicosociales.
La Psicología Social tiene mucho que aportar al campo de la salud. En efecto, sus trabajos sobre cambio de actitudes, aprendizaje social, atribuciones causales, teoría de la disonancia cognitiva o teoría de la reactancia, por mencionar sólo unas pocas áreas, pueden ser aplicadas eficazmente en este campo, sobre todo para prevenir un gran número de enfermedades como son las , cardiovasculares, el cáncer, etc., que tienen mucho que ver con los. O sea, que la mejor prevención contra tales enfermedades consistirá en cambiar esos estilos de vida. Y para conseguir tales cambios es la Psicología Social la que más útil puede ser de entre las ramas psicológicas. Dentro del campo de la salud, el psicólogo social deberá dedicarse al desarrollo de conductas que pueden estar menos relacionadas con la psicopatología y con problemas sociales de lo que están esos estilos de vida con la enfermedad física o con la muerte.
Así, pues, la tarea del psicólogo social es muy amplia en este campo (tabaquismo, alcoholismo, prevención del cáncer, problemas dentales, efectos del estrés hospitalario, enfermedades cardiovasculares, efectos psicológicos de las operaciones quirúrgicas, cuidados a los pacientes terminales, etc.), pero casi siempre relacionada con problemas de interacción y comunicación (comunicación médico-paciente, entorno social del paciente, etc.) y con los estilos de vida de los pacientes.
Por otra parte, suele reconocerse generalmente que uno de los problemas fundamentales de los actuales sistemas sanitarios en todo el mundo es precisamente la enorme insatisfacción que existe en los enfermos hacia las relaciones personales y los procesos de comunicación entre el médico y el paciente, lo que, a su vez, contribuye fuertemente al otro gran problema de las actuales organizaciones de la salud: poca y/o deficiente obediencia a las instrucciones del médico por parte de los enfermos. Y es que, no es suficiente tratar los síntomas; hay que tratar también todo el ambiente físico, social y emocional del individuo. Tal vez de forma no sorprendente, tales cuestiones son a menudo olvidadas en la sofisticada tecnología de los actuales diagnósticos y tratamientos.
En efecto, los gigantescos avances tecnológicos que han tenido lugar en la Medicina en las últimas décadas, unido tanto a la masificación de los pacientes en ambulatorios y hospitales como a la creciente especialización técnica del personal médico, ha llevado a una paulatina desaparición de los cuidados primarios, lo que, a su vez, llevó en los últimos años, como no podía haber sido de otra manera, a subrayar la importancia de los procesos psicosociales en los cuidados médicos, sobre todo los implicados en las relaciones interpersonales entre el profesional de la salud y el paciente, y en la comunicación entre ambos. Todo lo cual, obviamente, implica incluir los conocimientos y principios de la Psicología Social dentro de la Medicina y, más concretamente, dentro de la llamada Medicina Conductual.
Este nuevo enfoque psicosocial tiene la gran ventaja de ayudar a superar los dos grandes problemas que tiene el sistema sanitario actual y de los que antes hablábamos: la insatisfacción del paciente con sus relaciones con el personal médico y, como consecuencia del anterior, la alta tasa de no obediencia a las instrucciones médicas y de no seguimiento de los tratamientos y regímenes recomendados por el médico. Es decir, que el buen uso de la ciencia social puede reducir los costes de los cuidados médicos mediante la eliminación de los gastos inútiles que resultaban de la falta de cooperación de los pacientes con los regímenes médicos.
De hecho, uno de los elementos más centrales en la curación de un enfermo es precisamente el grado en que sigue las recomendaciones o consejos del médico, lo que supone que los enfermos no reciban todos los beneficios que el cuidado médico les podría proporcionar. Ahora bien, los datos hasta ahora disponibles muestran que tal desobediencia depende en gran medida del grado de insatisfacción que tienen los pacientes con respecto a la comunicación entre el profesional sanitario y el enfermo, insatisfacción que suele ser grande. Además gran parte de la información que el profesional sanitario le proporciona al paciente es pronto olvidada por éste. En suma, pues, el grado en que el paciente sigue las instrucciones del médico dependerá de una serie de factores que de una u otra forma veremos.
Relación profesional de la salud-paciente
Dado que, como hemos visto, la enfermedad es psicosociosomática, las relaciones personales del paciente con los profesionales de la salud que le atienden va a ser un elemento crucial en el proceso de curación de la enfermedad, hasta el punto de que a veces tales relaciones van a ser más determinantes para la curación del enfermo que cualquier otra variable como el tipo de tratamiento aplicado, la competencia técnica del profesional, etc. Y es que cada vez más los pacientes esperan de sus médicos que les dediquen tiempo, que les presten atención, y que se interesen por ellos como personas, es decir, les piden una mayor implicación humana en sus relaciones interpersonales con ellos. De ahí que no nos debiera extrañar el hecho constatado de que la insatisfacción con la Medicina en Estados Unidos es más fuerte justo cuando los médicos tienen a su disposición la tecnología médica más poderosa que el mundo jamás haya visto. Y es que, los médicos suelen ser seleccionados y formados en las Universidades exclusivamente en función de sus habilidades científicas y sin tener en cuenta sus habilidades interpersonales, tan necesarias, como luego veremos, para cumplir satisfactoriamente sus tareas. Además, ello se agrava por el hecho de que a menudo los médicos poseen una visión muy estrecha de lo que es lo "científico", como si estudiar los aspectos psicológicos, sociales y psicosociales de la enfermedad y de los enfermos no fuera científico. Por el contrario, lo que realmente no sería científico sería ignorar estos aspectos tan centrales en el enfermar humano, como ya el propio Hipócrates ponía de relieve en el Siglo IV a.C. cuando subrayaba la importancia de la relación entre el médico y el paciente al afirmar que "el paciente, aunque consciente de que su estado es peligroso, puede recuperar su salud simplemente a través de su satisfacción con la bondad del médico". De ahí que, independientemente del tratamiento que utilice, el terapeuta (principalmente el psicólogo clínico o el psiquiatra, pero también el médico o la enfermera) será considerado como competente, útil y necesario por su paciente en la medida en que desempeñe exitosamente el papel de amigo y le proporcione el tipo de apoyo a la personalidad que los amigos suelen dar.
Resulta inapropiado pensar acerca de los efectos de ciertas medicaciones o procedimientos médicos, tales como la biopsia, intervenciones quirúrgicas o características del cuidado pre y post-operatorio, sin que, al mismo tiempo, se tengan en cuenta los aspectos interpersonales de dichos procedimientos. Ignorar estos factores no es sólo un error de ética o de cortesía: es un error científico y la evidencia en apoyo de este punto de vista se está acumulando rápidamente.
Casi todas las sociedades han definido de forma precisa el rol y el status que corresponde tanto al enfermo como a sus cuidadores. Y en nuestras sociedades occidentales contemporáneas el rol que se le asigna al médico conlleva un alto prestigio, status y poder, mientras que el rol de enfermo implica obediencia, sumisión y docilidad. Así pues, el rol de enfermo conlleva un fuerte carácter de pasividad/dependencia, de forma que el enfermo, al aceptar e internalizar tal rol, acepta también la necesidad de que le ayude un profesional. De esta manera, será el médico el que lleve la iniciativa y el que ostente el poder en la relación entre él y su paciente.
Entendida en sentido amplio, toda relación entre el profesional de la salud y el enfermo puede ser considerada como una forma de comunicación, pudiendo definirse ésta como sistema de envío y recepción de señales. En línea con lo que acabamos de decir, han sido muchos los estudios cuyas conclusiones apuntan a que con frecuencia la ineficacia médica se debe, como veremos mejor en el próximo epígrafe, a la ausencia de una comunicación adecuada entre el profesional de la salud y el enfermo. Por ejemplo, se ha encontrado que el 60% de los pacientes comprendían erróneamente las indicaciones verbales del médico referentes a cómo se debían tomar los medicamentos. De otro lado, una adecuada comunicación médico-paciente no es en absoluto independiente de los lazos afectivos entre ambos, principalmente si tenemos en cuenta la situación de dependencia emocional en que suele encontrarse el enfermo. En consonancia con ello, en los últimos años una importante cantidad de investigaciones sociopsicológicas han comenzado a examinar la importancia del lado emocional de la relación médico-paciente. Una breve revisión de la literatura señala la poderosísima influencia de esta dimensión sobre la cooperación del paciente con las instrucciones médicas, y sobre las consecuencias reales del tratamiento. Son muchos los estudios que muestran que los pacientes desean ante todo una buena relación y una comunicación eficaz con sus médicos, lo que produce en ellos, cuando se dan, una gran satisfacción con los cuidados médicos que reciben, satisfacción que ayuda poderosamente a reducir la ansiedad y el estrés en el enfermo, reducción que, a su vez, sería uno de los más importantes mecanismos intermedios que explicaría la fuerte relación, a primera vista un tanto extraña, existente entre la relación interpersonal, la comunicación y la transmisión de afecto por un lado, y la mayor eficacia médica, por otro. Una prueba de lo que acabamos de decir la constituyen los datos siguientes: el 64% de una muestra de mil familias urbanas americanas afirmaban que su mayor satisfacción con los cuidados médicos se refería precisamente a la relación médico-paciente que ellos habían vivido.
La mejor forma de hacer profesional de la salud más eficaz interpersonalmente será a través de un adecuado entrenamiento en habilidades sociales, fundamentalmente en alguna de ellas como la capacidad de empatía, las aptitudes de percepción social, las habilidades verbales y las capacidades de comunicación no verbal, habilidades todas ellas de carácter claramente interpersonal. En conclusión, pues, podemos decir que la clase de relación que se establezca entre el personal sanitario, principalmente el médico, y el enfermo va a ser central en numerosas variables relacionadas estrechamente con la salud del paciente, y entre esas variables podemos destacar algunas como la satisfacción del paciente, su cooperación a la hora de seguir las instrucciones médicas, etc. Es decir, que un profesional de la salud que deseen que su labor sanitaria sea eficaz, ante todo deberán preocuparse por establecer unas buenas, humanas e incluso amistosas relaciones con los pacientes, tratándoles como personas, preocupándose por sus problemas, atendiendo a sus necesidades psicológicas y sociales, ocupándose por conocer su contexto social, etc. Y en este proceso de relaciones positivas con el paciente, un factor crucial va a ser precisamente la existencia de una buena comunicación entre el profesional de la salud y el paciente.