Nacimiento de la medicina científica: Un origen tardío

Al tiempo que los progresos transformaban el medio de actuación del hombre, tenía lugar otro de importancia todavía mayor: el comienzo de la medicina científica. La razón de que no se iniciara hasta tan tarde fue que la constitución de los organismos vivos es mucho más complicada que la del más complejo sistema mecánico o químico, y éstos deben comprenderse muy bien antes de que sea posible abordar los problemas que plantean los organismos.

La medicina ha existido como una profesión misteriosa desde los mismos orígenes de la civilización, pero a pesar del progreso en el conocimiento de la anatomía y la fisiología, tanto en la época antigua como en la moderna, el médico poca cosa más podía hacer que aliviar el dolor, mitigar la ansiedad de los pacientes y predecir con mayor o menor exactitud los progresos de la enfermedad. Como los seres humanos se recuperan de un modo natural de muchas enfermedades, los cuidados prestados por el médico eran generalmente retribuidos. El formidable aparato de drogas que integraba la farmacopea se había compilado parcialmente a partir de las sustancias simples de la medicina antigua, basada en una mezcla de magia y medicina popular, y en parte de las drogas metálicas de efectos más violentos introducidas por Paracelso en el Renacimiento. Casi todas ellas eran inútiles.

Aquí y allá, por ejemplo, con el empleo de la quinina para la malaria y de la vacunación contra la viruela se habían descubierto algunas pocas medidas preventivas específicas que habían tenido éxito en virtud de afortunados accidentes, pero la falta de una experimentación o de una teoría adecuada hacía imposible su generalización.

Los descubrimientos se suscitaron inicialmente de la aplicación de la química a las antiguas industrias biológicas de la fabricación de cerveza y elaboración del vino, cosa que permitió entender por vez primera que algunas enfermedades mortales, como el carbunco, la hidrofobia, el cólera y la peste, son resultado de la invasión del cuerpo por organismos vivos que provienen del exterior (ver Pasteur y Koch), revelando incluso de prevenir el contagio. A partir de entonces, y al menos en principio, estaba abierto el camino para el dominio de la enfermedad. En sus primeros estadios se demostró que el mismo hombre, mediante el empleo de la ciencia, podía superar lo que siempre había parecido ser la ciega malquerencia del destino o una providencia inescrutable que estaba fuera de su control. Solamente con esto la ciencia se justificaba a sí misma. Pero las ventajas reales de la nueva ciencia médica consistieron en poner todavía más de relieve las condiciones de la pobreza industrial o colonial que subyacía y al propio tiempo sostenía una civilización que en la superficie parecía tan rica y poderosa. Las causas radicales de la enfermedad no eran los gérmenes, sino las condiciones que les obligaban a subsistir y difundirse, sin que vacuna o suero alguno pudiera combatir este mal, tan endémico como el sistema económico mismo.