Las sanguijuelas en medicina
Antiguamente las sanguijuelas eran recogidas en los ríos por mujeres que se introducían en el agua y esperaban a que estos animales se adhiriesen a su piel. Las sanguijuelas fueron ampliamente utilizadas hasta el siglo XIX como remedio para todo; se decía que sacaban del cuerpo los «vapores del demonio». En realidad no era más que una forma de reducir los hematomas, las inflamaciones y las tumefacciones.
Las sanguijuelas se alimentan adhiriéndose a la piel y realizando una incisión triple. Se cree que inyectan así un anestésico -cuando la sanguijuela se adhiere se síente sólo un ligero dolor- y un anticoagulante para prevenir el colapso de los capilares sanguíneos.
A medida que la sangre pasa por su boca, van añadiendo más anticoagulante. Se alimentan con gran rapidez, llegando a multiplicar su peso por ocho; luego deshidratan la sangre y la almacenan durante largos períodos sin que ésta se descomponga: los glóbulos rojos, los anticuerpos e incluso las bacterias pueden volverse a aislar seis meses después de su ingestión.
A pesar de haber sido sobradamente superadas por los nuevos fármacos, las sanguijuelas siguen aplicándose todavía en la actualidad. Se utilizan para reducir los hematomas perioculares que impiden la visíón y para estimular el flujo sanguíneo en los injertos de piel tras una operación de cirugía estética. Algunos cirujanos plásticos de Inglaterra las utilizan actualmente para tal fin. Las sanguijuelas, una vez aplicadas sobre la piel, se alimentan durante 20 minutos, para luego permanecer de seis a doce meses sin volver a hacerlo.