La medicina griega: Hipócrates

HipócratesLa medicina griega contribuye de manera importante a una coherente imagen científica del mundo. En ella crecen dos ramas, una empírica y otra filosófica, que han persistido desde entonces. La medicina griega, como la matemática, continúa ininterrumpidamente la de las antiguas civilizaciones. Los médicos griegos parece que han pertenecido a los asclépidas, o clan de Asclepio, dios de la medicina, uno de los clanes o gremios de trabajo. En el juramento hipocrático tenemos una reliquia bien conservada de una ceremonia de adopción del clan por la que se contraían determinadas obligaciones respecto de los demás miembros y sus familias, aún observadas hoy. Así, en una cláusula se dice:

«Impartiré por precepto, por la lectura y por cualquier otro medio de enseñanza, y no sólo a mis propios hijos, sino también a los hijos de quienes me han enseñado y a los discípulos obligados por el pacto y el juramento según la ley de los físicos, pero a ningún otro.»

En Grecia, como en las antiguas civilizaciones, el médico tenía algo de aristócrata y trataba principalmente a la gente poderosa. El tratamiento de las personas corrientes quedaba en manos de viejas y charlatanes que empleaban los tradicionales remedios mágicos.

El primer impulso de la medicina griega va asociado a la casi legendaria figura del físico Hipócrates de Cos. El llamado cuerpo hipocrático es una masa de tratados médicos escritos seguramente entre los años 450 a 350 a. C., y su tono es decididamente clínico. Se piensa que la medicina es el arte -techné- de curar a los enfermos. El más conocido aforismo de Hipócrates tenía por objeto advertir a los médicos que no debían alimentar a los pacientes cuando éstos tenían fiebre. Al respecto, en uno de los textos que se le atribuyen, podemos leer:

«La vida es corta y el arte largo; la ocasión, fugaz, el experimento, peligroso y el juicio, difícil. Así, no sólo debemos estar preparados para cumplir con nuestro deber, sino que también deben cooperar el paciente, los ayudantes y las circunstancias externas.»

Cada caso se considera en atención a sus características propias, pero la opinión sobre él se basa en la observación de casos parecidos. En esto sigue la tradición de los médicos egipcios. No menciona las causas o curas de la enfermedad de tipo mágico o religioso, e Hipócrates va mucho más lejos renunciando explícitamente a estas causas. Así, en el pasaje sobre la enfermedad «sagrada», la epilepsia, leemos:

«Me parece que la llamada enfermedad sagrada no es más divina que cualquier otra. Tiene una causa natural, al igual que las restantes enfermedades. Los hombres creen que es divina precisamente porque no la conocen... En la Naturaleza todas las cosas son iguales en que pueden reducirse a las causas precedentes.»

La escuela de Cos es, por otra parte, igualmente intolerante en la aplicación de la filosofía a la medicina. En La Medicina Antigua (cuyo autor puede ser el sofista Protágoras) encontramos lo que sigue:

«Quienes intentan discutir el arte de curar basándose en un postulado – frío, calor, sequedad, humedad o cualquier otra fantasía –, limitando así las causas de la enfermedad y la muerte de los hombres a uno o dos postulados, no sólo están claramente equivocados sino que deben fustigarse especialmente porque están equivocados acerca de lo que es un arte o una técnica, y precisamente una que utilizan todos los hombres en las crisis de su vida, honrando altísimamente a los practicantes y artesanos de ese arte cuando son diestros.»

Pese a esta denuncia, el uso de postulados filosóficos tendía a aumentar en la medicina e incluso encontramos esta tendencia en los escritos hipocráticos. Tal cosa derivaba en parte del nacimiento de los estudios anatómicos y fisiológicos. Un discípulo de Pitágoras, Alcmeón, aprendió, mediante la disección, algo acerca de la función de los nervios y se atrevió a afirmar que el cerebro, y no el corazón, es el órgano de la sensación y del movimiento. Este hecho puede haber sido conocido prácticamente por los cazadores primitivos, pero todavía era negado por los médicos dos mil años después.

Las doctrinas más místicas encontraron aceptación con mayor facilidad. Otro pitagórico, Filolao, formuló la doctrina de los tres espíritus o almas del hombre: los espíritus vegetativos, que comparte con todas las cosas que crecen, situados en el ombligo; el espíritu animal, compartido únicamente con las bestias, que da la sensación y el movimiento, situado en el corazón, y el espíritu racional, poseído únicamente por el hombre y localizado en el cerebro. Estos espíritus dominaron la fisiología y la anatomía durante siglos, impidiendo al hombre usar la evidencia de sus sentidos, hasta que la moderna Medicina Científica acabó con ellos.

Entre las obras más importantes de la Corpus hippocraticum (cuerpo hipocrático) está el Tratado de los aires, las aguas y los lugares (siglo V a.C.) que, en vez de atribuir un origen divino a las enfermedades, discute sus causas ambientales. Sugiere que consideraciones tales como el clima de una población, el agua o su situación en un lugar en el que los vientos sean favorables son elementos que pueden ayudar al médico a evaluar la salud general de sus habitantes. Otras obras, Tratado del pronóstico y Aforismos, anticiparon la idea, entonces revolucionaria, de que el médico podría predecir la evolución de una enfermedad mediante la observación de un número suficiente de casos.

La idea de la medicina preventiva, concebida por primera vez en Régimen y en Régimen en enfermedades agudas, hace hincapié no sólo en la dieta, sino también en el estilo de vida del paciente y en cómo ello influye sobre su estado de salud y convalecencia. La Enfermedad Sagrada, un tratado sobre la epilepsia, revela el rudimentario conocimiento de la anatomía que imperaba en la antigua Grecia. Se creía que su causa era la falta de aire, transportada al cerebro y las extremidades a través de las venas. En Articulaciones, se describe el uso del llamado banco hipocrático para el tratamiento de las dislocaciones

El Juramento hipocrático, antiguo juramento realizado por los médicos en su ceremonia de graduación. Este código se atribuye a Hipócrates. Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que el juramento puede ser originario de los pitagóricos del siglo IV a.C. Como código de comportamiento y práctica prohibe a los médicos, en su forma original, la realización de abortos, eutanasia o cirugía; se exige también promesa de no mantener relaciones sexuales con los pacientes y guardar secreto profesional de las confidencias que éstos hagan.

A pesar de que algunos principios postulados en el juramento hipocrático siguen vigentes, como la importancia de la confidencialidad y el mantenimiento del principio de justicia con el paciente, otros aspectos carecen hoy de interés. Muchos médicos respetan el derecho de elección de la mujer a tener el feto o abortarlo siempre y cuando las leyes de cada país lo permitan, y en algunos países (por ejemplo, Holanda) la eutanasia es aceptada en determinados casos extraordinarios. Para la gran mayoría de los médicos carece de significado realizar el juramento en nombre del médico Apolo, Asclepio, Higía (Hygiea), Panacea y todos los dioses y diosas. Por estas razones hay juramentos alternativos: La Declaración de Ginebra se adoptó en 1948 en la segunda asamblea general de la Asociación Médica Mundial.