La doctrina de los cuatro humores: Empédocles
La doctrina de los cuatro humores fue la más persistente y perjudicial para la teoría y la práctica de la medicina, habiendo sido establecida por primera vez por Empédocles. Éste fue tan médico como filósofo y, naturalmente, introdujo sus ideas cosmológicas en su teoría médica. Consideraba que los mismos cuatro elementos o «raíces de las cosas» de que está hecho el universo deben encontrarse en el hombre y en todos los seres animados. Para él, siguiendo probablemente modelos míticos más antiguos, el hombre era un microcosmos, un pequeño mundo, que modelaba en sí mismo el macrocosmos o gran mundo. Los cuatro elementos del mundo fuego, aire, agua y tierra se equiparaban a los cuatro humores del cuerpo: sangre, bilis, flema y bilis negra. Éstos eran también los cuatro colores sagrados de la alquimia: rojo, amarillo, blanco y negro. Según el que era predominante, el hombre era sanguinario, colérico, flemático o melancólico. Esto condujo a todo un sistema médico aparentemente racional que durante siglos se superpuso al arte práctico de la medicina de la escuela hipocrática original. En esta teoría el tratamiento se dirigía a restaurar el adecuado equilibrio de los elementos controlando dos pares de cualidades opuestas, calor y frío, humedad y sequedad, que determinaban los elementos. El fuego era caliente y seco; el aire, caliente y húmedo; el agua, fría y húmeda; la tierra, fría y seca. Si un hombre tenía fiebre es que necesitaba más frío; si tenía escalofrío, necesitaba calor. Es fácil ver que estas teorías no tienen relación alguna con los hechos de la fisiología y que difícilmente podía tener buenos efectos la práctica médica basada en ella. Desafortunadamente, pese a sus cuidadosos estudios clínicos, la escuela de Cos no estaba en situación de prescribir tratamientos eficaces. Era excelente en el diagnóstico y confiaba en el paciente y en el poder curativo de la Naturaleza si no se le daba un tratamiento violento o inadecuado. De acuerdo con su profesión, los médicos preferían una doctrina que les diera mayor participación en la curación y que exaltara su arte en una filosofía digna de ser seguida por lo mejor del pueblo.
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