La gran preocupación que sentimos frente a la pérdida de la salud se fundamenta en la evidencia de que ningún ser humano deja de padecer una enfermedad en algún momento de su vida. Por ello, todos los esfuerzos de la Medicina y de la higiene se centran en conseguir la disminución de la frecuencia con que se padecen los procesos patológicos (enfermedades) y en obtener una rápida y eficaz curación, cuando ello es posible, tras su aparición.

La morbilidad general, esto es, la proporción de personas que enferman en un lugar y tiempo determinados, suele ser –pese a todos los esfuerzos realizados- muy alta. A lo largo de un año enferman entre el sesenta y el cien por cien de las personas que habitan en una zona. De estas personas, aproximadamente la mitad demandan asistencia sanitaria de una forma u otra; el resto, considerando leve su afección, no recurre al médico, limitándose entonces los cuidados al reposo y la aplicación de remedios domésticos. Sin embargo, hay que decir que esta última actitud no es recomendable, pues se corre el riesgo de que síntomas aparentemente leves puedan ser el comienzo de una afección verdaderamente grave.

Los factores que determinan la salud y, por tanto, la enfermedad son muy variados. Unos dependen de la persona y otros del medio en el que esa persona está inmersa. Estos factores se relacionan entre sí y son los siguientes:

Factores biológicos.

Factores ambientales.

Estilo de vida.

Atención sanitaria.