1.1. La verdad según los datos históricos

Actividad de lectura

Si bien mi padre no era ni filólogo ni arqueólogo, tenía él una gran pasión por la historia de la Antigüedad; con frecuencia me contó con cálido entusiasmo del trágico ocaso de Herculano y Pompeya, y podría haberse contado entre los hombres más felices que disponían de suficiente tiempo y medios para visitar las excavaciones que allí se habían efectuado. Con frecuencia me contó admirado las gestas de los héroes homéricos y los sucesos de la Guerra de Troya. Él siempre encontró en mí un ferviente defensor de la causa de Troya. Yo le preguntaba con aflicción cómo podía Troya haber sido destruida de tal forma que hubiera desaparecido sin dejar rastro alguno bajo el suelo. Pero cuando las navidades de 1829 mi padre me regaló a mí, apenas un niño de ocho años, la Historia del Mundo para niños del doctor Georg Ludwig Jerrer, y encontré en el libro una ilustración de Troya ardiendo, con sus prodigiosos muros y sus puertas Esceas, Eneas huyendo y llevando a su padre Anquises en la espalda y al pequeño Ascanio de la mano, grité lleno de alegría:

"!Papá, te has equivocado! Jerrer ha tenido que ver Troya, si no nunca la habría podido dibujar". "Hijo mío", me contestó, "eso solo es una imagen inventada". Sin embargo, a mi pregunta de si en aquel entonces los muros de Troya eran realmente tan fuertes como los del dibujo, contestó afirmativamente. "Papá", le dije entonces, "si esos muros estuvieron allí no pueden haber desaparecido, sino que estarán cubiertos bajo el polvo y los escombros de siglos y siglos". Él se opuso a mi idea, pero yo permanecí fiel a ella y al final nos pusimos de acuerdo en que yo algún día desenterraría Troya.

A alguien cuyo corazón está lleno, ya sea de alegría o de dolor, le urge la expresión de estos sentimientos, especialmente a un niño: así ocurrió que yo no podía hablarles a mis amigos de la pandilla de nada que no fuera Troya y sus misteriosos y maravillosos objetos, que por seguro había en abundancia en nuestro pueblo. Todos se rieron de mí, hasta que dos chiquillas, Luisa y Mina Meincke, las hijas de un arrendatario de Zahren, un pueblo que estaba aproximadamente un cuarto de milla alejado de Ankershagen; la primera tenía seis años, la segunda tenía mi misma edad. Ellas no pretendían ridiculizarme, al contrario: siempre escuchaban atentamente mis asombrosas historias. Mina era la que mostraba la mayor comprensión, la más solícita y fervorosa respecto a mis impetuosos planes de futuro. Así creció un gran afecto entre los dos y con una candidez infantil nos juramos amor y fidelidad eternos.

Fragmento de la Autobiografía de Heinrich Schliemann
Del capítulo Infancia y carrera comercial: 1822-1866

Heinrich Schliemann Plano de Troya las joyas de Helena
Busto de Heinrich Schliemann Plano de Troya II Las joyas que Schliemann creyó de Helena
Fotografías de creación propia tomadas en el pequeño museo del palacio de Charlotenburg (Berlín)
Probablemente el padre de Heinrich solamente daba la razón a su hijo como cualquier padre que cuenta un cuento a sus niños y no les dice enseguida que les ha contado algo que en realidad no es cierto. Recordarás quizá el papel que jugó Schliemann en la historia de la arqueología y, sobre todo, en el reconocimiento de la verdad histórica que subyace a los poemas homéricos.
      • ¿Cómo fue, en líneas generales, la vida de este hombre asombroso?
      • ¿Cuáles fueron sus descubrimientos y qué trascendencia tuvieron?