2. La escultura romántica

Algunos autores románticos—algún escritor, como por ejemplo Gautier—sostuvieron que la escultura era el arte que menos se prestaba a encarnar la idea romántica, quizás porque la escultura hasta ese momento había sido básicamente naturalista y no eran capaces de pensar otra forma de modelar. Sin embargo, los hechos desmentirán esa tesis, pues la expresión de los sentimientos, la libertad creativa y la imaginación (llámese lo irracional o como se le quiera llamar)—los tres ejes en torno a los cuales gira el movimiento—alcanzará plenamente a la escultura, que se alejará del neoclasicismo para buscar su inspiración quizás en el otoño de la Edad Media. Nuevas formas de modelar, nacidas de una nueva forma de mirar, harán posible que la escultura exprese de manera extremadamente efectiva las claves románticas. De hecho, resulta incluso fácil reconocer la escultura romántica, pues es netamente diferente, aunque beba de la tradición, de la hecha en los siglos anteriores. Podría decirse sin temor al error que con la escultura romántica lo interior—el alma—aparece abruptamente, con vigor, en la superficie: ésta es la que nos entrega la profundidad. Así, veremos que la superficie deja de ser lisa para transformarse en un borbotón de materia que, aunque figurativa aún, es capaz de expresar lo que a veces las palabras sólo pueden sugerir.

 El beso,
Rodin. Imagen bajo Dominio público en Wikipedia.