Si me dan a elegir, prefiero un orador preciso a un orador florido.
Manuel López Muñoz. Universidad de Almería
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Lisias. Recinto de la Heliea. Ágora de Atenas Imagen de Mailema en Flickr. Licencia CC |
En la democracia radical que surgió en la primera mitad del siglo V a.n.e., uno de los derechos más importantes era la isonomía (igualdad de todos los ciudadanos ante la ley). Todos los ciudadanos tenían el derecho, pero también la obligación, de ocuparse de su propia defensa ante un tribunal popular. Los crímenes y delitos eran juzgados ante un tribunal que contaba con un número muy amplio de jurados (201 como mínimo), que eran elegidos por sorteo entre los ciudadanos de la polis. Tanto acusadores como defensores tenían que exponer sus posturas sin mediación de abogados, a no ser que se diera uno de los siguientes motivos: incapacidad física, ser extranjero (meteco), esclavo o mujer. No existía la figura de un juez que interpretara la ley escrita de la ciudad, que adoctrinara o que llamara la orden a los jurados. El jurado era el juez y tenía la atribución absoluta de interpretar tanto la ley como el hecho en sí mismo. Al comienzo del sistema, a mediados del siglo V a.n.e., no existía posibilidad de examinar previamente las pruebas a favor o en contra por parte de los litigantes. Hacia el primer tercio del siglo IV a.n.e. se permitió que tanto el testimonio de los testigos como las pruebas fueran presentadas previamente por escrito. Antes de que este procedimiento se pusiera en práctica, los oradores tenían que estar preparados para prever posibles argumentos o para reaccionar en el momento. La existencia de estas duras condiciones explica la necesidad que tuvieron los ciudadanos de contar con un sofista o un orador que les enseñara los rudimentos del arte de la retórica. Solo a partir de finales del siglo V a.n.e. surge la posibilidad de un intermediario, el logógrafo, que era un orador profesional que, teniendo en cuenta el talante y características personales de quien tenía que pronunciar el discurso, elabora una intervención con los datos disponibles. El logógrafo más importante fue Lisias. Lisias llegó a escribir doscientos treinta y tres discursos, de los que sólo conservamos unos treinta.
Estructura de un discurso:
- Proemio o introducción que incluye la "captatio benevolentiae".
- Exposición de los hechos.
- Presentación de los argumentos a favor y en contra.
- Conclusión
Características:
- Son por lo general breves, escritos al estilo del ático más puro, pero llenos de sencillez y claridad de ideas.
- Tratan de los asuntos privados de sus clientes.
- Pintan con gran dinamismo y espontaneidad los caracteres de los personajes a los que se alude.
- Están muy ajustados a derecho, campo en el que Lisias se muestra hábil y experto conocedor.
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