3. Las estampas japonesas.
Quizás para los occidentales—fundamentalmente franceses—la pintura japonesa fue un descubrimiento en el siglo XVIII, pero eso sólo revela la prepotencia de una cultura que empezaba a perder sus raíces. ¿No dijo Voltaire que el Siglo de Oro Español era Velázquez y poco más? Ciertamente, los europeos estaban interesados por razones económicas por Japón, aunque sería un cañonero de los EEUU, dirigido por el Comodoro Perry, los que forzarían la apertura económica de Japón. A lo largo del siglo XIX las intervenciones europeas (alemanas, francesas e inglesas) y estadounidenses se multiplicaron y, así, se entró en contacto con una cultura milenaria.
En Japón han existido escuelas de pintura desde tiempos inmemoriales, pero sólo en el siglo XIX empezaron a circular por Europa paisajes japoneses, que ellos llamaban ukiyo-e, algo que parece significar pinturas del mundo flotante (o del mundo efímero), porque pretendían, y consiguieron, detenerse en captar los instantes fugaces—una de sus muchas relaciones con la pintura europea de finales del siglo XIX. A la influencia de la pintura japonesa (en la que la caligrafía era muy importante) en Europa se la suele llamar japonismo. Sin embargo, las pinturas ukiyo-e tienen un significado relevante en la cultura japonesa mucho antes de ejercer su influencia sobre los artistas europeos. Los temas cambiaron con el tiempo (y con la censura de las autoridades, pues, por ejemplo, se prohibieron durante tiempo los desnudos y las escenas de sexo), pero en general estaban centrados en la vida cotidiana de las gentes y de la naturaleza que les rodeaba. Así, a veces con humor, se pintaba la vida de los trabajadores, a la gente acelerando el paso bajo la lluvia, los paisajes floridos de primavera, el gesto de los actores en un instante, las hojas de los árboles acariciadas por la brisa, la blancura de la flores de los cerezos o la luz que se apaga…En todos estos temas el tratamiento es fundamental, pues lo que se buscaba era la belleza eterna pero efímera, flotante, ese presente eterno tan importante en el budismo zen japonés. Es un error interpretar esta pintura desde una mentalidad decimonónica europea, es decir, colonialista, aunque alcanzaron Europa un poco como los abanicos filipinos, por exotismo. La genialidad, fundamentalmente de los impresionistas, consistirá en aprender esa mirada impresa en las estampas japonesas, que son un poco como los haikus: el yo del pintor está presente precisamente porque se ha retirado. Algo aprendido de la filosofía de la nada del budismo zen, ajena casi por completo al nihilismo campante de la cultura burguesa europea.