3. Agamenón y Aquiles
Los Átridas tomaron como esposas a las dos hijas de Tindáreo de Esparta, Helena y Clitemnestra.
Cuando Helena huyó con Paris, Menelao acudió a su hermano, como caudillo principal de los griegos, para que le ayudara a traerla de vuelta. Agamenón envió heraldos a todos los reyes aqueos, recordándoles el juramento que habían hecho: defender los derechos de Menelao si alguien trataba de arrebatarle a su esposa. Este juramento se había hecho porque, al llegar Helena a la edad del matrimonio, casi todos los reyes de Grecia se habían presentado ante Tindáreo para pedir su mano. Él decidió que su hija elegiría libremente y que todos los pretendientes debían comprometerse a respetar su elección y defender al que señalara como su esposo. Así Agamenón lideró una gran flota, en la que no faltaba nadie que tuviera poder en Grecia. Incluso Aquiles, a quien no obligaba el juramento (era demasiado joven como para haber pretendido a Helena), embarcó también como capitán de los Mirmidones, un pueblo del norte.
Agamenón era un guerrero valiente, pero su rasgo principal quizás sea la arrogancia. En todo momento es consciente de su liderazgo, y en ocasiones abusa de su posición. Esto convierte a Agamenón y Aquiles en personajes antagónicos, puesto que Aquiles no está dispuesto en ningún momento a dejarse avasallar por el rey.
Agamenón tuvo entonces que devolver a Criseida para evitar la muerte de sus hombres. Pero no quiso renunciar a poseer una esclava, y tomó a la que servía a Aquiles, Briseida. Este hecho fue el detonante de la cólera de Aquiles, tema principal de la Ilíada: Aquiles acusó al rey de acaparar lujos y riquezas, de no tener vergüenza alguna. Y se encerró en su tienda y se negó a luchar bajo sus órdenes. Sin Aquiles, no había posibilidad de victoria. Finalmente, Agamenón tuvo que reconocerlo. Ofreció a Aquiles valiosos regalos, incluida Briseida, a la que juró no haber tocado siquiera. Pero no doblegó el orgullo del héroe. Solo el amor y la camaradería lo hicieron regresar al campo de batalla. La guerra iba de mal en peor. Los combatientes aqueos estaban desmoralizados, sabiendo que no podrían vencer sin Aquiles. Tendrían que volver con las manos vacías, y eso si conservaban sus vidas. Ante esta situación sin salida, Patroclo, el mejor amigo de Aquiles, tomó una decisión desesperada: se vistió las armas del héroe y salió a luchar. Todos lo tomaron por Aquiles y lo siguieron, con renovado entusiasmo. El choque con el ejército troyano no tuvo un final feliz: Héctor, capitán de los troyanos, mató al joven Patroclo. Y esa muerte por fin haría reaccionar a Aquiles. En asamblea pública, depuso su ira contra Agamenón, que nuevamente le ofreció regalos y excusas. Poco después Aquiles mataría al valiente Héctor. Y eso sería el principio del fin de Troya. |

Reflexión
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