Historia inicial

Reloj de sobremesa astronómico, Las Cuatro Fachadas
Reloj de sobremesa astronómico, Las Cuatro Fachadas. 1725. Patrimonio Nacional
Imagen de la web de Patrimonio Nacional

Puede que el de anticuario no te parezca el oficio más interesante del mundo, pero no sabes lo que te equivocas. Es absolutamente apasionante: descubrir nuevas piezas, restaurarlas, exponerlas, ver las expresiones de los visitantes, acudir a subastas (ni te imaginas a veces la adrenalina que supone) y finalmente —y a veces con mucha pena— venderlas. Este ciclo, como te digo, es tremendamente divertido. Es una especie de ciclo de la vida que se inicia cuando uno, casi siempre, por casualidad, encuentra lo que a todas luces es una joya (no hablo de diamantes, en sentido figurado) y que termina cuando alguien decide que esa pieza debe formar parte de su colección (y me paga por ello).

Creo que tengo la suerte de poder disfrutar de un trabajo como este. Aunque es cierto que he pasado épocas malas. Los años de la crisis fueron duros porque no todo el mundo podía acercarse a pagar el precio de las obras que tengo en casa (así llamo yo a mi galería de antigüedades). La cuestión es que antes también lo pasé mal. No sé si lo sabes, pero hubo algunos años en los que estas fueron vistas con cierto desdén por la modernidad. Parecía que todo tenía que ser blanco, cuadrado, sin decoración y nuevo. De repente, todas las casas, todas las galerías de arte, restaurantes, espacios públicos... todo era igual. Completamente aséptico. Increíblemente, poca gente se interesaba ya por los chaise longue estilo Imperio que tengo en casa. Los escritorios rococós ya no gustaban; ¡las esculturas neoclásicas pasaban desapercibidas! Las cerámicas de Sèvres, los vídrios fabricados en la Real Fábrica de Vidrio y Cristales de la Granja de San Ildefonso, los tapices procedentes de Les Gobelins... No daba crédito. De hecho, sigo sin explicarme cómo es posible que todo aquello fuera, durante esos años, abandonado, olvidado. La calidad de cada pieza, el cuidado con el que había sido diseñada y ejecutada, la historia que cada una traía con sí misma... eran dejados de lado, no tenían hueco en esas casas y esos espacios "modernos" que uno diría hospitales, de tan aburridos.

Afortunadamente, todo aquello ha pasado y se ha vuelto a poner en valor todo esto a lo que me dedico. Es más, incluso muchas de las piezas que sigo vendiendo ahora forman parte de esas modernas viviendas de líneas rectas y asépticas, humanizándolas un poco; comprendiendo que la vida también es historia, también es belleza y, sobre todo, también es decoración, pasión, movimiento.

En mi casa puedes ver piezas rococó, llenas de vida, de sensualidad, de asimetría; puedes oír piezas musicales de Haynd y de Mozart en aquellos discos de pizarra con un sonido tan alejado de a lo que estamos acostumbrados, pero con tanto encanto; puedes sentarte (con cuidado, claro), en sillas rococó, en otras de estilo Imperio, de estilo Pompadour; puedes tocar vestidos de mediados del XVIII; puedes ver copias contemporáneas de esculturas de Canova; puedes ver relojes fabricados en la Real Fábrica de Relojes de Madrid... En fin, tienes acceso (aunque baratos no son, para qué engañarnos) a piezas llenas de historia y, lo más importante, tremendamente bellas.

Si quieres conocer algo más sobre los estilos artísticos y las técnicas de las piezas que puedes encontrar en mi casa, aquí tienes esta unidad dedicada al rococó y al neoclásico. Vas a disfrutar.

Escritorio de procelana de Sèvres, maderas exóticas y bronce. 1772
Escritorio de procelana de Sèvres, maderas exóticas y bronce. 1772.
Imagen de P. Clenet en Wikipedia. Licencia CC