1.1 Un arqueólogo loco
Esta es la historia de un hombre al que sus contemporáneos tacharon de chiflado porque creía que las historias de Homero eran ciertas...
Heinrich Schliemann (1822 -1890) ha sido uno de los más famosos arqueólogos de todos los tiempos y, desde luego, quizá el más inspirado de todos ellos.
Nacido en una familia humilde, heredó de su padre la pasión por los textos de Homero, en particular por la Ilíada. Él le contaba, como si de cuentos se tratase, las gestas de Aquiles y Héctor, le hablaba de la soberbia de Agamenón y del amor de Paris y Helena. Desde pequeño creyó que aquellas historias habían sido ciertas, aunque muy lejos, en el espacio y en el tiempo. Ningún historiador les daba crédito. Pero, al contrario que puede suceder con cualquier niño, que termina sabiendo que los cuentos son cuentos, Schliemann mantuvo toda su vida su fe en la realidad de esos relatos.
No pudo continuar sus estudios mucho tiempo. A los catorce años comenzó a trabajar de dependiente para ayudar a la maltrecha economía familiar. Compaginó su trabajo con el aprendizaje de idiomas, para los que tenía una capacidad innata, al igual que para los negocios. En pocos años logró amasar una fortuna y dominar casi todas las lenguas de Europa. Viajó muchísimo, fijó su residencia en diferentes países, aumentando cada vez más sus conocimientos y su patrimonio. Se casó con una aristócrata rusa, pero en su matrimonio no tuvo éxito. Tras unos años en Estados Unidos, y tras una grave enfermedad, volvió a Europa y retomó sus antiguas inclinaciones: realizó estudios de Ciencias de la Antigüedad y Lenguas Orientales en la Sorbona (París). Cerca ya de los cincuenta años, llegó a su destino: Grecia. Se divorció de su esposa rusa y se buscó una griega, Sofía. Guiado por los textos de Homero llegó a Hissarlik (Turquía), decidido a demostrar que Troya había existido, y no solo en la imaginación de Homero. Tras innumerables intentos que sin duda habrían desanimado a cualquier persona menos entusiasta, su piqueta al fin tropezó con un pedazo de lo que alguna vez había sido Troya. Descubrió preciosas joyas que pensó que habían pertenecido a Helena, y con ellas retrató a su esposa. Después, siguiendo las huellas de Agamenón, marchó a Micenas. Nuevamente le sonrió la fortuna, que suele favorecer a los hombres tenaces y arriesgados. La máscara de Agamenón, el tesoro de Atreo... Todos son nombres que él dio a los objetos y a los lugares que iba descubriendo... |
