2.1. Alimentación y actividad física
Tener unos buenos hábitos en la alimentación es una forma de prevenir la aparición de problemas de salud como la obesidad, la diabetes, enfermedades cardiovasculares, algunos tipos de cáncer y la osteoporosis; todas las personas deben tener una alimentación variada y equilibrada. La Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC, 2017) indica que adquirir unos hábitos alimentarios saludables es esencial para contribuir a un óptimo crecimiento y desarrollo en la población infantil y juvenil.
Siguiendo lo especificado por el Colegio Americano de Medicina del Deporte (ACSM) y la Asociación Americana y Canadiense de Dietistas, “la alimentación del deportista no tiene que ser diferente a la recomendada a la población en general” (en Ibáñez y Astiasarán, 2010).
Tabla II. Dieta equilibrada
Alimentación variada y equilibrada | ||
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55-60% de hidratos de carbono | 12-15% de proteínas | 25-30% de grasas o lípidos |
Vitaminas y minerales necesarios |
Importante
No es necesario dar suplementos nutricionales a una persona que realiza deporte, a no ser que estén indicados por un especialista.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2016), el concepto de nutrición se define como la ingesta de alimentos en relación con las necesidades dietéticas del organismo. Por tanto, con la alimentación se deben aportar los nutrientes que necesita una persona en función de su gasto calórico y establecer lo que se denomina un buen balance energético.
La principal diferencia que existe en la alimentación de un deportista y la de una persona sedentaria es que el primero tiene una mayor exigencia física y por tanto necesitará un mayor aporte calórico para la obtención de energía.
El sustrato más importante para la realización de una actividad física, sobre todo si es de larga duración e intensidad moderada o fuerte, son los hidratos de carbono (HC). Estos aportan las reservas de glucógeno en hígado y músculo necesarias para la obtención de energía y son el pilar básico para retrasar la aparición de la fatiga y problemas como la hipoglucemia.
La dieta mediterránea es un ejemplo de alimentación saludable que se caracteriza por una alta ingesta de frutas, verduras y legumbres, un consumo moderado de pescado y carne y el uso del aceite de oliva (Oliva et al, 2013).