2. Los llamados "sofistas"
La profesión de la abogacía fue también inventada por los griegos. Los atenienses eran muy aficionados a los pleitos y, antes del liderazgo político de Pericles, tenían que defender solos su postura ante los tribunales. Como acusación o como defensa, daba igual, los discursos iban a cargo del ciudadano. Los jurados, siempre populares, eran muy sensibles a la oratoria. La persona que sabía hablar, convencía.
Claro que no todo el mundo sabía hablar en público, y muchos ciudadanos encargaban a expertos sus discursos de acusación o defensa. Los primeros que escribieron estos discursos por encargo fueron los logógrafos (prosistas, personas que escribían también elogios fúnebres y discursos políticos), que incluso llegaban a testificar haciéndose pasar por parientes o amigos de sus clientes. Pronto, con la demanda creciente, aparecieron profesionales de la retórica. Y estos eran los llamados sofistas.
Jenofonte dice de ellos: "Son llamados sofistas unos hombres que se prostituyen y que por dinero venden la propia sabiduría a quien se la pide: ellos hablan para engañar y escriben por la ganancia y no ayudan a nadie en nada".
Sin embargo, el término "sofista" no era en absoluto peyorativo. La palabra griega sofista, que tiene como base, al igual que filósofo, la palabra σοφία, "sabiduría", tiene el significado de “persona que practica el conocimiento”. Claro que por sabiduría se puede entender un conocimiento específico adquirido o una sagacidad e inteligencia especial y natural para desenvolverse en la vida, incluso el don especial que normalmente se atribuye a visionarios y poetas. Desde el punto de vista del conocimiento adquirido, sofista significaría sabio o experto. En el siglo V a.n.e. el término, al par que conservaba su sentido general, se aplicó en concreto a una nueva clase de intelectuales, educadores profesionales que recorrían Grecia ofreciendo formación en un amplio abanico de materias, especialmente en oratoria y habilidades sociales, imprescindibles en ese momento y lugar para tener éxito en la vida.
En el diálogo platónico que lleva su nombre, Gorgias declara que no educa para trasmitir valores, sino para enseñar técnicas de persuasión, cosa que en sí no tiene mayor valor, pero que es buena o mala según la persona que las utilice: "Ser capaz de persuadir, por medio de la palabra, a los jueces en el tribunal, a los consejeros en el Consejo, al pueblo en la Asamblea y en toda otra reunión en que se trate de asuntos públicos. En efecto, en virtud de este poder, serán tus esclavos el médico y el maestro de gimnasia, y en cuanto a ese banquero, se verá que no ha adquirido la riqueza para sí mismo, sino para otro, para ti, que eres capaz de hablar y persuadir a la multitud".
El auge de esta profesión corrió paralelo al desarrollo social, cultural, económico y político que vivían las ciudades griegas, particularmente Atenas, cuya bonanza económica y creciente sofisticación demandaba una educación superior que trascendiese a la educación tradicional basada en la literatura, la aritmética, la música y la gimnasia. Contribuyó no poco a esta demanda la divulgación de las especulaciones de los filósofos jonios sobre el mundo físico.
La participación de los ciudadanos en la gestión pública, naturalmente exigida por la democracia, requería habilidades oratorias, saber hablar y persuadir con la palabra, a fin de vencer y convencer. Pero el ambiente propiciaba también el debate por el puro placer de la dialéctica, y el conocimiento en todas las materias era un adorno necesario.
Hay que resaltar que los sofistas trabajaban solos: no fundaron ni pertenecieron a ninguna escuela. Sus actividades y parcelas de conocimiento fueron variadísimas. Pero había temas y actitudes comunes a todos ellos que nos permiten identificarlos como tales sofistas.
¿Qué tienen que ver estos personajes con la filosofía? Una figura clave fue Protágoras. Define él mismo en el diálogo Protágoras de Platón la profesión de sofista como de profesor de "virtud" (entendida no como "bondad" sino como conocimiento y habilidad para tener éxito mundano). Concretamente, declara enseñar “la adecuada administración de los bienes familiares, de modo que la persona pueda dirigir su casa de la mejor manera posible, y la gestión de los asuntos políticos, para que pueda ser la más capacitada de la ciudad, tanto en el obrar como en el hablar”. ¿Qué procedimientos podría seguir para lograr tan ambiciosos objetivos educativos? En un prolongado monólogo (El mito de la civilización) en el diálogo platónico que citamos, Protágoras explica el proceso de la civilización de la especie humana, lograda gracias a la justicia y el autocontrol, indispensables para preservar el orden social e incluso la supervivencia de la especie. Y era necesario que cada ciudadano tuviera esas capacidades: no bastaba, como en una ciencia concreta, que uno entre muchos la poseyera (un arquitecto, por ejemplo, bastaba para edificar para muchos). Todos debían poseerla, para poder garantizar el futuro de la ciudad y la convivencia.
Los sofistas perseguían, si no la virtud, al menos su apariencia. Y teorizaban. El mismo Protágoras introdujo el relativismo, o eso nos cuentan sus coetáneos. El famoso “El hombre es la medida”, la frase que abre su obra “Verdad”, que dice: “El hombre, dice, es la medida de todas las cosas, de la existencia de las que existen, y de la no existencia de las que no existen", sirve a Aristóteles para atribuir a Protágoras la opinión de que “es igualmente posible afirmar o negar algo sobre cualquier tema”. La frase se interpreta como una afirmación de la relatividad de todos los juicios y creencias o de su subjetivismo. Sócrates la cita refiriéndola a las percepciones sensoriales, pero la extiende a todo tipo de opiniones, con el resultado de concluir que cada certeza es tal solamente para la persona que la posee y solo para esa persona y no existe ninguna verdad objetiva.
Gorgias, a su vez, parece haber sido influido por los eleáticos (Parménides, Zenón...) concluyendo que nada existe. Se encuentran en una obra que se le atribuye, Sobre la Naturaleza o el No Ser, tres célebres tesis:
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