3. Sócrates

 

Recurso de elaboración propia

 

"Sócrates es el fenómeno pedagógico más formidable en la historia de Occidente"

Werner Jaeger, Paideia






Sócrates no perteneció a ninguna escuela. Nunca llegó a escribir nada y, para conocer sus ideas, tenemos que seguir sobre todo a Platón (y a veces a Jenofonte, también discípulo suyo). Claro que el Sócrates que Platón retrata puede tener mucho del propio Platón, pero es la fuente más fiable para conocer al filósofo.

Al margen de la información que Platón nos ofrezca sobre el pensamiento del filósofo, Sócrates como hombre es una figura plenamente histórica. De extracción humilde, es la encarnación de aquella idea expresada por Pericles de que en Atenas ningún talento tenía el camino cerrado: en torno a él se congregaron los hijos de la aristocracia ateniense y ninguna puerta dejó de abrirse ante este hombre asombroso.

Tuvo que conocer la filosofía de Anaxágoras y de otros anteriores a él. Jenofonte lo retrata releyendo, en compañía de sus amigos, las obras de los antiguos sabios. Pero el centro del interés de Sócrates es el hombre, y no el mundo físico. Encuentra en la naturaleza humana la base para el análisis y el conocimiento de la realidad.


Sócrates fue el primero que hizo bajar a la filosofía del cielo, y la hizo residir en las ciudades, y la introdujo hasta en las casas, y la forzó a preguntar por la vida y las costumbres y por las cosas buenas y malas. Y su variada manera de discutir, la diversidad de sus temas y la grandeza de su talento, conmemorados por el recuerdo y las obras de Platón, produjeron numerosas clases de filósofos.

Cicerón, Cuestiones Tusculanas, IV, 10

 

Sócrates pertenecía, por su ascendencia, a lo más bajo del pueblo: Sócrates era plebe. Se sabe, incluso se ve todavía, qué feo era [...] Un extranjero que entendía de rostros, de paso por Atenas, le dijo a Sócrates a la cara que era un "monstrum", -que escondía en su interior todos los vicios y apetitos malos. Y Sócrates se limitó a responder: "¡Usted me conoce, señor mío!".

Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos

 Busto de Sócrates en mármol
 

Busto de Sócrates
Imagen de Cherryx en Wikimedia. con Licencia CC

 

Platón, discípulo:

Era un hombre humilde, nunca se reconoció sabio ni perteneció ni quiso fundar ninguna escuela. La filosofía era su forma de vida, el centro de su vida. Él mismo lo explicó en el discurso de su defensa:

"Atenienses... mientras yo viva no cesaré de filosofar, dándoos siempre consejos, volviendo a mi vida ordinaria, y diciendo a cada uno de vosotros cuando os encuentre: buen hombre, ¿cómo siendo ateniense y ciudadano de la más grande ciudad del mundo por su sabiduría y por su valor, cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores, de despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y de no trabajar para hacer tu alma tan buena como pueda serlo? Y si alguno me niega que se halla en este estado, y sostiene que tiene cuidado de su alma, no se lo negaré al pronto, pero le interrogaré, le examinaré, le refutaré; y si encuentro que no es virtuoso, pero que aparenta serlo, le echaré en cara que prefiere cosas tan abyectas y tan perecibles a las que son de un precio inestimable.

He aquí de qué manera hablaré a los jóvenes y a los viejos, a los ciudadanos y a los extranjeros, pero principalmente a los ciudadanos; porque vosotros me tocáis más de cerca, porque es preciso que sepáis que esto es lo que la divinidad me ordena, y estoy persuadido de que el mayor bien, que ha disfrutado esta ciudad, es este servicio continuo que yo rindo al Dios. Toda mi ocupación es trabajar para persuadiros, jóvenes y viejos, que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, antes que cualquier otro cuidado, es el del alma y de su perfeccionamiento; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario, que las riquezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes públicos y particulares".

Platón, Apología de Sócrates


El cuerpo y el alma:
Este modo de filosofar no se circunscribe solamente a un proceso teórico de pensamiento, sino a una actitud ante la vida. Da por supuesto que la verdad y la sabiduría son tesoros más preciosos que los bienes materiales, y han de ser alcanzadas mediante el esfuerzo del alma. Ningún filósofo anterior había incidido tanto en el concepto y la importancia del alma como lo hace Sócrates.
En el pensamiento de Sócrates se subraya la diferencia entre lo físico y lo psíquico, pero no son realidades que se contraponen: más bien se complementan. Las ἀρεταί o virtudes más apreciadas por los griegos, la justicia, la piedad, la valentía, la mesura, son patrimonio del alma al igual que la salud, la fuerza y la belleza lo son del cuerpo, y todo ello unido es lo que puede considerarse "el bien". La ética, entonces, es la expresión positiva de la naturaleza humana. Sócrates vuelve a centrar la educación en la ética, que los sofistas habían dejado a un lado, puesto que pretendían ofrecer a los futuros gobernantes una formación encaminada al éxito social y político.

El autocontrol:
Claro que Sócrates no tiene la misma idea que los sofistas sobre la educación de la clase política. Afirma en Las Memorables de Jenofonte que toda educación ha de ser política. Educación para ser gobernante o para ser gobernado. Si se ha de educar a un hombre para gobernante, ha de aprender a anteponer los deberes más apremiantes a la satisfacción de las necesidades físicas. Tiene que sobreponerse al hambre y la sed. Tiene que acostumbrarse a dormir poco. Ningún trabajo, por gravoso que sea, debe asustarle. No debe sentirse atraído por el cebo del goce de los sentidos. Tiene que endurecerse contra el frío y el calor. No debe preocuparse por tener que acampar a cielo raso. Quien no sea capaz de todo eso está condenado a figurar entre las masas gobernadas. El ascetismo de Sócrates es la virtud del hombre destinado a mandar. Los dioses no conceden nunca a los mortales un verdadero bien sin esfuerzo y sin una pugna seria para conseguirlo.
El concepto del autocontrol se debe a Sócrates. Es la conducta moral que parte del propio individuo y no se impone desde el exterior. Este principio de dominio interno del hombre abre paso a un nuevo concepto de libertad, el de la libertad interior. Se considera libre al hombre que no es esclavo de sus apetitos e instintos, es decir, de la parte animal de su naturaleza.

Alcíbiades, amigo y discípulo:

Nos encontramos juntos en la expedición contra Potidea [...]. Allí veía a Sócrates destacando no solamente sobre mí, sino sobre todos por su paciencia para soportar las fatigas y penalidades. Si, como suele ocurrir en campaña, nos faltaban víveres, Sócrates soportaba el hambre y la sed mucho mejor que todos nosotros [...]. En aquel país es el invierno sumamente riguroso y el modo de resistir Sócrates el frío era prodigioso. Cuando helaba más y nadie se atrevía a salir de sus alojamientos o si salía era muy abrigado, bien calzado y los pies envueltos en fieltro o en pieles de oveja, no dejaba de entrar y salir con la misma capa que tenía la costumbre de llevar, y con los pies descalzos marchaba más cómodamente sobre el hielo que nosotros que íbamos bien calzados, tanto, que los soldados le miraban con malos ojos, creyendo que los desafiaba. Tal fue Sócrates entre las tropas. 

El método: la mayéutica:
Sócrates buscaba definiciones universales. Utilizaba un método práctico basado en el diálogo, en el que a través del razonamiento se podría esperar el conocimiento del objeto de investigación.
Dicho método constaba de dos fases: la ironía y la mayéutica. En la primera fase el objetivo fundamental es desalojar del alma la ilusión del conocimiento para abrirla a la búsqueda de la verdad, lo que constituiría la segunda parte. La dialéctica irá progresando desde definiciones más incompletas o menos adecuadas a definiciones más completas o más adecuadas, hasta alcanzar, en lo posible, la definición universal. Es preciso hablar con palabras serenas y ánimo indagador, para que brote ese conocimiento que anida en el alma. 

Querefonte, amigo:

El concepto de la amistad: era algo consustancial a su forma de vida, y la filosofía para él era inseparable del trato amistoso con los hombres. Los que tuvimos la suerte de ser sus amigos nos enriquecimos con su trato mucho más que con bienes materiales. Nos enseñó que la amistad es la verdadera forma de asociación productiva entre los hombres.  Y extiendo esto a los llamados "díscipulos": Sócrates nunca habló de discípulos, sino de amigos; su modestia natural le impedía usar la palabra educación al definir sus relaciones con ellos. 

Jenofonte, discípulo:

Para Sócrates no había diferencia entre virtudes sino que cada una de ellas implicaba necesariamente a las otras. Quien actuaba con valentía era justo y viceversa. El “vivir bien” era vivir en el ejercicio constante de la virtud. La verdadera virtud es única e indivisible. Así decía:

¿No sabes que a nadie concederé la gloria de haber vivido mejor y con más alegría que yo? Pues a mi parecer viven de manera óptima quienes de la mejor manera se esfuerzan en transformarse en óptimos y con alegría suma quienes tienen más vivo el sentimiento de estar transformándose continuamente en mejores.

Jenofonte, Memorables IV, VIII


Vivió enteramente para la filosofía y murió por razones absolutamente contrarias a su forma de vivir y pensar: fue acusado de introducir nuevos dioses y corromper a la juventud, acusaciones que debieron ocultar motivaciones políticas.  

Critón, amigo:

Preparamos su huida. Sobornamos a los guardianes y la preparamos un refugio seguro en Tesalia. Hice lo que pude por convencerlo, pero, como siempre, fue él quien me convenció a mí. Por encima de todo, debía respetar las leyes.

Prefirió morir permaneciendo fiel a las leyes antes que vivir violándolas.
Jenofonte, Memorables, IV, 4

Sócrates bebe la cicuta y conversa con amigos y discípulos


J.L. David: Muerte de Sócrates
Imagen en Wikimedia. Dominio público

 Platón, discípulo:

Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría. Ya estaba casi fría la zona del vientre, cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló: —Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides. —Así se hará, dijo Critón. Mira si quieres algo más. Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos. Este fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre, podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy destacado, el más inteligente y el más justo

Platón, Fedón