3. La dialéctica innato/aprendido
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Imagen de Ivon19 en wikimedia bajo licencia CC |
Entre lo innato y aprendido se establece una relación dialéctica, es decir, de tensiones e influencias mutuas. Esta relación está clara y demostrada en los humanos, cuya conducta está más definida a partir de la cultura.
A los deseos naturales los humanos no damos una respuesta fija, estable y común. Pensemos en un deseo natural: el instinto sexual y reproductor. Los humanos no damos al mismo una respuesta instintiva, le damos una respuesta cultural que lo sujeta a un orden y a unas normas que pretenden perpetuar el orden social y satisfacerlo sin que constituya un elemento desintegrador. Por eso observamos que las respuestas al mismo instinto son diferentes en las distintas culturas y épocas, aunque pueda haber algunas pautas comunes en todas: en la mayoría está implícita la prohibición del incesto, pero en algunas está permitida la poligamia, en las más, lo común es la monogamia; existen una serie de pautas para consolidar ese impulso natural como son el noviazgo, el matrimonio, etc.
Estas diferencias nos muestran cómo lo cultural es crucial en el ser humano y cómo es este el elemento que genera la diversidad de grupos humanos existentes en el presente y pasado.
Por el contrario, sin negar la importancia del aprendizaje en las comunidades de otras especies animales, el instinto juega en ellas un papel más dominante.
Importante
Sin intentar minimizar la importancia del medio social para el resto de los animales, pues cada vez se demuestra que en ellos es importante para aprender conductas y superar los obstáculos del entorno natural, en el caso de los seres humanos es indispensable en dos sentidos:
- Para su supervivencia
- Para desarrollar su identidad como tal, es en el medio social donde el individuo aprende las herramientas básicas que le permiten dar una respuesta humana a sus instintos y necesidades naturales
Curiosidad
La importancia del medio social en el desarrollo de la humanidad fue popularizada por el director de cine François Truffaut con su película Victor de l'aveyron, donde se relata la historia del estado de desarrollo en el que se encontró a un niño en el bosque de Caune.
Imagen de Frontcover en Wikipedia CC A finales de septiembre de 1799 tres cazadores encontraron en los bosques de Caune (en el Languedoc francés, cerca de los Pirineos) a un niño desnudo, al que lograron capturar y al que dejaron al cuidado de una viuda, encerrado en una cabaña cercana. Aparentaba unos once o doce años y ya había sido avistado antes por la zona recogiendo bellotas o buscando tubérculos con los que alimentarse. Al cabo de una semana logró escaparse, retornando a las montañas, donde soportó el riguroso invierno de aquel año apenas cubierto con una camisola desgarrada. Por las noches se ocultaba, pero durante el día se acercaba a veces a algún pueblo de los alrededores, en uno de los cuales, del cantón de St. Sernin, se introdujo en una casa deshabitada, donde volvió a ser capturado. Allí se le atendió y se le vigiló durante varios días, siendo llevado luego al hospital de Saint-Afrique y posteriormente a Rodez, donde estuvo varios meses. Durante todo este tiempo se mostró salvaje y esquivo, impaciente e inquieto, siempre atento a la posibilidad de escapar de nuevo. La noticia de su existencia se difundió rápidamente por la Francia recién salida de la revolución, provocando todo género de conjeturas y expectativas. Un ministro del gobierno con inclinaciones científicas ordenó el traslado del muchacho a París, a donde llegó a finales de septiembre de 1800, con la esperanza de que el estudio de su caso pudiese ampliar los conocimientos sobre la mente humana.
Un joven médico recién doctorado, Jean Marc Gaspard Itard, propuso la elaboración y ejecución de un programa de tratamiento y educación del niño, lo que fue aceptado, proporcionándosele los medios públicos requeridos para realizarlo. El muchacho quedó desde entonces bajo la custodia de Itard, cuyo primer informe rezaba: ‘Un niño desagradablemente sucio, afectado por movimientos espasmódicos e incluso convulsiones; que se balanceaba incesantemente como los animales del zoo; que mordía y arañaba a quienes se le acercaban; que no mostraba ningún afecto a quienes le cuidaban y que, en suma, se mostraba indiferente a todo y no prestaba atención a nada’. Algo bastante diferente pues del ‘buen salvaje’ roussoniano que el público de la época esperaba.
Las atenciones y cuidados que se le dispensaron a partir de entonces mejoraron su estado físico y su sociabilidad, pero los progresos fueron muy escasos, una vez superada la fase inicial. Itard le puso el nombre de Víctor. Por esta época se presentó la pubertad sexual del muchacho, lo que creó problemas adicionales a su educador. Las esperanzas de Itard de enseñarle a hablar y a comportarse de manera civilizada resultaron frustradas y en el segundo informe Itard se daba por vencido y manifestaba su preocupación por el futuro del desgraciado joven (...) Un informe elaborado por alguien que vio a Víctor hacia 1815 no reseñaba ninguna mejora de su situación.Víctor de Aveyron murió en 1828.
El ser humano, para la culminación de su desarrollo, necesita un ambiente social que le proporcione los estímulos adecuados: afecto, cuidados, lenguaje, normas... Sin ellos su desarrollo se ve seriamente comprometido, sus funciones intelectuales mermadas y su vida emocional reducida a unas pocas emociones primarias (miedo, agresividad).
Para saber más
Los humanos no somos los únicos que aprendemos y trasmitimos nuestros conocimientos como hemos visto.
Es interesante que conozcas este dato:
Los chimpancés realizan muchas conductas que nos inducen a pensar en un esquema de inteligencia superior. Se reconocen ante el espejo, y de ahí aparece la noción del yo y el tú, por lo que reconocen su propio ser. Es consciente de la muerte y de su desaparición. Cuando desaparece un chimpancé los otros están tristísimos. Cuando una madre pierde una cría entra en un estado de depresión que puede durar meses.
Además comparten información y la trasmiten a los más jóvenes: En la región de Niokolo-Koba, en Senegal, cuando llega la estación seca los chimpancés han aprendido a no beber del agua putrefacta de los charcos para evitar enfermedades infecciosas y han aprendido a excavar pozos para beber agua limpia. Esta información se trasmite culturalmente, los jóvenes lo observan, lo aprenden y comienza a formar parte de su acerbo cultural.
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