Resumen

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La Razón es, para Descartes, la única que puede llevarnos al conocimiento verdadero. De ahí el nombre de esta corriente de pensamiento. Según esto, con las capacidades naturales y operaciones propias de la razón nos bastaría para conocer todo aquello que podemos conocer. Hay por lo tanto una fe absoluta en la razón como motor y guía del conocimiento (y por contra, como veremos, casi un desprecio absoluto por los sentidos como fuente del conocimiento). La divergencia de opiniones entre los hombres sólo se explica por el mal uso que hacemos de la razón. Y esto pone de manifiesto, además, la necesidad de un método para dirigir correctamente a la razón misma, y con ella a los hombres.

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En el Prefacio del Discurso del Método el autor especifica "para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias". El método será pues un conjunto de reglas, ciertas y fáciles, tales que todo aquel que las observe exactamente no tomará nunca algo falso por verdadero y, sin ningún esfuerzo inútil, seguirá siempre aumentando gradualmente su conocimiento.

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La exposición del método requiere previamente aclarar las operaciones mentales que vamos a utilizar en los diversos pasos del método: la intuición y la deducción:

►La intuición es una actividad puramente intelectual, un ver intelectual que es tan claro y distinto -tan evidente- que no deja lugar a dudas. Es pues una concepción libre de dudas de una mente atenta y no nublada, dice Descartes, que brota de la luz de la sola razón: una especie de luz natural que tiene por objeto las naturalezas simples (por medio de ellas captamos inmediatamente conceptos simples emanados de la razón misma).

►La deducción se describe como toda inferencia necesaria a partir de hechos que son conocidos con certeza. Entre unas naturalezas simples y otras aparecen conexiones que la inteligencia descubre y recorre por medio de la deducción; sería, en definitiva, el paso lógico de unas a otras.

Como paso previo a la aplicación del método, Descartes plantea la necesidad del ejercicio de la duda metódica. Si intentamos encontrar una verdad cierta y segura, si buscamos una certeza absoluta de la que partir y en la que apoyar todo nuestro conocimiento, es necesario en primer lugar dudar de todo aquello de lo que se pueda dudar.

Esta duda es metódica pues se trata de un paso o una etapa previa necesarios en la búsqueda de la certeza. Descartes la define como provisional o teorética. Y es que Descartes no es un escéptico, no llega a la duda como conclusión, sino como un recurso para establecer el punto de partida del verdadero conocimiento, cierto y seguro. Para poder estar seguros de algo y tener la certeza de su verdad, es necesario en primer lugar dejar fuera todo aquello de lo que quepa la más mínima duda.

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Siguiendo un método según el cuál no cabe admitir inicialmente como cierto aquello que resulte evidente a la razón, Descartes extiende su duda a los sentidos, a los razonamientos, e incluso a la propia realidad del mundo percibido.

No se trata de una actitud escéptica, sino de una medida de cautela destinada a librar su sistema de cualquier posible error.

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En el ejercicio de la duda metódica negamos lo que conocemos a través de los sentidos; la "realidad misma" puede no ser más que un sueño. Incluso las proposiciones matemáticas, que han sido tomadas como modelos de verdad, pueden ser falsas. Y, sin embargo, como ya hemos comentado, Descartes no es un escéptico, porque el ejercicio de la duda es el paso previo a la verdad, esa verdad de la que no se puede dudar, ese resto indubitable: cogito ergo sum, pienso luego existo.
El pensamiento, mi pensamiento, aparece pues como una realidad en sí misma indubitable; la duda puede afectar al contenido del pensamiento, pero no al pensamiento mismo. Es decir, estoy seguro de que pienso, de que estoy pensando, luego existo al menos como realidad pensante.

Una vez lograda la primeras verdad, la existencia del yo pensante, aún le queda saber de qué modo ir más allá de su propio pensamiento de modo que pueda saber si las ideas de su mente se corresponden o no con la realidad.

Analizando esas ideas que encuentra en su mente, concluye en que estas pueden ser de tres tipos:

  • Adventicias. Son aquellas basadas en la información suministrada por los sentidos (árbol, casa)
  • Facticias. Son creadas por nuestra imaginación combinando ideas (unicornio)
  • Innatas. Son ideas generadas por nuestra propia mente al margen de la experiencia (existencia)

Serán estas últimas ideas aquellas que sirvan de instrumento para escapar de esta situación y poder afirmar con seguridad la existencia de otras realidades fuera de la propia mente.

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En el análisis de las ideas de su mente, hay una que le llama especialmente la atención: es la idea de infinito o Dios. Esta idea no puede ser el fruto de la experiencia, ya que en ella todo es imperfecto y limitado, ni tampoco puede ser una idea de creación propia, ya que como ser limitado, que duda, no puede ser causa de una idea de naturaleza superior. La noción de infinito requiere de una causa proporcionada, de Dios mismo, ser perfecto e infinito por definición, que ha dejado su huella en la mente humana a través de su mismo concepto. 

La idea innata de Dios le sirve a Descartes para argumentar la necesidad de su existencia y, además, la del mundo corpóreo. Concibiéndose Dios como causa de la existencia propia y siendo la bondad y la veracidad características indisociables de lo perfecto, cabe ya desechar la hipótesis del engaño y confiar en la realidad de mi cuerpo y del mundo material que refleja los sentidos.

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La existencia del cuerpo y del mundo quedan garantizadas por la existencia de Dios, un ser bueno y veraz que no puede permitir que vivamos sumidos en un permanente engaño. Eso no significa, sin embargo, que con ello se recupere el valor de los sentidos como testimonio del mismo. Ese mundo material es cognoscible de modo riguroso a través de la razón, que determina con certeza las reglas a las que debe ajustarse (por ejemplo a través de la geometría o de la física), pero no a través de los sentidos, que reflejan propiedades que no corresponden a la realidad misma sino a nuestra forma de percibirla (así por ejemplo que algo tenga un color, que sea más o menos cálido, etc.).

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Descartes define la sustancia como aquello que existe por sí mismo, de forma independiente, de modo que no requiere de algo distinto para existir. En este sentido, Distingue tres sustancias o tres ámbitos de la realidad:

Dios o la sustancia infinita.

El yo o la sustancia pensante.

Los cuerpos o la sustancia extensa.

Propiamente, solamente Dios es una sustancia, en la medida en que solo la realidad infinita existe por sí misma de formas enteramente independiente. Tanto lo pensante como lo material serían el resultado de la creación divina y, por lo tanto, dependientes de la sustancia infinita. De todos modos, la diferenciación entre las sustancias pensante y extensa le permite a Descartes la independencia absoluta de estos dos ámbitos de realidad.

Descartes desarrolla un modelo racionalista de la ética según la cual la virtud se entendería como una disposición voluntaria a actuar de acuerdo con lo que la razón establece como bueno y la felicidad como el bienestar mental que  resulta de la práctica de la virtud.