Resumen

Importante

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Durante siglos se pensó que la Tierra estaba quieta en el centro del Universo. Como consecuencia de la creación divina, a nosotros nos correspondía un lugar de importancia en el Cosmos, y qué mejor lugar que el centro mismo.

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Para Aristóteles la Tierra debe ocupar el centro del Universo por su propia naturaleza, ya que es el elemento más pesado del cosmos. Todos los objetos de este mundo sublunar están constituidos por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Los objetos caen en movimiento vertical rectilíneo, ya que cada cosa ha de volver a su lugar natural. Los astros, sin embargo, están constituidos de un solo elemento ingrávido, el éter, llamado también quinto elemento. Lo natural en el mundo supralunar es el movimiento circular perfecto. 

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En el universo aristotélico todo encajaba a la perfección: la Tierra, centro del universo por su importancia y su propio peso; los planetas girando alrededor de ella, "engastados como gemas preciosas" en esferas cristalinas de éter y, por último, la esfera de las estrellas fijas. El Motor Inmóvil, Dios, mueve el mundo (en lo físico y en lo metafísico).
Pero el movimiento de los planetas, díscolos, hizo necesario introducir los mecanismos técnicos llamados epiciclos, deferentes, excéntricas y ecuantes, con los que el recurso a la perfección del círculo celeste quedaba a salvo.

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Nicolás Copérnico fue el autor que, en el año 1530, planteó un nuevo modelo del universo más simple y adecuado a la belleza, a la estética propia de los cielos.En su obra De revolutionibus orbium Coelestium propuso un cambio del modelo geocéntrico por uno que pusiera no a la Tierra, sino al Sol como centro de nuestro sistema, es decir, postuló un nuevo modelo de universo, el modelo heliocéntrico.

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El sistema copernicano tenía un logro evidente: volvía a la perfección clásica de la geometría, reduciendo notablemente el número de esferas necesarias para explicar el movimiento de los planetas (y de la Tierra misma, que pasaba a ser considerada como un planeta más, con tres movimientos propios). Con su sistema se mantenían dos condiciones fundamentales de la astronomía hasta entonces: la circularidad y la uniformidad de los movimientos celestes (al prescindir del punctum equans o ecuante).

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Si Kepler proporcionó el modelo definitivo de nuestro sistema solar con sus leyes, Galileo Galilei aportó las pruebas definitivas para derrumbar el sistema aristotélico.
Con sus experimentos, sus observaciones astronómicas y su novedosa metodología de trabajo, Galileo mostró el camino a desarrollar en el futuro. En sus obras (escritas a la manera de los diálogos platónicos, pero con la precisión científica necesaria) podemos observar la disputa entre los dos sistemas del mundo, la ciencia clásica y la nueva ciencia. Sus problemas con la Iglesia hacen palpable ese choque, esa tensión inherente que define a la revolución científica.

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Para Galileo no hay dos Físicas, una para los cielos y otra para la Tierrra. Hay solamente una, las mismas leyes deben servir para explicar el movimiento en la Tierra y fuera de ella. La Tierra está compuesta del mismo material que los mismos cielos, y es un planeta más que gira alrededor del Sol.