4. Fabulistas modernos

a fábula, tras Esopo, ha tenido un amplio desarrollo. Sus características fundamentales no han variado. Siguen estando protagonizadas sobre todo por animales que son el prototipo de una virtud o un defecto, y siguen dándonos pequeñas lecciones. Esta es la clave de su éxito, puesto que su uso en la escuela apenas decayó hasta el siglo XX. De hecho, está muy presente en los antiguos libros de texto. Las fábulas de los autores de los siglos XVII y XVIII son generalmente más largas y elaboradas que las de autores antiguos, pero, si repasamos su contenido, vemos que son las mismas pequeñas historias que nos contaba Esopo.

Fedro, esclavo originario de Macedonia, fue liberado por Augusto y desarrolló su actividad literaria en Roma. Adaptó y tradujo al latín muchas de las fábulas de Esopo, y escribió otras fruto de su experiencia personal y de su observación de la sociedad romana.

Publicó en cinco libros su colección de fábulas latinas en verso. Muchos de los temas de estas composiciones están tomados de Esopo; otros, sin embargo, proceden de su experiencia personal o se inspiran en la sociedad de la época romana.

Un lobo y un zorro dialogan en el interior de un pozo

Fábulas de La Fontaine
Cubierta de la edición Tiley
Imagen en Wikimedi.  Dominio público

En el prólogo de su obra cuenta que la fábula fue inventada por los esclavos, que expresaban sus ideas en forma de fábulas para evitar las iras de sus señores.

Babrio fue un poeta de origen romano que vivió en Siria y escribió en griego fábulas a fines del siglo I n.e. y comienzos del II. Adaptó cien fábulas de Esopo que llegaron a confundirse con las originales. Aunque fue muy imitado y conocido, no se conservaban de sus obras más que algunos fragmentos cuando en 1843 se encontró en un monasterio en el monte Athos un manuscrito que contenía 123 fábulas.

Jean de La Fontaine nació en 1621. Fue el más famoso fabulista francés y uno de los más leídos poetas franceses del siglo XVII. Su fama literaria se debe sobre todo a sus Cuentos y relatos en verso. Sus fábulas, un total de 239, se reparten en 12 libros, y su extensión varía. Las más tardías son las más largas: algunas tienen cientos de versos.

Félix María Samaniego nació en 1745. Su única obra conocida son las Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Bascongado (1781). Samaniego imita a los grandes fabulistas Esopo, Fedro y La Fontaine. Claro que falta en sus fábulas el tono ingenuo y entrañable de las de Esopo y en cambio aparecen críticas veladas contra personajes y costumbres de la época. 

Tomás de Iriarte nació en 1750. Fue poeta y dramaturgo, pero sobre todo es conocido por sus Fábulas literarias (1782), editadas como la «primera colección de fábulas enteramente originales». En el prólogo de su primera edición afirma ser el primer autor español en el género, lo que no es en absoluto cierto ya que Félix María deSamaniego había publicado su colección de fábulas en 1781, hecho de sobra conocido por Iriarte.

El águila y el escarabajo, contada por Esopo y Por Félix María Samaniego:

Un escarabajo observa volar a un águila

Milos Winter: El águila y el escarabajo
Imagen en WikimediaDominio público

Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que la salvara.
Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.
Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.
Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso, desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos. 
 

Esopo
«Que me matan; favor»: así clamaba
una liebre infeliz, que se miraba
en las garras de una Águila sangrienta.
A las voces, según Esopo cuenta,
acudió un compasivo Escarabajo;
y viendo a la cuitada en tal trabajo,
por libertarla de tan cruda muerte,
lleno de horror, exclama de esta suerte:
«¡Oh reina de las aves escogida!
¿Por qué quitas la vida
a este pobre animal, manso y cobarde?
¿No sería mejor hacer alarde
de devorar a dañadoras fieras,
o ya que resistencia hallar no quieras,
cebar tus uñas y tu corvo pico
en el frío cadáver de un borrico?»
Cuando el Escarabajo así decía,
la Águila con desprecio se reía,
y sin usar de más atenta frase,
mata, trincha, devora, pilla y vase.
El pequeño animal así burlado
quiere verse vengado.
En la ocasión primera
vuela al nido del Águila altanera,
halla solos los huevos, y arrastrando,
uno por uno fuelos despeñando;
mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza,
cuantos huevos ponía en adelante
se los hizo tortilla en el instante.

La reina de las aves sin consuelo,
remontaba su vuelo,
a Júpiter excelso humilde llega,
expone su dolor, pídele, ruega
remedie tanto mal; el dios propicio,
por un incomparable beneficio,
en su regazo hizo que pusiese
el Águila sus huevos, y se fuese;
que a la vuelta, colmada de consuelos,
encontraría hermosos sus polluelos.
Supo el Escarabajo el caso todo:
astuto e ingenioso hace de modo
que una bola fabrica diestramente
de la materia en que continuamente
trabajando se halla,
cuyo nombre se sabe, aunque se calla,
y que, según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con ella, vuela, y atrevido
pone su bola en el sagrado nido.
Júpiter, que se vio con tal basura,
al punto sacudió su vestidura,
haciendo, al arrojar la albondiguilla,
con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico suceso noticiosa,
arrepentida el Águila y llorosa
aprendió esa lección a mucho precio:
a nadie se le trate con desprecio,
como al Escarabajo,
porque al más miserable, vil y bajo,
para tomar venganza, si se irrita,
¿le faltará siquiera una bolita?

Félix María Samaniego