1. Esopo. La realidad y el mito

 
El abeto y la zarza

 El abeto y la zarza
Imagen de Mailema en Flickr. Licencia CC

Esopo

Diego Velázquez: Esopo
Imagen en Wikimedia. Dominio público

unque no está totalmente atestiguada la existencia de Esopo, su nombre se hizo popular a través de un curioso relato, la Vida de Esopo, de la que ya Heródoto tenía noticia. Se trata de un relato lleno de fantasía, que lleva al personaje a través de los destinos más variados:

Esopo es un esclavo de origen frigio, de extremada fealdad. Carecía del don de la palabra, pero, por haber sido amable con una sacerdotisa de Isis, no solo obtuvo de la diosa ese don, sino también la gracia de saber contar historias, que él utilizó para ayudar y a la vez ridiculizar a su amo, el filósofo Xanto, ante sus alumnos. Y cuenta esta historia que también lo utilizó para seducir a su mujer. Tras interpretar un portento ante el pueblo de Samos, Esopo consiguió su libertad e incluso actuó como emisario de los samios ante el rey Creso. Más tarde viajó a la corte de Licurgo en Babilonia y Nectanabo de Egipto (ambos reyes son imaginarios). la historia termina con su viaje a Delfos, donde se granjeó la antipatía de sus habitantes con groseras fábulas y fue condenado a muerte.

Las fábulas escritas por Esopo se difundieron largo tiempo por medio de la tradición oral. Cuenta Platón que Sócrates empleó parte de su tiempo en prisión, en espera de la ejecución de su condena, versificando algunas fábulas. Se dice que Demetrio Falereo, un filósofo ateniense del siglo III a.n.e., fue el primero en recopilarlas. Fedro, esclavo griego al que Augusto dio trato y favor de hombre libre, las vertió al latín.

Fedro, precisamente, explica las dos condiciones que ha de cumplir el escritor de fábulas, provocar la sonrisa y dar una útil norma de conducta:

Duplex libelli dos est: quod risum movet,
Et quod prudenti vitam consilio monet.

Esopo escribe textos sencillos y atractivos. El mensaje se desprende por sí solo de la acción, y la moraleja es innecesaria en la mayoría de los casos. De ahí el encanto y la proyección universal del fabulista griego.

En las fábulas de Esopo la elección de los personajes está tan conseguida, la acción es tan sencilla y a la vez tan expresiva que la lección que pretende ofrecer se desprende por si sola del breve relato, sin necesidad de remarcarla con una moraleja final. Así en la fábula El Abeto y la zarza se alaban sin necesidad de explicitarlo las ventajas de la humildad; en El león y el ratón tampoco hay que hay incluir una moraleja para entender que el mensaje es que a nadie, por insignificante que parezca, se debe despreciar.

Un león observa a un ratón

El león y el ratón
Imagen de Milos Winter en Wikimedia. Dominio público

Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león e, irritado con el animalillo por haber interrumpido su siesta, lo atrapó y quiso devorarlo; y a punto de ser devorado, le pidió este que le perdonara.
"Déjame ir y, con toda seguridad, te devolveré el favor."
El león se echó a reír pensando en cómo un pequeño ratoncillo podría servirle de ayuda. pero fue generoso y lo dejó marchar.
Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.

Cierto que en no en todas las fábulas de la recopilación atribuida a Esopo aparecen tan inequívocos estos rasgos, lo directo del mensaje, la sabia elección de los protagonistas no humanos, que constituyen el encanto de Esopo. Pero igualmente cierto es que no todas son suyas. Algunas son anteriores a él y se encuentran ya en autores como Hesíodo o Esquilo. Por ejemplo, la fábula "El halcón y el ruiseñor" abre las reflexiones de Hesíodo, en Los trabajos y los días, sobre la justicia social:

Así habló un halcón a un ruiseñor de variopinto cuello mientras le llevaba muy alto, entre las nubes, atrapado con sus garras. Este gemía lastimosamente, ensartado entre las corvas uñas y aquél, en tono de superioridad, le dirigió estas palabras.

"¡Infeliz! ¿Por qué chillas? Ahora te tiene en su poder uno mucho más poderoso. Irás a donde yo te lleve por muy cantor que seas y me servirás de comida si quiero o te dejaré libre. ¡Loco es el que quiere ponerse a la altura de los más fuertes! Se ve privado de la victoria y además de sufrir vejaciones, es maltratado".

El aguila y la zorra y El zorro y el mono aparecen ya en Arquíloco, y en Semónides El águila y el escarabajo. Un número mayor son más tardías, y seguramente fueron añadidas a la compilación original.