1. El canto XI de La Odisea

Ulises en el Hades
Presentación de Melisa Penélope en Slideshare. Licencia CC

En al libro XI de La Odisea, Odiseo cuenta a los feacios cómo llegó al Hades para consultar su destino al adivino Tiresias. Circe le había instruido sobre cómo llegar allí, y qué sacrificios debía hacer para aplacar a los dioses y atraer a las sombras de los difuntos, que solo pueden hablar después de beber la sangre de los animales muertos.

Tiresias puede entonces aconsejarle lo que debe hacer. Le advierte primero de que él y sus compañeros deben respetar los rebaños de Helios. De lo contrario, perecerán. Le cuenta asimismo de que, a su vuelta a Ítaca, encontará a su esposa asediada por los nobles de la isla, que hostigan a su hijo y devoran su hacienda.

Gran pesar causa a Odiseo la visión del espectro de su madre, Anticlea, de cuya muerte no tenía noticia. Ella le habla de su esposa y del pesar de su padre, que pasa su vejez amargado por la ausencia de su querido hijo.

Otras mujeres van pasando ante sus ojos: Alcmena, madre de Heracles; Yocasta, que se suicidó al saber que su esposo era su propio hijo; Leda, que tuvo a Helena, Clitemmestra, a Cástor y a Pólux; la desgraciada Fedra...

Quiere detener aquí su narración, pero Alcínoo y su corte están ansiosos de conocer más. Así le habla de su encuentro con Agamenón, al que dio muerte su propia esposa, y con Aquiles, al que da noticias de su hijo Neoptolemo, habido con Deidamia. Habla de Áyax, que se negó a hablar con él, y de otros muchos, incluso Heracles y las torturadas almas de Sísifo, Tántalo y Ticio...

Objetivos

El suicidio de Ayax

Nicolas Poussin: El suicidio de Ayax
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¿Cuál fue el motivo por el que Áyax no quiso hablar a Odiseo en el Hades?

Áyax (o Ayante) fue el segundo, tras Aquiles, en fuerza, valor y apostura entre los griegos. Al morir  Patroclo a manos de Héctor, los troyanos intentaron hacerse con su cuerpo, pero Áyax luchó y logró recuperarlo para entregarlo a Aquiles. Fue él también quien llevó el cadáver de Patroclo a las naves, ayudado por Odiseo. Después del funeral, ambos héroes se disputaron las armas del muerto, disputa que solventó Agamenón entregándolas a Odiseo.

Áyax enloqueció de ira y quiso atacar a sus compañeros, pero Atenea intervino nublando su mente: el bravo guerrero confundió un rebaño de ovejas con sus propios compañeros y las mató a todas. Deshonrado, se suicidó con la espada que Héctor le había regalado tras su primer combate singular.

¿Un regalo de su adversario? Tras un combate igualado, era costumbre reconocer la valía del contrario entregando un obsequio de valor especial: así Áyax entregó su cinturón a Héctor y este le ofreció su espada. En el libro de A. Baricco, el anciano Néstor dice:
"... eran jóvenes, y los jóvenes tienen una idea vieja de la guerra: honor, belleza, heroísmo. Como el duelo entre Héctor y Áyax: los dos príncipes que antes intentaban matarse ferozmente y luego se intercambiaban presentes. Yo era ya demasiado viejo para creer todavía en aquellas cosas. esa guerra la ganamos con un caballo de madera, descomunal, lleno de soldados. La ganamos gracias al engaño, no con la lucha a pecho descubierto, leal, caballeresca. Y esto a los jóvenes nunca les gustó. Pero yo era viejo. Odiseo era viejo. Nosotros sabíamos que vieja era la larga guerra que estábamos librando, y que un día la ganaría aquel que fuera capaz de librarla de una manera nueva". 


Con respecto a esta espada, Sófocles pone estas palabras en su boca:


"desde que recibí esta espada como regalo de Héctor, mi mayor enemigo, ningún bien me han hecho los aqueos; verdad es el proverbio que dice: no son dones los dones de los enemigos..." (Sófocles, Áyax, 660 y ss.)


¿O fue su locura un castigo a su soberbia?

"Áyax, desde el mismo momento en que dejó su casa, actuó como un tonto cuando su padre le hablaba con sensatez. Él le decía: "hay que vencer en la guerra, sí, pero vencer con ayuda de la divinidad". A lo que él respondía con soberbia y arrogancia: "Padre, con la ayuda de los dioses, puede triunfar incluso el que no vale nada, pero yo estoy seguro de que, incluso sin su auxilio, puedo alcanzar la gloria". Este era su altivo lenguaje". (ibid. 762 y ss.).