3.1 La guerra de Cuba y Estados Unidos

La España de la Restauración tuvo una política exterior que puede calificarse de desastrosa, pues se desenganchó de la política mundial y no tuvo ningún norte claro. En general puede decirse que se propugnó una política aislacionista (con intención política muy ambigua y debida en buena parte a la prácticamente nula operatividad y capacidad militar del ejército español). De hecho, será en el siglo XIX cuando el antiguo Imperio Español desaparezca sin dejar apenas rastro. Se vendieron a las potencias—España hacía siglos que no lo era—algunas posesiones (por ejemplo, a Alemania se le vendieron las islas Carolinas y Marianas en 1899 tras el desastre de Tratado de París) y el aislamiento se manifestó en el nulo interés de las naciones europeas por ayudar a España en el conflicto de Cuba y Filipinas. Sin embargo, debe hacerse notar que el fracaso, tanto en Cuba como en Filipinas, tuvo causas ajenas a la nefasta gestión española: la política imperialista emergente de EEUU (Big Stick) había decidido el destino de las colonias españolas. Cabe recordar que la doctrina Monroe, «América para los americanos», significaba en realidad «América para los americanos (para los EEUU)».

Cuba era a finales del siglo XIX el mayor productor mundial de caña de azúcar, de café y de tabaco, y los terratenientes necesitaban el apoyo de la metrópoli (España) para mantener el orden en la colonia (Cuba). Sin duda, los norteamericanos estaban interesados en el fin del dominio español para comerciar libremente con Cuba…

Ya en 1868 el abogado cubano Manuel de Céspedes inició una revuelta contra la dominación española. La revuelta fue aplastada (Paz de Manjón) y  se consiguió estabilizar parcialmente la explosiva situación con la promesa de reformas y autonomía para la isla; pero no se hizo nada y esta política represiva provocó el levantamiento en 1985 de José Martí, influido por la ideología anticolonialista que se extendió a lo largo del siglo XIX.  Además, la exclusión real de los criollos en la administración de la isla hizo surgir en éstos el sentimiento de pertenencia a otra patria, su isla, Cuba; pero como los criollos formaban parte importante del ejército español en Cuba, tuvieron algunos medios imprescindibles para proceder a una sublevación contra la metrópoli, que en ningún caso había aceptado desarrollar proyectos de autonomía de la isla que, a la larga, tal vez hubieran conocido otro fin que no una contienda militar.

Monumento a José Martí en Cinefuegos (Cuba). Imagen de Vgenecr en Wikipedia. Licencia, CC	José Martí. Imagenen Wikipedia. LicenciaCC

Lógicamente, la sublevación de José Martí, fundador del Partido Revolucionario Cubano, que había residido en EEUU donde tenía contactos (cabe destacar también Antonio Maceo, Máximo Gómez y Calixto García) contó con el apoyo popular (mestizos y negros fundamentalmente debido a sus duras condiciones de vida), pero también de otros sectores de la población, pues debe recordarse que Cuba sólo podía comerciar con España y lo hacía en unas condiciones que no le eran en nada favorables. Este monopolio de la metrópoli era desfavorable para la aristocracia criolla, que veía mermadas sus ocasiones de prosperar. La sublevación fue sofocada violentamente por el ejército español (general V. Weyler y su política de mano de hierro), cosa que generó un fuerte resentimiento hacia la metrópoli. Además, la concentración de la población y las medidas que se tomaron para evitar el apoyo a los insurrectos hicieron que los cubanos se hicieran más favorables a la independencia. Cánovas pretendía dotar de autonomía a Cuba tras lograr una estabilización y normalización de la situación (promesas similares habían sido hechas con anterioridad al levantamiento de Martí). Sin embargo, los estadounidenses ya habían visto la oportunidad de ampliar su imperio:  reconocieron y apoyaron a los sublevados. EEUU ofreció, además, comprar Cuba (ya había comprado Alaska…) y se inició una campaña en la prensa contra España

En agosto de 1896 Cánovas fue asesinado y el acceso de los liberales al poder supuso un cambio en la política de España respecto a Cuba. La solución militar pasó a segundo plano: se ofreció una amnistía, autonomía  y el derecho a voto para los que residían en Cuba, pero nada de esto era ya suficiente. Además, se produjo un nuevo frente: la revuelta de Filipinas.

Parece evidente el interés de EEUU en solucionar el problema mediante un conflicto bélico sabedoras como eran las autoridades norteamericanas de su superioridad militar. La explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana dio a los norteamericanos la excusa que necesitaban para declarar la guerra. El presidente norteamericano estaba, sin duda, convencido de antemano, pero, además, los grandes medios de comunicación  (Pulitzer, Hearst) presionaron a la opinión pública y McKinley consiguió la autorización del Congreso de EEUU para intervenir militarmente en Cuba (y, de paso, en Filipinas). Era abril de 1898.

El destino de la guerra estaba decidió de antemano y apenas se necesitaron dos batallas para hacer desaparecer a la marina española. Las batallas de Cavite (Filipinas) y la de Santiago de Cuba echaron el telón sobre los últimos restos del imperio colonial español. En la última batalla fueron asesinados 371 marinos españoles y sólo un norteamericano resultó muerto (y a causa, parece, de un accidente y no del conflicto).

España fue obligada a firmar el Protocolo de Washington y, posteriormente, la Paz de París (1898): se «cedió» a EEUU Puerto Rico, la isla de Guan en el Pacífico y Filipinas (ésta no alcanzaría su independencia hasta 1946). España entró en una crisis cuyas consecuencias fueron largas.