Una novedad importante, recibida del arte cisterciense, es el arco apuntado u ojival (un arco compuesto por dos segmentos de círculo que se unen en ángulo en la clave con el intradós cóncavo), que permitirá agrandar la luz del arco sin aumentar su altura necesariamente. Es una solución sencilla que permitirá ganar luminosidad a los edificios, pero que también contribuirá a dar altura, pues su ejerce un menor peso que el arco de medio punto (románico) y, además, su peso se desplaza con más facilidad lateralmente debido a las nervaduras.
Ya hemos hecho referencia a la bóveda de crucería como elemento característico de las cubiertas: se forma al cruzarse los arcos ojivales: los nervios de los soportes se cruzarán dando logar a la bóveda de crucería (más alta que una simple bóveda de arista). Son una solución realmente maravillosa con la finalidad de que el edificio gane en altura y luz, pues al cruzarse los arcos ojivales (nervios principales) se forma un cuadrado sobre el que recae el peso de la bóveda y de esta manera puede desaparecer el muro que hay entre las bóvedas: de ahí que pudieran abrirse grandes ventanales y la luz se convirtiese en un elementos característico del gótico. Lógicamente, las bóvedas se irán haciendo más complejas a medida que el estilo evolucione: se comienza por la cuatripartita, que se transformará en sexpartita… hasta las octopartitas y, características del gótico inglés, bóvedas en abanico (o palmeadas). Todo esto supondrá una multiplicación de las nervaduras obligando a la transformación de los soportes, pues los pilares tendrán que transformarse para recibir a cada uno de los cada vez más numerosos nervios de la bóveda: las columnas que rodean el pilar irán estrechándose y multiplicándose (pilares baquetonados, que pueden entenderse como evolución de los pilares cruciformes por exigencia de las bóvedas) dando lugar a los característicos soportes del gótico. Esta creciente complejidad tendrá como consecuencia la desaparición del capitel: los pilares baquetonados suelen contar con un capitel corrido, una franja de piedra que abraza y recoge la multiplicidad de columnas (nervios).
Es evidente, sin embargo, que los pilares no eran suficientes para soportar el empuje (vertical y el que se produce por la unión de los empujes verticales y horizontales, es decir, oblicuo) de las bóvedas. La solución que los arquitectos del gótico dieron a este problema tiene, sin duda, su origen en las innovaciones que sucedieron en la época del románico (las bóvedas de cuarto de cañón, que acababan llevando los empujes a los estribos), pero ahora ganan en ligereza y, curiosamente, en firmeza: la bóveda de cuarto de cañón se simplifica en un arco que llevará hacia fuera el peso: los arbotantes trasladan el peso de la bóvedas góticas a los contrafuertes. Con esto el muro puede horadarse y desaparecer (Saint-Chapelle, por ejemplo, o las hermosas vidrieras de la catedral de León). Los contrafuertes, para que el edificio no pierda verticalidad, son rematados con pináculos, que dan a la vez peso y elevación. Sin embargo, trasladar el peso no es la única función que realizan los arbotantes: baste decir que también conducen el agua de lluvia que cae sobre las bóvedas; para apartar el agua de la piedra del muro y evitar el deterioro de éste, el final de los arbotantes tiene un salidero (sobresale del muro haciendo que el agua caiga en vertical hasta el suelo sin tocar la pared) muchas veces decorado con figuras: son las gárgolas, que además tienen un papel simbólico (por ejemplo, las de Notre Dame de París).
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Arbotantes de Nuestra Señora de París. |
Pináculos. |
La planta continúa siendo basilical con tres o cinco naves que se cortan el crucero. Las naves laterales se prolongan, como en las iglesias de peregrinación, hasta el deambulatorio o girola. Es característico de la arquitectura gótica el desarrollo de las cabeceras, especialmente en Francia, donde encontramos verdaderas catedrales macrocéfalas. A veces la diferencia entre las alturas de las naves es muy grande (como en el caso de Francia) lo que contribuye a la luz se apodere del edificio; en otras ocasiones (España) la diferencia de altura entre las naves es menor (pero debe tenerse en cuenta que cuanto más al sur mayor es la luminosidad). Las naves, además, se comunican libremente unas con otras, pues el muro ha perdido su función sustentadora y lo que encontramos como separación son sólo los pilares. Esto contribuirá a la desaparición de los triforios, que tan característicos eran del románico.
Las fachadas suelen ser de varios tipos y suele haber varias, siendo la más importante la de los pies de la iglesia que presenta dos torres de planta rectangular. Las fachadas no reproducen al exterior el interior del edificio (la catedral de Sevilla, por ejemplo, tiene siete naves—cinco más dos laterales de capillas—, pero en la fachada oeste sólo encontramos tres accesos, tres portadas). Las portadas están formadas por arcos apuntados en donde se colocan personajes del Antiguo y Nuevo Testamento en jambas, arquivoltas, parteluz y tímpano. Hay una clara evolución en los motivos vegetales: tienden a hacerse más geométricos acabando por adoptar la forma de llamas (de ahí el nombre de uno de los últimos estilos góticos, el flamígero). Llaman especialmente la atención los rosetones, grandes círculos con tracerías en forma de estrella, que se abren en la parte superior de las portadas góticas.
La sensación general es de ascensión, pues con pináculos, agujas y torres rematadas con flechas se consigue la sensación de altura, de elevación. Junto a esa sensación de ascensión, la de transparencia causada por la desaparición de los muros cerrados: es la liviandad lo que caracteriza al gótico. Todos los elementos arquitectónicos están en función de significados simbólicos y las catedrales góticas pueden leerse como una nueva forma de religiosidad, más interiorizada y personal, en la línea de lo que se llamará devotio moderna.