Seguro que sabéis que el turismo es un campo clave para la economía de España y Andalucía. Para que lo entendáis, basta con decir que aporta más del 10% del Producto Interior Bruto de nuestro país. Dentro de este sector, el turismo cultural es una de las modalidades que más ha crecido en nuestra comunidad en los últimos tiempos. Está claro que el patrimonio cultural andaluz supone una oferta insuperable para el turista, tanto en variedad como en calidad. Según los estudios realizados por la Consejería de Turismo y Deporte, una cuarta parte de las personas que nos visitan, lo hacen motivados principalmente por conocer nuestro producto cultural. Esto supone más de seis millones de personas al año. Además, este tipo de visitantes se gastan, de media, 76 euros cada día que pasan aquí, una cifra considerablemente superior a lo que suelen dejarse los visitantes que van buscando otro tipo de producto.
Con estos datos entenderéis perfectamente lo importante que es el turismo cultural para nuestra comunidad a nivel económico. Está claro que nuestro patrimonio es valorado fuera y nos aporta una gran cantidad de empleos e ingresos. Pero no todo es bonito en esta relación. Cuando los bienes culturales se incorporaron a la oferta turística, sé pensó solo en las ventajas y no se previó ningún efecto negativo. Sin embargo, sí que hay aspectos nada positivos en el aprovechamiento turístico del patrimonio. De hecho, explotación económica y preservación son dos conceptos que no suelen casar demasiado bien. Los recursos patrimoniales son, por lo común, frágiles y no renovables y es evidente que el turismo provoca impactos y efectos no deseados sobre ellos. El tipo de turismo que se impone en nuestro país es el de masas. Recibimos una afluencia enorme de turistas, y es inevitable que esto provoque una sobreexplotación de los recursos patrimoniales.
Fundamentalmente son dos tipos de perjuicios los que la masificación turística provoca en nuestro patrimonio cultural:
1. Deterioro de los bienes. La mayoría de monumentos y bienes materiales que forman parte de nuestro patrimonio no fueron construidos con el objetivo de ser disfrutados por multitudes. La presencia masiva de turistas implica un desgaste continuo del patrimonio, lo que lleva a su inevitable deterioro. A mayor masificación, más castigo para el bien. Como ya hemos dicho, el patrimonio cultural es irremplazable. Nos creemos que, por visitar a un monumento, no le va a pasar nada malo pero tenemos que entender que el discurrir de tantas y tantas personas supone un gran estrés para las estructuras y materiales del bien en cuestión, aparte de que multiplica la probabilidad de que existan malos comportamientos. Los impactos negativos que más comúnmente nos podemos encontrar son los siguientes:
- Erosión y desgaste, especialmente en las zonas de paso más utilizadas.
- Destrucción de elementos y estructuras.
- Expolio y vandalismo.
- Contaminación atmosférica y lumínica.
- Deterioro del paisaje.
- Modificación de tramas históricas.
2. Pérdida de autenticidad. Está claro que los turistas dejan mucho dinero en Andalucía. Ello implica una peligrosa tentación: el hecho de que por intentar aumentar el número de visitantes se ponga el riesgo la identidad de nuestro patrimonio cultural. La avaricia puede llevar a que la auténtica originalidad de un bien patrimonial se altere con el objetivo de hacerlo más atractivo y accesible a la actividad turística. Esto puede manifestarse de muchas formas: reformas de edificios con el objetivo de facilitar el acceso a más turistas, sustitución de costumbres tradicionales en fiestas populares por otras más atractiva para el visitante... Especialmente cuidado hay que tener con los efectos que puedan tener sobre el entorno de los bienes patrimoniales las actuaciones encaminadas a incrementar el número de turistas. La construcción de vías de comunicaciones y la aparición de hoteles y locales de ocio en las cercanías de los recursos patrimoniales, puede conllevar una alteración de la identidad de los mismos, aparte del deterioro físico que también implica. Recordemos, a modo de ejemplo que la ciudad de Dresde dejó de ser Patrimonio de la Humanidad al construir un nuevo puente sobre el río que la cruza.