Adela Cortina. Del fixismo al evolucionismo
Al ser humano siempre le ha interesado saber de dónde viene, conocer cuáles son sus orígenes. Una forma de responder a esta cuestión ha sido el evolucionismo, que se opuso desde el principio al fixismo. En el siglo IV a.C., Aristóteles estableció una clasificación de los seres vivos en especies. Partía de la idea de que éstas permanecían inalterables (es lo que posteriormente se denominó fixismo) y de que había otros seres, tales como gusanos, insectos y ratones, que surgían a partir del barro o de una materia orgánica en descomposición, es decir, la llamada generación espontánea. El fixismo fue propuesto por George Cuvier (1769-1832). Esta teoría considera que todas las especies son independientes y permanecen inalterables a través del tiempo desde su creación.
Se entiende por evolucionismo la teoría según la cual el universo y la vida en todas sus manifestaciones son el producto de un desarrollo. La diversidad de las especies es el resultado del cambio y la adaptación y se cree que los seres vivos actuales proceden, a través de cambios más o menos lentos, de antecesores comunes. El evolucionismo se difundió a partir del siglo XIX, pero tuvo un antecedente próximo en el transformismo del siglo XVIII, defendido tímidamente por Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) y, de una forma más decidida, por Moreau de Maupertuis (1698-1759). Según el transformismo, la aparición de nuevas especies se debe a la transformación de las primitivas. Entre las teorías propiamente evolucionistas podemos destacar las siguientes:
A) El lamarquismo (finales del siglo XVIII-XIX).
El lamarquismo es la primera teoría global de la evolución biológica. Se encuentra expuesta en la Filosofía zoológica, obra del naturalista francés Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829), publicada en 1809. El lamarquismo defiende básicamente las siguientes afirmaciones:
• La naturaleza es un todo en el que animales y plantas emergieron de la materia inanimada por generación espontánea.
• Hay una progresión gradual desde unos organismos más simples a otros más complejos, hay una tendencia hacia el perfeccionamiento.
• El mecanismo por el que se producen los cambios graduales es la adaptación al ambiente por medio del uso y desuso de determinados órganos. • El ejercicio de los órganos produce su desarrollo y perfección. De aquí surge la afirmación, que se ha hecho célebre: «la función crea el órgano».
• Los caracteres así adquiridos se heredan, permitiendo una mejor adaptación a las condiciones del entorno. Por ejemplo, las jirafas tienen el cuello largo porque éste ha ido creciendo durante generaciones para poder alcanzar mejor las hojas de los árboles. Aunque Lamarck no aportó pruebas convincentes para demostrar que los caracteres adquiridos se heredan, sus tesis fueron de gran interés y ayudaron a formular la propuesta evolucionista.
B) El darwinismo: Charles Darwin (1809-1882).
En 1858, tras un viaje por las islas Galápagos y América meridional, Darwin y Alfred Russell Wallace (1823~1913) presentan en Londres una nueva teoría de la evolución basada en sus propias observaciones. Según Darwin, se entabla una lucha por la supervivencia porque hay más seres vivos que recursos, lo cual provoca un proceso de selección natural. En esa lucha sobreviven los más aptos, los que presentan las características o variaciones mejores para adaptarse al medio, los peor adaptados perecen, y los más adaptados transmiten sus características a sus descendientes; las variaciones son transmitidas a sus descendientes. La evolución biológica se explica mediante un proceso de selección natural y no mediante un proceso de adaptación al medio. Aunque esta teoría de la selección natural se impuso a la de Lamarck, tampoco explicaba suficientemente el mecanismo de la evolución, porque le faltaba una teoría adecuada para aclarar cómo las variaciones se transmiten por herencia, es decir, requería una explicación de la herencia biológica como la elaborada por Gregor Mendel (1822-1884) tras sus experimentos con guisantes en el jardín de su monasterio.
C) El mutacionismo.
A partir de Mendel, la investigación genética en la segunda parte del siglo XIX y comienzos del XX promovió una nueva teoría, el mutacionismo, según la cual el progreso evolutivo depende de mutaciones. Alrededor de 1901, Hugo de Vries (1848-1935) distinguió dos tipos de variaciones: las modificaciones, provocadas por cambios medioambientales, que no se heredan; y las mutaciones, que son alteraciones que se producen en los genes de los organismos vivos y se transmiten por herencia. Sin embargo, según esta teoría, las mutaciones se producirían por causas que actúan al azar, que no necesariamente provocan mejoras. En 1910 Lewis Morgan localizó los genes en los cromosomas y explicó las mutaciones mediante cambios cromosómicos. Y en 1953 James Watson y Francis C. Crick dan a conocer el ADN, o ácido desoxirribonucleico, como constitutivo de los cromosomas.
D) Teoría sintética de la evolución o neodarwinismo.
La pugna entre los defensores de la selección natural y los de la mutación condujo a una teoría sintética de la evolución, como la expuesta en 1937 por Theodosius Dobzhansky en su obra "La genética y el origen de las especies", que fue desarrollada en años sucesivos con datos de la zoología, la paleontología, la botánica y, posteriormente, la biología molecular. En este estudio se intentan armonizar el principio darwinista de la selección natural y los principios genéticos de la mutación como mecanismos explicativos del proceso evolutivo. Según esta teoría, las mutaciones (que se producen al azar por radiaciones, agentes químicos, etc.) explican las variaciones casuales de los organismos que se heredan, y la selección natural dirige el curso de la evolución eliminando las variaciones menos dotadas y perpetuando a los individuos mejor adaptados. Las mutaciones originan los caracteres que producen la variación progresiva de las especies. Podemos decir, pues, que desde un punto de vista biológico, la evolución de las especies es un hecho, aunque siguen existiendo controversias sobre cuál es el mecanismo por el que se produce.
Santiago Collado. Teoría de la evolución
La teoría de la evolución ha sido un incentivo poderoso para la reflexión filosófica desde sus primeras formulaciones. Hoy en día se publican numerosos estudios que llevan la etiqueta de filosóficos y que se centran en el ámbito de la biología. Gran parte de ellos, directa o indirectamente, abordan temas relacionados con la evolución. Por una parte están los problemas epistemológicos relacionados con la teoría, de los que ya se ha hecho mención en el apartado anterior y que tienen que ver con la consideración de su estatuto científico. También en el ámbito epistemológico comparece el problema de la reductibiliad de la teoría de la evolución, y de la biología en general, a otras disciplinas como la física. Este tema también tiene implicaciones ontológicas. La adaptación, el papel de la selección natural y su legitimidad como noción no tautológica, el azar, la noción de función, cuáles son las unidades de selección, la emergencia de propiedades, el concepto de progreso en biología y la continuidad evolutiva del hombre respecto al resto de los animales, son algunas de las otras muchas cuestiones relacionadas con la evolución que son objeto de la reflexión filosófica en la actualidad. No nos es posible abordarlas en este escrito de carácter enciclopédico. Sí es oportuno considerar aquí, aunque sea brevemente, el hecho que el trasfondo de la mayoría de las cuestiones planteadas gira en torno a la reflexión sobre las causas de la evolución.
La reflexión sobre las causas, especialmente cuando se centra en las causas más radicales o primeras de cualquier realidad, es genuinamente filosófica y obliga a adoptar un enfoque que es global, el propio de la filosofía. Un peligro que, directa o indirectamente, está presente en la consideración de las causas de la evolución es pretender ofrecer soluciones que deben darse desde una perspectiva global, esto es filosófica, con elementos propios del método científico y que, por tanto, no tienen ese alcance. Por ejemplo, la afirmación del azar como principio motor de la evolución, en la manera en que lo propone Monod [Monod 1987], por ejemplo, incurre en una reducción de este tipo. En realidad, el azar forma parte de un mecanismo que, por sí sólo, no es capaz de dar explicación de la evolución desde un enfoque global.
Este tipo de reduccionismos son con frecuencia contestados desde la misma ciencia. El mismo Dobzhansky afirma: «No pienso que la teoría biológica moderna de la evolución se base en el “azar” hasta el grado que lo teme Auden o que lo afirma Monod. Lo conocido y lo desconocido de esta cuestión merecen una consideración detallada» [Dobzhansky 1983: 394-395]. En el mismo documento afirma lo siguiente: «La adaptabilidad mediante la cultura y el lenguaje simbólico transmitido de forma extragénica se ha desarrollado en una única especie —el hombre. Llamar a esto “azar” es una solución sin sentido. El atribuirlo a la predestinación es incompatible con todo lo que se conoce acerca de las causas que producen la evolución. La analogía con la creatividad artística es, por lo menos descriptivamente, más adecuada, ya que no se oponen diferencias obvias a lo contrario» [Dobzhansky 1983: 422-423]. La búsqueda de las causas más profundas conduce la reflexión que lleva a Dobzhansky a ver la analogía con la creatividad artística la mejor manera de expresar sus ideas sobre las causas de la evolución. Pero la misma noción de creatividad que él emplea tiene grandes limitaciones y presenta problemas cuando se atribuye a la selección natural. La sinceridad que mueve su reflexión queda patente en las siguientes palabras: «Ni aparecimos por azar ni estábamos predestinados a aparecer. En evolución, el azar y el destino no son alternativas. Tenemos aquí una ocasión en la teoría científica, en la que debemos invocar algún tipo de dialéctica hegeliana o marxista. Precisamos de una síntesis de la «tesis» del azar y de la «antítesis» de la predestinación. Mi competencia filosófica es insuficiente para esta tarea. Imploro la ayuda de colegas filósofos» [Dobzhansky 1983: 419].
El debate sobre las causas en la naturaleza es tan antiguo como la filosofía. Las reflexiones acerca del movimiento centran las reflexiones de los primeros filósofos griegos. Los frutos más maduros de esta reflexión se encuentran en la doctrina Aristotélica de las cuatro causas: material, formal, eficiente y final. La evolución del pensamiento posterior a Aristóteles incide de una manera u otra en el modo en que dichas causas son entendidas. La ciencia experimental, desde su nacimiento, ha tenido una importante repercusión en esta comprensión. En el ámbito de la biología tiene una importancia particular el modo en que se ha entendido la causa final. La finalidad, su modo peculiar de causar o su inexistencia como causa es una constante en la reflexión filosófica. El nacimiento de la mecánica, por ejemplo, modificó de una manera sustancial el modo de entender las cuatro causas y, de una manera particular, la causa final. El efecto de esta modificación es importante tenerlo en cuenta para entender la orientación que han seguido muchos de los debates de carácter filosófico en torno a la teoría de la evolución.
El cambio más importante introducido por la mecánica respecto de la causa final radica en que se empezó a contemplarla como causa externa a la naturaleza. Para Aristóteles la finalidad está en la naturaleza de las cosas, lo cual era para él especialmente patente en los seres vivos. Esta perspectiva se mantiene en los grandes maestros medievales que ven en la finalidad una vía para acceder a la existencia de Dios: el argumento de la finalidad. El cambio de perspectiva introducido por la mecánica llevó también a una reformulación apenas perceptible del argumento de la finalidad. El argumento de la quinta vía de Santo Tomás, el de la finalidad, ya no es el argumento teleológico empleado por Paley (1743-1805) para demostrar la existencia de Dios. Ambos entienden de manera distinta la naturaleza y sus causas. El argumento de Paley lleva a afirmar la existencia de un Dios que es la explicación de la complejidad de los seres vivos, pero que causa desde fuera. El ejemplo que emplea de complejidad es la que ostenta un reloj: el orden que manifiestan sus piezas no puede ser explicado por “causas naturales”. Las causas del argumento de Paley ya no son las causas aristotélicas. En particular es distinta la causa final. La finalidad del reloj es externa o extrínseca al mismo reloj: una concepción diferente de la entendida por Aristóteles y la tradición tomista para la complejidad que presenta cualquier ser vivo. En ella es muy importante la noción de naturaleza, en la cual se da una unidad, que podríamos llamar intrínseca, entre la causa formal y la final.
Antes de Darwin el argumento de Paley parecía ser convincente como argumento para acceder a Dios. La filosofía mecánica cumplía de esta manera un papel apologético. Los problemas surgen con Darwin porque su propuesta parece dejar sin fundamento el argumento de la finalidad. Lo que se debe destacar es que el argumento que directamente se ve afectado por la propuesta de Darwin es el sostenido desde la filosofía mecánica. La teoría de la evolución parece ofrecer un modo de explicar la complejidad sin necesidad de recurrir a agentes externos que tengan que diseñar u ordenar los diversos organismos. Esto es inmediatamente interpretado por muchos como una eliminación de la finalidad como causa de la naturaleza. La mecánica pareció borrar la finalidad del mundo inanimado y Darwin, para muchos, consiguió hacer lo mismo en el mundo vivo. Pero eliminar la finalidad es dejar sin base uno de los argumentos más importantes de acceso a Dios. La ciencia, se afirma desde estas posiciones, ha ido arrebatando el papel causal de agentes sobrenaturales a favor de la ciencia. Ayala, por ejemplo, afirma: «Los avances científicos de los siglos XVI y XVII habían llevado los fenómenos de la materia inanimada —los movimientos de los planetas en el cielo y de los objetos físicos sobre la Tierra— al terreno de la ciencia: explicación por medio de leyes naturales. Del mismo modo la selección natural proporcionaba una explicación científica del diseño y la diversidad de los organismos, algo que había sido omitido por la revolución copernicana. Con Darwin, todos los fenómenos naturales, inanimados o vivos, se convirtieron en tema de investigación científica» [Ayala 2007: 24-25].
Las palabras de Ayala no presuponen explícitamente la expulsión de Dios de la racionalidad pero pueden dar pie a pensar que Dios queda recluido al mundo de lo subjetivo y que, por tanto, en el mejor de los casos, no hay incompatibilidad entre Dios y la ciencia porque pertenecen a ámbitos que no tienen puntos en común: la tesis del doble magisterio que defiende Ayala y también Gould, por ejemplo.
Estos peligros se derivan de una visión finalista pasada por el filtro del mecanicismo. Es suficiente leer un texto de Tomás de Aquino para constatar que en su propuesta la finalidad no explica la complejidad de una manera externa sino desde la propia naturaleza y, por tanto, a través de las leyes naturales: «La naturaleza es, precisamente, el plan de un cierto arte (concretamente, el arte divino), impreso en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado: como si el artífice que fabrica una nave pudiera otorgar a los leños que se moviesen por sí mismos para formar la estructura de la nave» [S. Tomás de Aquino, Comentario a la Física de Aristóteles, libro II, lectio 14, n.8]. Tomás de Aquino no se opone a un naturalismo metodológico.
El pluralismo causal de la tradición realista es más rico que el que se deriva de la filosofía mecánica y sobre el que se apoyan todavía muchos de los debates que tienen que ver con la finalidad y las causas en general. El pluralismo causal se enfrenta a los monismos de diverso signo que han sido propuestos como explicación causal de la evolución, los más importantes de tipo materialista. La propuesta de la tradición realista no se enfrenta a un naturalismo metodológico como el que es patente en las palabras de Ayala citadas anteriormente. La filosofía de la tradición realista asume todo lo que la ciencia puede decir en su ámbito, pero encuadra la finalidad, como causa, en un contexto más amplio del que corresponde al método científico.
Francisco José Ayala. Origen y evolución del hombre
Existen en la humanidad dos clases de herencia: la biológica y la cultural, que pueden ser también llamadas herencia orgánica y herencia superorgánica. La herencia biológica es, en el hombre, semejante a la de los demás organismos dotados de reproducción sexual y está basada en la transmisión, de padres a hijos y por medio de las células sexuales, de la información genética codificada en el ADN. La herencia cultural, por el contrario, es exclusivamente humana y reside en la transmisión de información mediante un proceso de enseñanza y aprendizaje, que es, en principio, independiente de la herencia biológica. La cultura no sólo se transmite por la instrucción y la enseñanza, sino también por el ejemplo y la imitación, por medio de los libros, los periódicos y la radio, la televisión y el cine, a través de los objetos de arte y por cualesquiera otros medios de comunicación.
La herencia cultural hace posible para el hombre lo que ningún otro animal puede llevar a cabo, esto es, la transmisión acumulativa de sus experiencias, de generación en generación. Los animales son capaces de aprender por experiencia, pero no de transmitir sus experiencias o «descubrimientos» a las generaciones futuras. Los animales tienen memoria individual, pero no «memoria» social; por el contrario, los seres humanos han heredado una cultura, precisamente debido a su capacidad de transmitir sus experiencias acumulativamente, de una a otra generación. […]
La herencia cultural hace posible la evolución cultural; esto es, la evolución del conocimiento, la ética, las estructuras sociales y todos los demás elementos que constituyen la cultura, haciendo posible un nuevo modo de adaptación exclusivo de los seres humanos: la adaptación por medio de la cultura. […]
Sin embargo, la evolución biológica y la evolución cultural están relacionadas mutuamente, como las dos vertientes de una cordillera, que pueden ser muy diferentes en topografía, e incluso en flora y fauna, pero que conducen a las mismas cimas y que no pueden existir la una sin la otra. La cultura sólo puede aparecer si existe una base biológica adecuada y depende enteramente de la naturaleza y propiedades de tal base. Al mismo tiempo, la cultura extiende sobremanera el poder adaptativo de la naturaleza biológica y constituye, hoy en día, la fuente más importante de los cambios ambientales que propelen la evolución biológica del hombre.
De ahí que, aun cuando la evolución cultural predomina sobre la biológica, ésta continúa aún en la especie humana y tal vez se haya acelerado en épocas recientes, precisamente debido a las nuevas condiciones ambientales creadas por la cultura.