1.2. La política española. América

España también estará dentro de la órbita de crisis europea. Si el siglo XVI había sido una época de esplendor representada por los Austrias mayores, Carlos I y Felipe II, a partir del siglo XVII la cosa empieza a empeorar.

Conde Duque de Olivares, Velázquez. Imagen en Wikipedia. Dominio público

Para empezar, los Austrias menores, Felipe III y Felipe IV, no fueron unos monarcas muy entusiastas con la política. Por ello dejaron sus gobiernos en manos de los validos, unos personajes de la nobleza en los que el rey dejaba el gobierno. Pero la forma de gobernar estuvo poco controlada, por lo que los abusos y las actuaciones fuera de la ley fueron comunes y también criticadas por aquellos a los que no les favorecía. Conocidos fueron el Duque de Lerma en tiempos de Felipe III y el Conde Duque de Olivares en el de Felipe IV.

La Guerra de los Treinta años que se estaba produciendo en Europa, y en la que España también participó, salpicó a la política interna del país. El Conde Duque de Olivares ideó la Unión de Armas, un proyecto en el que se solicitaba a todos los reinos la contribución para la guerra. Pero esto no fue aceptado por las instituciones catalanas. A pesar de ello, no se dudó en mandar las tropas castellanas a Cataluña para luchar contra las tropas francesas. Esta injerencia provocó el malestar en Cataluña y el estallido de revueltas que culminarán con el asesinato del virrey. La rebelión continuó hasta tal punto que Cataluña prefirió ponerse bajo la soberanía de los franceses, provocando el enfrentamiento directo entre Francia y España que terminó con la recuperación del dominio sobre Cataluña, pero no sin perder algunos territorios como el Rosellón y la Cerdaña.

Este desconcierto fue aprovechado en Portugal para una rebelión paralela, proclamando al duque de Branganza como rey al margen de la unión con España. Tanto Francia como Inglaterra apoyaron esta insurrección, ya que estaban interesadas en que España perdiera poder, consiguiendo el país luso su independencia en 1658.

No podemos afirmar que la economía fuera mejor, pues también estuvo marcada por la crisis. Las dificultades las podemos hallar en todas las actividades. Por ejemplo en la agricultura, muy relacionado por la expulsión de los moriscos en tiempos de Felipe III; o en el comercio donde surgió la competencia de otras potencias en el Atlántico, desapareciendo el monopolio español. A esto debemos sumarles que la gallina de los huevos de oro de la monarquía hispánica, los metales preciosos de las minas americanas, estaba agotándose.

La población fue la que sufrió de primera mano esta crisis, azotando la gran carestía a las personas, a lo que se sumó las grandes epidemias como la peste. Esto aumento que los grupos sociales menos favorecidos aumentaran, incrementando, si cabe, las diferencias entre los que más tenían y los que no tenían nada. La conciencia social del menosprecio al trabajo como ideal de vida, fomentado por las familias de linaje, no contribuyó a la mejora social. De ahí que las calles se llenaran de pícaros y mendigos que formaron parte del paisaje de la época.

En general, podemos decir que asistimos al declive de la monarquía hispánica, y es que poco a poco, la hegemonía española en el continente europea se difumina a favor de un concepto más equilibrado de poder. Esto lo hemos estudiado anteriormente con la Guerra de los Treinta años, por la que a través de la Paz de Westfalia la dinastía de los Austria comienza su declive, perdiendo poder y territorios. Pero esta decadencia se hará del todo irrefrenable con el último de los Austrias, Carlos II. La supremacía del rey francés Luis XIV se hará cada vez mayor, y a la muerte de Carlos II la Guerra de sucesión confirmará la hegemonía francesa en Europa, siendo reconocida en la Paz de Utrech de 1713. Desde este momento el Imperio español comienza su final.