1.1.4. La importancia del aprendizaje en base a los mecanismos de percepción y decisión sobre los aspectos de ejecución

Al ser la ejecución el último mecanismo o eslabón de la cadena sensomotora, en la ejecución de cualquier habilidad motriz o tarea motora van a influir enormemente los otros dos mecanismos que le anteceden: la percepción y la decisión. Una mala percepción y/o decisión determinará una mala ejecución. Cuando construimos tareas, juegos, ejercicios... hay que tener en cuenta las capacidades de percepción, decisión y ejecución de la persona.

Para aprender una nueva habilidad motora o ejecutar con éxito una acción motriz, previamente se han tenido que percibir adecuadamente todos los estímulos necesarios, analizarlos, tomar la decisión más acertada en base al contexto espacio-temporal en que se va a llevar a cabo, y ejecutar lo decidido con exactitud.

Sobre la percepción, y siguiendo a Jiménez Salas (2004), basados en las teorías del procesamiento de información, el sujeto dispone de recursos limitados para la atención. Si la tarea es novedosa o muy compleja, el sujeto suele ralentizar sus acciones, porque no es capaz de procesar rápidamente esa información debido a los altos recursos de atención que necesita. Estaríamos hablando de procesos controlados, los cuales suponen un acto “consciente” por parte del sujeto, que casi no es capaz de atender con éxito a otra tarea. El balonmano, por ejemplo, requiere de muchas tareas, cambiantes y en muchos casos complejas, y, sin embargo, vemos jugadores, no ya competentes, sino expertos; es decir, perciben y procesan con rapidez, precisión y éxito los diferentes estímulos del juego, y los interpretan adecuadamente en su contexto espacio-temporal determinado. Ello quiere decir que manipulando y controlando los estímulos importantes a percibir en los ejercicios, o en las tareas que propongamos, se puede llegar a tal nivel de familiarización con dichos estímulos que se pueda superar esa limitación de recursos, de manera que se reconozca la tarea y se supere sin la necesidad de un acto “consciente”, es decir, hablaríamos entonces de “procesos automáticos”.

A medida que el atleta convierte en automáticas ciertas destrezas, deja de prestar atención a las mismas, pudiendo utilizar el esfuerzo atencional para otros aspectos que lo requieran. En los trabajos de González (2003) sobre la atención y el rendimiento deportivo se acredita sobradamente esta idea, pudiéndose concluir que los atletas que poseen mayor nivel de destreza deportiva tienen mayor capacidad para atender a más estímulos al mismo tiempo.

Como vemos, gracias a la atención, el atleta puede seleccionar (“filtro estimular”) y procesar la información más relevante de todos los mensajes concurrentes, mientras que el resto de la información (eventualmente irrelevante) queda atenuada y recibe un procesamiento mínimo o nulo. De hecho, el deportista no es un mero receptor de información, sino que sus procesos atencionales le permiten dictaminar en cada momento qué mensajes del entorno son valiosos y requieren una elaboración cognitiva. La atención, por tanto, ha de ser entendida como un mecanismo de regulación y control activo que permite al procesador una toma de decisión ante los estímulos percibidos, estímulos que serán seleccionados y procesados -o no- según su validez y conveniencia para la ejecución de la tarea (De Vega, 1994).

Al principio del aprendizaje de algo nuevo, se recomienda que la información y los estímulos a percibir y tener en cuenta o atender sean pocos y claros, que el número de decisiones a tomar sea ninguna, o tan solo una al principio, para ir incrementando este poco a poco, y que desde el punto de vista de la ejecución se precise de pocos factores cualitativos y cuantitativos del movimiento. Es decir, que la tarea sea de baja dificultad perceptiva, de baja dificultad en cuanto a toma de decisión, y de baja dificultad desde el punto de vista de la ejecución.

Desde el punto de vista perceptivo, en los niveles de menor dificultad perceptiva se situarían las tareas motrices cerradas, habituales y de regulación interna, siguiendo las clasificaciones de tareas motrices de Poulton (1957), Knapp (1963) y Singer (1980), respectivamente; las cuales caracterizan a la mayoría de habilidades motrices específicas de los deportes individuales donde el deportista participa solo o en un espacio delimitado solo para él (anillas en gimnasia artística, calle de 1100 m en atletismo, etc.), y donde apenas tiene estímulos que percibir ni analizar, ni que tomar decisiones, sino que tan solo tiene que ejecutar el movimiento de la forma más precisa en cuanto a factores cualitativos y cuantitativos se refiere. Por ejemplo, lanzar una jabalina, donde lo importante para tener éxito es percibir la línea máxima de lanzamiento para no pisarla, y conjugar la técnica o biomecánica perfecta del gesto deportivo (factores cualitativos de coordinación del movimiento) con los factores cuantitativos del movimiento, relacionados estos con las capacidades físicas de fuerza, velocidad y flexibilidad o amplitud de movimiento.

Sin embargo, en el extremo opuesto, mayores niveles de dificultad desde el punto de vista de la percepción, se situarían las habilidades o tareas motrices abiertas, perceptivas y de regulación externa, siguiendo la clasificación de los autores citados anteriormente (Poulton, 1957; Knapp, 1963; Singer, 1980). Estas son más propias de los deportes colectivos de colaboración-oposición, como el balonmano, el fútbol, etc., ya que para que su ejecución sea exitosa es necesario percibir muchos estímulos del entorno y decidir entre varias opciones; y dentro de ellas, entre varias alternativas, además de ejecutar lo programado en un contexto rico y continuamente cambiante, y ante la oposición inteligente de uno o más adversarios que intentan, por todos los medios reglamentarios, evitar que la ejecución tenga éxito.

Importante

En los deportes de adversario (tenis, judo, etc.), y en los colectivos de colaboración-oposición, donde predominan las tareas motrices abiertas, perceptivas y cognitivas, los técnicos deportivos hemos de ser capaces de analizar y diseñar tareas de menor a mayor complejidad en cada uno de los tres mecanismos, no pudiéndose obviar la dimensión y formación cognitiva de los deportistas a los que estamos enseñando y/o entrenando. Hay que diseñar tareas y situaciones en progresión, en las que los participantes tengan que percibir y tomar decisiones. Para el deportista no basta con decidir qué hacer y realizar un gesto técnico de forma correcta, como por ejemplo, pasar, sino que además tiene que decidir a quién pasar, cómo pasar, cuándo pasar, con qué trayectoria, intensidad, etc., en función de las circunstancias del juego en cada momento, fomentando de esta forma el pensamiento táctico y la táctica individual, la inteligencia o lógica motriz.

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Así pues, no es suficiente con conocer estos mecanismos, sino que hay que saber enseñarlos, trabajarlos y entrenarlos.

La atención es entrenable, y por tanto debe estar en la programación de cualquier técnico deportivo, y aún más si cabe en los deportes colectivos de colaboración-oposición, donde, como acabamos de ver, los estímulos a percibir son muchos y variados. 

Por ejemplo, cuando un entrenador le dice a su deportista que “se centre”, este lo haría de forma más eficaz si se le explicara hacia dónde debe dirigir su atención y a qué estímulos concretos debe atender. En este sentido, destaca la teoría de los estilos atencionales de Nideffer (1976) y sus 4 dimensiones atencionales. En general, el aprendizaje de habilidades requiere comenzar con un enfoque atencional reducido que deberá ensancharse a medida que la habilidad se domine más y sea necesario integrarla en un determinado contexto más amplio (para ampliar información sobre los estilos atencionales, consultar el Tema 2).

En cuanto al aprendizaje y el entrenamiento de la toma de decisiones, en balonmano, por ejemplo, siguiendo a Jiménez Salas (2004, p. 7), el deportista tiene que entrenar y aprender a tomar todo tipo de decisiones, como “pasar o botar durante el contraataque; llevar a banda o hacer golpe franco al poseedor de balón durante el repliegue; volver a lanzar tras dos fracasos recientes, renunciar a la disuasión o incrementarla, decidir el tipo de ataque en función del tiempo y el resultado del marcador, etc., y todas estas decisiones se tienen que tomar en un tiempo muy reducido, por lo que estas 'eventualidades' han debido ser, en lo posible, previstas y 'automatizadas' durante el entrenamiento, en situaciones análogas a la competición o en competiciones anteriores de las cuales se retrotrae información”.

¿Cómo hacerlo? Mediante ejercicios específicos, novedosos y motivantes, implicando al deportista cognitivamente, de forma consciente, aportándole feedback suplementario apropiado, considerando una práctica repetitiva suficiente para asegurar su fijación, elevando el número de alternativas de respuesta, apremiando al jugador a buscar soluciones por sí mismo… Todo ello, en definitiva, aumenta el repertorio de posibilidades técnico-tácticas de los jugadores, les permite escoger la respuesta más adecuada en menos tiempo, con menos esfuerzo y mayor fluidez, predisponiéndoles además a afrontar otros problemas o aprendizajes (op. cit. 2004, p. 4).