Entendemos hoy día el arte no solo como una cuestión de percepción estética o disfrute de lo bello o lo expresivo. Es también un elemento más del mercado, del capitalismo imperante en el que la obra de arte, como tal, es un producto con el que comerciar de un modo u otro. No es ya solo la creación para la venta en salas o galerías, ni las históricas ventas por millones de obras de autores que han pasado a la historia. Es, también, el comercio indirecto: la venta de entradas de las exposiciones, los catálogos y, cómo no, esas tiendas con la que concluyen las visitas a los museos en las que comprar imanes para los frigoríficos, tazas para el café o camisetas con alguna serigrafía representando a un artista destacado que se expone en el museo.
El arte es, hoy día, algo que se define, entre otras cosas, por su valor económico, por la riqueza que genera. No, no es su única función ni su única razón de ser, pero es cierto que se ha incorporado a la perfección al mundo de capitalismo y consumismo de masas en el que vivimos.
Pero ¿siempre ha sido así? Evidentemente no, sobre todo porque el capitalismo como teoría económica no triunfa hasta el siglo XVIII - XIX.
Ya Platón hablaba de que el valor del arte radicaba en su capacidad para representar lo bello y no en tanto a una actividad productora. Aristóteles, conectaba la actividad artística con el momento de inspiración y con la realidad de la experiencia humana.
En la Edad Media, el valor del arte tiene una conexión básica con la religión y, en cierto modo, con lo pedagógico. La necesidad de vincular la creación artística a la exposición y expresión de las Sagradas Escrituras, determinan un valor que aún no está necesariamente relacionado con lo económico.
A partir del Renacimiento, sobre todo a partir del siglo XVI y especialmente con la llegada del Barroco, el valor del arte va a comenzar a desligarse del valor material y, junto a un incipiente desarrollo del coleccionismo, surge una valorización que va más allá de lo que cuesta su creación. Si en la Edad Media, gran parte del valor de la obra de arte residía en el valor material de sus componentes (joyas, metales preciosos...) a partir del Renacimiento y, como decíamos, sobre todo del Barroco, comienza a surgir una idea de "valor de mercado", que todavía está muy vinculado al prestigio social. Es el momento en el que los grandes aristócratas contratan a los mejores artistas para decorar sus estancias o en el que comienza a comerciarse con determinadas obras de arte. Todo, por un sentido básicamente hedonista y de prestigio social.
En este momento también comienza a incorporarse a la idea del valor del arte el de "la manera personal". Mientras los gremios medievales (y las Academias posteriores hasta que se liberaron) se basaban en un sistema pedagógico tradicional basado en la copia del maestro, a partir del XVII y especialmente del XVIII, la diversificación de la demanda exige algo más que copiar, pide iniciativa personal, creatividad... de modo que se puedan atender a las variedades del nuevo "gusto". Los mecenas son determinantes en este sentido desde el siglo XV. Sus "inversiones" en arte (normalmente no tanto la compra de obras, que también, sino el apadrinamiento de diversos artistas) se hacen para su disfrute personal y su prestigio. Es, en realidad, un puro valor de uso.
La llegada del capitalismo ocurre de la mano del ascenso de una burguesía rica y con formación y gusto estético (no siempre, claro). A partir de este momento, la calidad en el arte va a ser sustituida por el "valor". Ojo, esto no implica que las obras creadas a partir del XIX no tengan calidad técnica, sino que lo que se comienza a priorizar son otras cuestiones, primando, sobre todo, el del valor. Surgen aquí los marchantes y galerías de arte, que no son otra cosa que el medio que el capitalismo tiene para incorporar a la creación artística al proceso económico. Las galerías sustituyen al mecenas y, con ello, el valor de uso se sustituye por el valor de cambio. La galería no deja de ser un negocio en el que lo que prima es la plusvalía y la riqueza que pueda generar un artista o una serie de obras. El arte se ha convertido en una mercancía más y, con ello, el artista, a pesar de su "libertad creativa", se ha convertido en un trabajador asalariado que recibe una parte del valor de su trabajo.
En la actualidad, si uno hace una búsqueda sobre cuál es el valor del arte y cuáles son las cuestiones que lo determinan, aparecen palabras e ideas tales como: reputación, autenticidad, inversión, demanda, rareza, historia, conservación, lugar de venta, material y dimensiones. Si te fijas, algunas de ellas remiten directamente a ese valor del arte como un objeto mercantil, con el que comerciar. Sí, la libertad creativa sigue existiendo, faltaría más, pero hay una realidad de consumo que no podemos obviar.
De hecho, gran parte de la estética desde finales del XIX es, en realidad, una reacción frente a esto. Desde aquellos impresionistas que se apartan (o más bien son apartados) de los círculos oficiosos, hasta estos artistas contemporáneos que usan lenguajes ajenos a ideario común, tratar de revolverse ante esa dictadura del mercado y plantean lenguajes y estéticas no habituales, priorizando así la creación y quizá el "valor de uso", al del valor de cambio. Eso sí, muchos de estos artistas han acabado fagocitados por el mercado y aquellos pintores de vanguardia que reivindicaban su libertad por encima de todo ven (bueno, no ellos, que ya están muertos), como el precio de sus creaciones son casi obscenos.