En el año 1916 se funda en Nueva York la Sociedad de Artistas Independientes con el objeto de favorecer y promocionar a aquellos artistas, especialmente los jóvenes, que se encontraban fuera de la oficialidad. Era una versión americana de esa Société des Artistes Indépedents que se fundó en París en 1884 y que durante décadas fue la que marcó las tendencias estéticas y artísticas al margen de la Academia francesa.
Uno de los miembros de la junta directiva de esa sociedad era el artista francés Marcel Duchamp, que ya por entonces era toda una figura dentro de la vanguardia artística occidental, quizá uno de los más rupturistas del momento (lo cual ya es mucho decir).
Un año después de la fundación de la Sociedad de Artistas Independientes, se organiza la primera exposición, en la que aparecen artistas desconocidos con piezas más o menos destacadas. Uno de estos artistas es un tal R. Mutt que presenta algo un tanto estrafalario, un urinario, al que titula, eso sí, Fontaine. A pesar de que una de las máximas de la sociedad era permitir la exposición de cualquier pieza presentada por un arista, la obra no fue admitida. Es más, Fontaine fue descrita como inmoral, vulgar, una pieza comercial salida del arte de un fontanero. Decían que su sitio "no era una exposición de arte y no es una obra de arte". Es obvio que esta sociedad no era tan vanguardista y rupturista como decían.
La cuestión no habría llegado a mayores si no hubiera sido porque el tal R. Mutt era un pseudónimo de, ni más ni menos, que Marcel Duchamp, uno de los artistas más creativos y valorados de toda la vanguardia artística y casi idolatrado por la Nueva York cultural del momento, y su obra era un Readymade (ese objeto sacado de contexto y convertido en obra de arte), de los que ya había presentado alguno (como su famosa rueda de bicicleta) con notable éxito. Por si eso fuera poco, Duchamp era, como decíamos antes, miembro de la junta directiva de la Sociedad de Artistas Independientes y del jurado que iba a valorar las obras presentadas en la exposición. Evidentemente, su enfado fue mayúsculo y, como no podía ser de otra forma, abandonó la sociedad.