2.2. El caso de Pablo de Olavide

Pablo de Olavide. Archivo de Wikimedia Commons bajo licencia dominio público

El ejemplo más claro que tenemos sobre la fuerza de la inquisición aun en la segunda mitad del siglo XVIII fue lo que se ha conocido como el caso Olavide. Pablo de Olavide (Lima 1725, Baeza 1803) fue un importante personaje dentro de la política del siglo XVIII español. Su filosofía ilustrada se formó en sus años en Francia, donde conoció al propio Voltaire. En España, pronto entabló amistad con importantes personajes de la política como el Conde de Aranda o Campomanes, gracias a la cual rápidamente logra un puesto dentro del ayuntamiento de Madrid. Su fama de buen gestor le permite dar un importante salto y ser nombrado por el propio Carlos III como “Intendente de Sevilla y del Ejército de Andalucía y Superintendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena” cargos que le otorgan un notabilísimo poder dentro del gobierno del rey.

Escudo de la Santa Inquisición Archivo de Wikimedia Commons bajo licencia dominio público

Desde estos puestos Olavide trata de llevar a la práctica lo que su ideología ilustrada y lo que los deseos de Carlos III reclamaban: proyectó un gran hospicio general, programó un plan general de enseñanza, protegió la biblioteca pública y defendió el teatro. Pero su labor más importante fue la colonización de “los desiertos de Sierra Morena”. Con este proyecto se trataba de activar económicamente una zona muy deprimida. Para ello se planteó la necesidad de ofrecer tierras, vivienda, materiales y hasta animales a los nuevos pobladores. Éstos eran en su mayoría de origen extranjero, sobre todo alemanes y suizos, lo que provocó algunos conflictos con la población autóctona que veían con envidia lo que el estado les ofrecía a los extranjeros de forma gratuita. A los nuevos pobladores, además, se les obligaba a enviar a la escuela a sus propios hijos. Es un ejemplo evidente de los ideales de un ilustrado. Poblaciones como La Carolina en Jaén, La Carlota en Córdoba o La Luisiana en Sevilla son ejemplos que aun perduran de este importantísimo plan.

La Carolina. Jaén	La Luisiana. Sevilla	La Carlota. Córdoba.

La Inquisición. Reo camino de su condena Archivo de Wikimedia Commons bajo dominio público

Pero desde su llegada a España la Inquisición lo vigilaba de cerca. Su cercanía con los ilustrados franceses, la cantidad de libros, muchos de ellos prohibidos, que compraba, la posesión de pinturas lascivas, su amor por el teatro y el baile, la facilidad con la que exponía sus ideas, a veces burlescas sobre algunos aspectos de la iglesia… todo era excesivo en una sociedad tan dominada por la iglesia y controlada por la Inquisición. En 1775, y tras la acusación del sacerdote suizo encargado de las labores religiosas en las "nuevas poblaciones", se inició el proceso inquisitorial en el que se le acusaba de más de 120 “proposiciones heréticas”. Antes de ser formalmente condenado fue recluido durante dos años en una cárcel secreta, tras lo cual fue condenado a ocho años de reclusión en un monasterio, al exilio y a la desposesión de todos sus bienes. Se le declaró “hereje, infame y miembro podrido de la Religión”, cargos por los que pudo haber sido condenado, al igual que tantos otros ciudadanos, a la hoguera. Afortunadamente no le fue impuesta la condena máxima.

Olavide logró escapar de su reclusión exiliándose en Francia, donde estuvo 17 años y donde entabló relación con lo más granado del pensamiento ilustrado como Diderot o Voltaire, el cual llegó a decir de él: "Vos y cuarenta como vos necesita España"

Creemos que este ejemplo sirve perfectamente para ilustrar la realidad de la España del siglo XVIII: cómo ni siquiera un alto cargo de la Corona, ilustrado y que plantea reformas que solo quieren hacer avanzar el país es capaz de evitar caer en las redes de la Inquisición. La religión estaba por encima del desarrollo político y social.

En definitiva, el desarrollo de los principios ideológicos de la ilustración que se fomentan desde la corona no fue fácil de ejecutar (en algunos casos fue, directamente, imposible). Y lo fue porque la Iglesia no estaba dispuesta a asumir el nuevo papel que las ideas ilustradas le ofrecían. La iglesia no podía aceptar unas reformas en lo económico y en lo científico que eliminaban su estatus: la posesión extraordinaria de tierras, los impuestos que aun recibían del resto de tierras (diezmos), el control de la educación… eran elementos a los cuales la iglesia ni quería ni podía renunciar. Es por ello por lo que la mayoría de las reformas planteadas por Carlos III y sus ministros chocaron contra la oposición frontal de la Iglesia.