1.1. Las técnicas
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Restauración de pintura sobre tabla flamenca |
El término temple proviene del italiano tempera y este término a su vez proviene del latín temperare, que significa disolver los colores con un aglutinante en su justa medida. De manera general, el temple engloba a todas las técnicas pictóricas que utilizan como aglutinantes agua más alguna mezcla o emulsión de sustancias grasas de origen animal y vegetal, como la caseína, gomas, glicerina, colas, cera y en especial, el huevo. Por eliminación, prácticamente toda pintura que no sea óleo es un temple.
La casi totalidad de pinturas y manuscritos medievales se hicieron con esta técnica, así como los iconos bizantinos y las pinturas murales. La técnica del temple tuvo su máximo esplendor durante el siglo XIII para pasar a convivir con el óleo en los siglos XV y XVI e ir perdiendo popularidad frente al óleo y caer practicante en desuso en la actualidad.
La variedad más común de temple es el temple al huevo, usándose solo la yema. Esta se mezcla con agua y dependiendo del pigmento, hay que ir ajustando constantemente la cantidad de agua y yema, de ahí el nombre en latín de esta técnica. Y pensarás, ¿Qué hace la yema de huevo en todo esto? Pues fijar los pigmentos a las superficies sin alterar el color. Los lípidos y las proteínas presentes en la yema forman una red polimérica al secar que fija los pigmentos a los soportes de manera estable y duradera. Aún hoy cuando se descubre alguna tabla medieval hecha al temple, nos fascinan sus brillantes y vivos colores.
Variaciones del temple al huevo son el temple graso, con una mezcla a partes iguales de yema de huevo y aceite; temple de cera colla, compuesto de jabón de cera y agua con cola, normalmente de conejo; Temple a la caseína, de secado más rápido y aspecto muy brillante.
Los soportes sobre los que se aplica la pintura al temple son variados: desde papel para los códices o manuscritos, pasando por piedra, metal, lienzo hasta los muros, pero destacamos la madera o tabla por ser el soporte más abundante y generalizado durante toda la Edad Media.
Las maderas más comunes son las de álamo, nogal, encina, abeto y en España, de pino. Estas maderas se cortan en sentido radial para formar tablas, que deben estar libres de nudos y demás impurezas. Se lijan y pulen por la cara que va a recibir la pintura, y se ensamblan unas con otras, reforzándose por la cara posterior con un armazón de listones de madera que evitará que se comben las tablas. Estos listones se clavan por al parte anterior a las tablas con pequeños clavos de madera o de hierro. Una vez preparado el soporte, se aplica la imprimación, conocida como gesso.
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Lámina de pan de oro |
El procedimiento de imprimación más usual es el conocido como gesso duro. A las tablas se les aplica una primera capa de cola de conejo, y antes de que seque se cubren las tablas con un fino lienzo de lino, o a veces solo se pegaban finas tiras de lienzo en las uniones de las tablas. A continuación, se aplica una capa gruesa de yeso fino y tamizado mezclado con cola de conejo. Una vez seca esta capa, se pulía y se iban aplicando sucesivas capas más finas de yeso y cola con brocha, hasta ocho capas se han llegado a encontrar en algunas tablas góticas, y una vez secas las capas, se lijaban y pulían otra vez hasta obtener una superficie homogénea compacta y lisa lista para recibir la pintura.
Hay que resaltar que muchas de estas tablas recibían un último acabado de estuco para conseguir distintos planos de profundidad, normalmente con el fin de imitar relieves arquitectónicos. Para ello se aplican sucesivas capas de gesso fino con un acabado pulido; y muy común, especialmente durante el estilo del gótico internacional, se aplicaba pan de oro a las tablas, o bien en los fondos, o bien para formar las aureolas divinas, esos discos o aros de luz que ostentan las figuras divinas como Cristo, la Virgen y los Santos. Durante el gótico la luz se asocia a lo divino, y la máxima luz es la que proviene del reflejo dorado de las tablas. Para colocar el pan de oro, hay que aplicar un bol para dorar formado por una pasta arcillosa de color rojizo, que se pule con un paño de algodón y una vez la superficie está perfectamente pulida, se aplican con mucho cuidado las láminas de pan de oro que se fijarán mediante un barniz. Para finalizar, se pulen las láminas con una piedra de ágata para conseguir su característico brillo dorado.
La principal característica de la pintura al temple es su secado rápido y su acabado brillante y duradero. Los colores al temple no cambian ni amarillean con el paso del tiempo como le ocurre al óleo. La pintura se aplica en finas capas sucesivas de color muy diluido en el aglutinante, lo que se conoce como veladuras.
Hasta el siglo XIII las pinturas góticas al temple son bastante planas, careciendo de profundidad. Los artistas primero dibujaban todos los contornos de las figuras y demás elementos de la composición. Después se aplicaba el color por planos respetando el perfil previamente dibujado, y a continuación con pequeñas pinceladas se aplicaban los tonos oscuros para finalizar con los trazos de las zonas claras. Con Giotto la técnica evoluciona al introducir una visión espacial de conjunto donde tímidamente se tiene en cuenta la profundidad y el claroscuro. La fase inicial de preparación de la obra ya no es solamente lineal, sino que se esbozan las tonalidades claras y oscuras para a continuación aplicar el color primero en las zonas oscuras, después los tonos medios para acabar con las zonas de mayor luminosidad, yuxtaponiendo los colores mediante sucesivas capas de veladuras de color, lo que permite una gran riqueza y variedad cromática.
Ya en pleno Renacimiento, artistas como Mantegna investigan técnicas mixtas de temple y óleo, siempre siguiendo la regla de oro de graso sobre magro, es decir, comenzando con temples al huevo o la caseína para ir aplicando veladuras de temple con cantidades cada vez mayores de aceite y resina, hasta terminar las obras con veladuras al óleo como hacían los hermanos Van Eyck.
A partir del Renacimiento y la consolidación del óleo, muchos artistas siguen utilizando el temple de huevo como fase inicial de sus obras, con lo que conseguían una base estable que aportaba luminosidad al cuadro, tal y como hizo Velázquez en su famoso Retrato de Inocencio X o Tiziano en todos sus cuadros.
Para saber más
Conocemos con detalle cómo pintaban los antiguos maestros gracias al primer tratado de pintura de la historia, El libro del arte del italiano Cennino Cennini, quien describe a modo de recetario todas las técnicas artísticas desde la antigüedad hasta el momento de su publicación a finales del siglo XIV. Fue la Biblia del arte desde su publicación y aún hoy es seguido por artistas de todo el mundo, así como por historiadores y restauradores dadas la fidelidad con que describe las técnicas y materiales usados por los artistas de la época.
Testimonio único del arte en su conjunto, Cennini describe desde cómo moler pigmentos hasta la mejor forma de aplicar una veladura según el efecto que se desee producir. Entre otras muchas curiosidades, destaca la forma en que aconsejaba pintar los fondos. Decía que lo mejor era coger una piedra, llevarla al taller, estudiarla minuciosamente y a partir de la piedra pintar la montaña. Era conveniente hacer lo mismo para representar árboles, ríos y mares. De ahí la minuciosidad de los artistas del Trecento y los flamencos cuando pintaban los árboles, pues no le falta un nervio a ninguna hoja. También explica Cennini cómo pintar yuxtaponiendo los colores al temple a la hora de pintar un ropaje: Comienza a dar color oscuro formando los pliegues, en las zonas de sombra de la figura; y como del mismo modo toma un color intermedio, haz resaltar los relieves de los pliegues y de la parte en la que da menos luz a la figura. Después toma el color más claro y colorea los relieves y las partes salientes de la zona iluminada de la figura. Y del mismo modo que has comenzado, sigue poco a poco con los diferentes colores, primero con uno, luego con otro, haciéndolos destacarse y volviéndolos a unir con buen sentido, difuminándolos con delicadeza.
Curiosidad
Si no se sigue la regla de oro de graso sobre magro aparecen serios problemas en las pinturas, hasta el punto de que llegan a degradarse y las capas de pintura se desprenden. Es lo que le pasó al archifamoso fresco de La Última Cena de Leonardo da Vinci en Milán. El genio investigador de Leonardo le llevó a experimentar con las mezclas de pintura, temple y óleo y en numerosas capas, aplicó distintos temples sobre bases oleosas, lo que trae de cabeza a restauradores de todo el mundo para intentar frenar su deterioro.
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Retroalimentación
Verdadero
La técnica del temple tuvo su máximo esplendor durante el siglo XIII para pasar a convivir con el óleo en los siglos XV y XVI e ir perdiendo popularidad frente al óleo y caer practicante en desuso en la actualidad.
Retroalimentación
Falso
Los soportes sobre los que se aplica la pintura al temple son variados: desde papel para los códices o manuscritos, pasando por piedra, metal, lienzo hasta los muros, pero destacamos la madera o tabla por ser el soporte más abundante y generalizado
Importante
La técnica más común en la pintura del Trecento fue el temple sobre tabla de madera. Muchas de estas tablas recibían un último acabado de estuco o se aplicaba pan de oro.