La novela y la oratoria latinas: Cicerón y Quintiliano
|
|
2.º de Bachillerato
|
|
Latín II
|
|
Contenidos
|
|
La novela y la oratoria latinas:Cicerón y Quintiliano
|
![]() |
Postumius |
La luz del amanecer encontró a Postumio de pie junto a la mesa de su despacho, observando detenidamente un volumen de papiro desplegado sobre la tabla de cerezo. El papiro contenía algunos discursos de Cicerón y, en la parte final, el copista había aprovechado el resto sobrante para incluir un texto extraído de la República, también del gran orador. El texto correspondía con el famoso pasaje del sueño de Escipión (somnium Scipionis). En él un joven Escipión Emiliano se encuentra en África con el anciano Masinisa, rey de los númidas y aliado de Escipión el Africano. Pasan el día en amena conversación recordando las proezas del gran general romano durante la Segunda Guerra Púnica y, más tarde, cuando el joven Emiliano se retira a sus aposentos y concilia el sueño, se le aparece la figura imponente de su abuelo que le explica la teoría platónica de las almas.
Postumio reflexionó sobre lo que leía. Él también había tenido un sueño. Los sueños, en cierto modo, podían ser premonitorios o, al menos, se creían mensajes de los dioses o de las almas de los muertos. Pero él había soñado con Fausta. Quizás la visita de Sertorio lo había motivado, lo mismo que la charla con Masinisa había llevado a Escipión a soñar con su abuelo.
Pensó que podría investigar la causa por la que Fausta había huido, preguntar a los otros esclavos si conocían a alguien que la hubiera ayudado en su fuga, indagar adónde podría dirigirse, cuestionarse por qué Sertorio había aparecido el mismo día de su huida preguntando por ella. Posiblemente todos los que le rodeaban, familiares y amigos, pero también esclavos y clientes, cuando conocieran el hecho, esperarían que él buscara implacablemente a la fugitiva y le aplicara un severo castigo, cuando la encontrara. Pero, finalmente, decidió que lo único que le importaba era pensar que aquélla tenía la posibilidad de encontrar la libertad y la felicidad de alguna manera.
Alargó su mano y extrajo otro rollo de papiro de la estantería, lo desplegó con cuidado sobre la mesa y buscó el título que le había venido a la mente: M. T. Ciceronis, De amicitia. Paseó sus ojos por las amplias y elaboradas cláusulas del maestro de Arpino y se fue deteniendo en algunas frases que le parecían maravillosas: la amistad es el don más precioso de los seres humanos, la suma de todo lo humano y divino, es lo que nos distingue de los animales, nunca es molesta o inoportuna, nos proporciona esperanza en los malos momentos, comparte la misma raíz del amor,... y así otras muchas ideas entonaban la alabanza de tan noble sustantivo. Pero lo que más le emocionó era aquel párrafo que hablaba del poder de la amistad para igualar a seres humanos de distintas clases sociales:
Sed maximum est in amicitia superiorem parem esse inferiori.
Ii qui sunt in amicitiae coniunctionisque necessitudine superiores exaequare se cum inferioribus debent.
"Pero lo más importante es que en la amistad el superior es igual al inferior y aquéllos que mantienen un estrecho vínculo de amistad deben, aun siendo superiores, igualarse con los inferiores".
¿No era eso lo que él sentía por Fausta? ¿Que, incluso siendo ella una esclava y él mismo su señor, los dos eran seres humanos igualmente?
Los textos de Cicerón eran lo que él quería oír esa mañana fría de invierno. Eran el alimento adecuado para que en su espíritu creciera esa humanitas que tanto hacía falta en un mundo convulso, que había sido agitado por terribles guerras civiles en el pasado y que, en el presente, no dejaba de promover guerras externas para asegurar y ampliar las fronteras del imperio.