1. Cicerón

Cicerón Imagen en Wikimedia. Dominio público

De Cicerón nos queda información suficiente para una biografía seria, tanto a partir de obras históricas (Plutarco), como de datos que él mismo aporta, sobre todo, en su correspondencia (unas 800 cartas dirigidas a familiares y amigos) que va desde el 68 a. C. hasta poco antes de su muerte.

Nació en Arpino, el 3 de enero de 106 a.n.e., en el seno de una familia de caballeros rurales. Su padre le dio una educación griega y completó sus estudios en Roma. Conoció a Pomponio Ático, a quien le uniría una amistad de por vida. Desempeñó suo anno todos los cargos del cursus honorum. Se formó con el retórico Molón de Rodas, pero no descuidó sus estudios de filosofía, pues pensaba que en el buen orador es necesaria la sapientia. Estudió con maestros filósofos de distintas escuelas, epicureismo, academicismo, estoicismo, mostrando una gran capacidad ecléctica.

Comenzó su carrera como abogado con la defensa de Roscio, enfrentándose a Crisógono, protegido de Sila. Sin embargo, Cicerón no se sentía aún un maestro de la oratoria y para perfeccionar su estilo viaja a Grecia el 79 a.n.e.

En el 75 lo tenemos de cuestor en Sicilia, donde combina una gobernación impecable con sus aficiones culturales (descubrió la tumba de Arquímedes). Se despidió de la isla como su protector y, cinco años después, los siracusanos le encargaron la acusación contra Verres que había expoliado Sicilia como propretor. Cicerón aspiraba al cargo de edil y aprovechó la ocasión para aplastar a Verres bajo un aluvión de pruebas y testimonios.

Los nobiles miraban por encima del hombro al homo novus. No obstante, su energía le llevó a la pretura en el 67 y sus ingresos a adquirir su finca de Tusculum en honor a Catón, símbolo del auténtico romano. Como pretor apoyó a Pompeyo y vio germinar la conjuración de Catilina. Tres años más tarde, cuando el joven revolucionario y sus conjurados están a punto de dar el golpe de estado, Cicerón ya es cónsul. El descubrimiento y la represión de la conspiración marca su cénit.

Las cuatro Catilinarias del año 63 a.n.e. son sus discursos más célebres: todo el mundo alguna vez se ha atrevido con el famoso "Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?", es decir, "¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?" Cicerón retocó literariamente su improvisado discurso, para convertirlo en una obra de arte. Lo que no se explica es cómo un hombre de leyes y defensor de la concordia ordinum, se empeñó en ajusticiar a los conjurados detenidos casi sin juicio previo, siendo ciudadanos romanos.

Cesare Maccari: Cicerón acusa a Catilina Imagen de  Dominio público

En el 62 defiende al poeta Arquias y en su discurso se muestra por primera vez el concepto de humanitas. Cicerón quiere dejar constancia de la importancia de su consulado. Salta a la vista la carencia de buen gusto en esta autoexaltación que se refleja especialmente en el famoso verso Cedant arma togae, concedat laurea laudi, es decir, 'cedan las armas ante la toga y los laureles al elogio'.

Mientras tanto, en el año 60 a.n.e., Pompeyo había formado junto a César y Craso el primer triunvirato. Cicerón acusado por el tribuno P. Clodio fue exiliado. Sus casas fueron destruidas y sus bienes confiscados. Desde su destierro en Dirraquio sus cartas llorosas rezuman autocompasión. Finalmente Milón propuso su vuelta al Senado que la aceptó por unanimidad. Cicerón la convirtió en un triunfo, pero había aprendido la lección: ya no aspira a la concordia ordinum, sino al consensus omnium bonorum, el consenso de todos los hombre honrados, tanto los nobiles como los equites, de entre los cuales debe salir el rector et gubernator rei publicae, según una idea platónica.

Denarios de Pompeyo y César Imagen con licencia CC

Cicerón se aproxima a César, al que hasta entonces había despreciado. Pero la vida pública le repugna y se dedica a escribir tratados de retórica, como el De oratore, y de política, como el De re publica (del que destaca el pasaje titulado 'El sueño de Escipión') y el De legibus, equivalente de Las Leyes de Platón.

Pero el triunvirato le procuró malos tragos a Cicerón: su hija Tulia se casó con Dolabela, un partidario de César; tuvo que defender a su adversario Vatinio por deseo de César, que le dedicó su De analogia y le prestó 800.000 sestercios, detalles que dejaban marcado al orador. El año 52 a.n.e. fracasó en la defensa de Milón que había asesinado a Clodio durante una pelea callejera.

Pero la República se hallaba abocada a una nueva guerra civil, que era lo que más temía Cicerón, cosa que se muestra en las cartas a su amigo Ático. Cicerón sabía ante quién tenía que huir, pero no tenía claro hacia quién: admiraba personalmente a César, pero odiaba lo que representaba políticamente. Se reunió con Pompeyo en retirada hacia Grecia, pero no le gustó lo que vio en su campamento. Después de la victoria cesariana en Farsalia, volvió a Roma y César lo trató con nobleza.

El tiempo de guerra lo pasó retirado, escribiendo nuevos tratados retóricos, Brutus, Orator, Paradoxa Stoicorum. Estos tratados reflejan la preocupación por la falta de libertad, enemiga de la oratoria, el elogio de la virtus romana a través de la figura de Catón de Útica, la importancia de la filosofía en la formación del orador, etc.

Durante la dictadura de César, Cicerón pronuncia algunos discursos solicitando su indulgencia para con algunos pompeyanos (Pro Marcelo, Pro Ligario, Pro Deiotaro). Por otra parte, su vida privada vuelve a agitarse: se divorcia de la ambiciosa Terencia el año 46 a.n.e., para casarse enseguida con Publilia, joven y rica. A principios del 45 a. n.e. muere su hija Tulia que lo deja por vez primera desarmado ante el destino. Se divorcia de su joven esposa y busca consuelo en la filosofía con su Consolatio y su Hortensius, verdaderos preludios al proyecto de presentar en latín la filosofía griega a lo que se dedica hasta el año 44 a.n.e. Academica, De finibus bonorum et malorum, Tusculanae disputationes, De natura deorum completan este periodo. Fue un trabajo inmenso que abre las puertas para los autores cristianos del siglo posterior y muy valorado durante el Renacimiento.

Vincenzo Camuccini: Asesinato de Julio Cesar en el Senado Imagen de  dominio público

Mientras tanto, Cicerón seguía asistiendo a los homenajes que Julio César recibía. Para evadirse de esa realidad, compone su Cato maior de senectute y, muerto César, Laelius de amicitia, dedicados a Ático. El asesinato de César sorprendió y, al mismo tiempo, alivió a Cicerón. El enemigo político y el contrincante literario, que tanto le había humillado y protegido simultáneamente, desaparece de repente. Cicerón pensó en marcharse a Atenas, donde estudiaba su hijo Marco, pero finalmente decidió quedarse para favorecer a Octavio, sobrino-nieto y heredero testamentario de Julio, frente a Marco Antonio, hombre de armas y mano derecha del dictador asesinado, que creía ser su heredero político. Las catorceFilípicas de Cicerón pronuncia contra Antonio, como un nuevo Demóstenes contra Filipo de Macedonia, entre el 2 de septiembre del 44 y el 22 de abril de 43 a.n.e. van a ser su sentencia de muerte.

No obstante, no deja abandonado el terreno filosófico y de sus manos brotan el De divinatione (religión frente a superstición), el De fato (libertad frente a impulso ciego) y el De officiis (Sobre el deber). Cicerón todavía se cree el centro de la historia y se postula como el princeps que había retratado en sus obras políticas. Pero esa ceguera le impidió ver que aquel joven Octavio, a quien él estaba apoyando para el consulado, había establecido un acuerdo secreto con su enemigo Marco Antonio, que insistió en la proscripción del molesto orador. Octavio sacrificó esa pieza para poder finalmente ganar la partida. El 7 de diciembre del 43 a.n.e. cayó en manos de los sicarios de Antonio, mientras huía sin rumbo fijo. Le cortaron la cabeza y las manos y las exhibieron en la tribuna de los oradores del Foro romano.

Podemos perdonarle a Cicerón su egolatría, a cambio de los maravillosos discursos que pronunció y nos legó por escrito; podemos perdonarle sus indecisiones políticas, a cambio de habernos trasmitido de primera mano una visión real e íntima de la historia de su tiempo a través de sus cartas; podemos perdonarle su falta de estoicismo en los momentos malos de su azarosa vida, a cambio del completo corpus filosófico y de la adaptación del léxico griego al latino que nos ha dejado en herencia. Finalmente le perdonamos todas sus flaquezas, porque acuñó el concepto de humanitas al que tanto le debemos los que trabajamos con estas ciencias tan poco exactas, pero tan necesariamente humanas.

Benjamin West: Cicerón descubre la tumba de Arquímedes Imagen de  dominio público