2.1 Cosmovisiones antiguas: el universo aristotélico

La cosmología de Aristóteles (IV a.C:) es reconocida como un modelo de referencia desde la Antigüedad al Renacimiento. Su filosofía natural ofrece una visión sistemática que incorpora principios asumidos por la ciencia griegas. Entre ellos:

  • Todos los objetos terrestres se constituyen por la mezcla de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego.
  • Desde el siglo VI a.C. comienza a extenderse la idea de que la Tierra no es plana sino esférica. A ello contribuyen la reflexión sobre experiencias visuales a larga distancia (el barco que se aproxima en el horizonte comienza a verse por la vela) o las de los eclipses lunares, en los que la sombra terrestre tiene forma circular.
  • La Tierra es inmóvil y está situada en el centro del universo.
  • Los astros o cuerpos celestes son entidades divinas y giran en círculos perfectos y a velocidad uniforme alrededor de la tierra.
  • El límite del universo lo constituye La bóveda celeste . En esta esfera que gira sobre la Tierra se sitúan las estrellas, todas en el mismo plano.

Se trataba de un modelo cósmico acorde con la experiencia común: una Tierra estable en la que se asientan los objetos de forma natural y un cielo cristalino con astros que giran alrededor nuestro: la Luna, el Sol, los planetas y las estrellas. Había algunas dificultades, como las que planteaban los movimientos anómalos de los planetas o la trayectorias tangenciales de los cometas, pero no amenazaban esta sólida cosmovisión, sino que se interpretaban en consonancia con la misma.

Grabado Flammarion,  famosa ilustración aparecida en el libro de Camille Flammarion L'Atmosphere: Météorologie Populaire (París, 1888) en su página 163 y utilizada en multitud de ocasiones para representar el descubrimiento de la astronomía por el hombre

Grabado Flamarion

Imagen de Spartik en Wikipedia. Dominio público

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Es una secuencia elaborada a partir de 650 fotografías. Acelera nuestra percepción de la "bóveda celeste" girando sobre su eje, un punto en nuestra época próximo a la "estrella polar".
Vídeo de Jamie E. en Youtube

Importante

La visión aristotélica del universo es organicista , esto es, describe el cosmos como un gran organismo en el que sus elementos son partes con naturaleza y finalidad propias en la totalidad. Así, cada parte posee su propia naturaleza y ocupa en el universo su lugar asignado. 

Aristóteles distingue dos grandes regiones en el cosmos: la sublunar o terrestre y la supralunar o celeste.

Movimiento natural de los cuatro elementos
Recurso propio

El mundo sublunar comprende la Tierra, centro del universo, y encuentra su límite en la Luna. Todos sus objetos se forman a partir de los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Dichos elementos tienden por naturaleza a ocupar el lugar que les corresponde, siendo su movimiento natural rectilíneo: descendente en los casos de la tierra y el agua, ascendente en los del aire y el fuego. Así, la piedra cae al suelo verticalmente y las llamas de fuego se elevan. En un supuesto estado puro, la tierra ocuparía el centro, sobre ella se situaría el agua, sobre esta el aire y por encima el fuego.

El dinamismo cósmico conduce a la mezcla de los elementos y a la formación de entidades cambiantes y efímeras. La causa del movimiento está en el dinamismo de la región celeste.

Zodiaco ptolemaico

Geocentrismo

Imagen de Ze'ev Barkan en Flickr. Licencia CC

El mundo supralunar ocupa desde la Luna hasta la esfera de las estrellas fijas. Se trata de un mundo puro, de naturaleza divina, eterno e invariable, constituido por un único elemento: el éter. Es el éter la materia perfecta que constituye a los astros y las esferas cristalinas en las que estos se desplazan en movimientos circulares y uniformes alrededor de la Tierra.

Ese mundo perfecto y divino es la causa del dinamismo cósmico y su preservación. El origen del movimiento es divino (Primer motor inmóvil) y su punto de partida está en la bóveda celeste, que lo transmite en cadena a las esferas y a la Tierra. La perfección divina, asimismo, introduce el principio de finalidad en la naturaleza (teleología): es Dios quien inspira al cosmos al logro de su perfección.

Ptolomeo

Ptolomeo

Imagen de Fernando de Gorocica en Wikipedia. Dominio público

Esta concepción geocéntrica tendrá su materialización en modelos astronómicos como los de Eudoxo o Ptolomeo.

Eudoxo (V-IV a.C.). discípulo de Platón,  creó un complejo sistema de esferas cristalinas centradas en la terrestre en el que, a través de movimientos rotatorios sobre ejes diferentes, lograba reproducir de forma aproximada las trayectorias de los planetas conocidos.

El principal modelo astronómico en la Antigüedad fue el de Ptolomeo (II). Desarrolló un sistema matemático que, respetando los aspectos básicos del esquema geocéntrico, lograba llevar a cabo predicciones con un alto nivel de precisión. Uno de los principales problemas a los que se enfrentaba el concepto aristotélico lo provocaba el movimiento errático de planetas que, como Marte, no se desplazaban de forma regular sobre el fondo estelar, sino llevando a cabo movimientos de retrogradación o vueltas ocasionales hacia atrás.  Ptolomeo resolvió el problema introduciendo el artificio de los epiciclos: esferas secundarias centradas en el deferente (esfera que orbita alrededor de la Tierra) que generaban en combinación un movimiento en forma de bucle.

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Combinando los movimientos circulares de los deferentes y los epiciclos, Ptolomeo logró "salvar las apariencias" y explicar, así, el movimiento aparentemente errante de los planetas. En esta simulación puedes observar el efecto bucle resultante de dicha combinación.
Vídeo de Granger Meador en Youtube

Comprueba lo aprendido

Pregunta

Señales cuáles de las siguientes afirmaciones serían compatibles con un modelo organicista y telelógico como el de Aristóteles.

Respuestas

Las reglas que rigen el movimiento son las mismas para todas las entidades.

Un estudio completo de la naturaleza requiere del conocimiento de la finalidad de cada parte. Así, si los pájaros tienen alas, es porque estas les permiten volar.

Retroalimentación