2.2. Las basílicas y otros edificios

Tras el Edicto de Milán se abandona la clandestinidad de las catacumbas, por ello, el objetivo principal es encontrar un edificio para la celebración del culto cristiano. El templo romano no estaba habilitado de espacio suficiente para acoger a un número grande de personas, pues la cella se destinaba sólo para custodiar la imagen divina y no para albergar a los fieles. La solución la hallaron en la basílica romana, edificio que disponía de una gran sala usada como tribunal y lonja, que ahora sirve para alojar a albergar a copioso grupo de feligreses. Tanto es así, que en la actualidad basílica es sinónimo de templo. Para adaptar el edificio al ceremonial alteraron el cometido de sus espacios:

• Siguieron usando la planta rectangular, de tres o cinco naves separadas por columnas. La nave central es más elevada que las laterales, lo que permite abrir ventanas, también llamadas  claristorio.
• Al fondo de la nave central se encuentra un ábside semicircular donde está el presbiterio
• Delante  del ábside se añade un brazo transversal o transepto, formando una planta de cruz latina. El objetivo de este añadido es simular la cruz en la que Cristo fue crucificado.
• A los pies del templo se incluye un atrio o patio porticado con la fuente para los no bautizados o catecúmenos, y dos torres campanario en la fachada.

En esta época se construyeron las basílicas de San Juan de Letrán y Santa María la Mayor, que aunque conservan estructura originaria fueron reformadas siglos después. También se levantó San Pedro del Vaticano, pero fue derribada para la creación de un nuevo proyecto.

Los primeros cristianos levantaron otros oficios destinados a cubrir sus necesidades:

• Martiria: se añade en la cabecera un espacio circular o poligonal que alberga las reliquias de un santo o mártir. Son habituales encontrarlas en Tierra Santa, como por ejemplo el Santo Sepulcro de Jerusalén.
• Mausoleos y baptisterios: ambos de planta centralizada. Destacamos el mausoleo de Santa Constanza.