1.1. Los tipos de formaciones vegetales y los bosques en España.
La vegetación es el conjunto de especies vegetales (árboles y plantas) que se encuentran en un territorio. A la ciencia que estudia desde un punto de vista geográfico la distribución de las especies por dicho territorio se le denomina biogeografía, o para decirlo de otro modo, la geografía de la vida. Este término hace referencia tanto a los animales como a las plantas, pero en este caso nos vamos a centrar, principalmente, en el estudio de las segundas. Las especies animales habitan en un lugar en función de la vegetación que en él existe. Por tanto, si por algún motivo determinado se modifica la vegetación de una región, también lo hacen los animales, que se desplazan con relativa rapidez allí donde encuentren alimento.
Por el contrario, las especies vegetales son, por regla general, mucho más estáticas y permanecen firmemente establecidas en un territorio determinado, sin tener la posibilidad de realizar grandes modificaciones en el habitat en el que se encuentran. Es cierto que, en determinadas ocasiones, la vegetación puede sufrir grandes cambios a consecuencia de ciertos hechos de gran trascendencia (cambios climáticos, incendios devastadores, etc.). Pero por lo general, las especies vegetales se mantienen siempre en un territorio determinado sin grandes cambios, de ahí que ese sea el motivo fundamental por el que la geografía las estudia, en cuanto a la distribución de las mismas y en función de sus características principales en cuanto al territorio que ocupan.
España está situada en una zona muy particular dentro del contexto global del planeta. Esto es así porque la península Ibérica se ubica justo en la punta de contacto entre dos grandes masas continentales: la europea y la africana y, en consecuencia, participa de una manera u otra en las características propias de cada conjunto continental.
Además, la Península Ibérica se sitúa en la unión entre dos grandes masas de agua, que inciden de manera distinta sobre las condiciones de vida de las costas que bañan, ya que cada una de ellas recibe una influencia climática muy diferente, como ya vimos en el tema anterior. Esta síntesis y esta mezcla de características tan diversas, dan lugar a que en el contexto peninsular exista una gran variedad biogeográfica.
En este vídeo tienes un interesante montaje sobre los parques naturales de España y sobre la biodiversidad que se encuentra en ellos. Publicado por Clarotis 96 en You Tube. |
Pero si la Península destaca biogeográficamente por su diversidad y variedad, estas características llegan a su punto máximo cuando las aplicamos al territorio insular español, y más concretamente al archipiélago de las islas Canarias. No vamos a repetir en este caso, las particularidades que hacen desde un punto de vista climático a las Canarias como una de las zonas más peculiares del planeta. Ya en el tema anterior lo explicamos suficientemente y no es necesario insistir ahora en ello. Pero como la vegetación y la vida en general son una consecuencia derivada directamente de las condiciones climáticas, se comprenderá por qué las Canarias son un lugar privilegiado en cuanto a la originalidad de la biodiversidad vegetal y animal que en ellas habita.
Toda esta diversidad se plasma en la existencia de una serie de grandes conjuntos vegetales, integrados en formaciones con distintas características. Así, aparecen bosques, compuestos por grandes masas de árboles; matorral, es decir, plantas de porte escaso y con poca densidad en cuanto al número de elementos que lo componen; praderas, o herbazales en aquellos lugares donde la precipitación suele ser escasa; estepa, donde la degradación árida por un clima muy seco provoca la adaptación de las plantas que en ella se dan a estas duras condiciones.
Los bosques, a su vez, pueden ser de dos tipos principales: el caducifolio, es decir, el de hoja caduca, o para ser más exacto aquel que pierde todas sus hojas en un momento determinado del año, que en general suele ser la estación invernal; y el perennifolio, que es aquel que posee hojas durante todo el año. El primero es el típico de la España Atlántica, como veremos en su momento, mientras que el segundo es el más característico de la España Mediterránea. En Canarias existe un tipo de bosque específico denominado laurisilva.
Cuando se produce la degradación del bosque aparece el matorral, una formación vegetal de porte más bajo y menos denso que el bosque. En el caso del bosque Atlántico surge la landa cuando el anterior desaparece. En el del Mediterráneo aparece la garriga y el maquis en función de los tipos de suelos sobre los que se dan. Cuando el matorral se degrada aparece la pradera, compuesta por herbazales y gramíneas de escaso porte. Finalmente, en aquellos casos en los que la pradera se degrada aún más, es sustituida por la vegetación esteparia propia de zonas extremadamente áridas. Pero toda esta cadena que acabamos de describir, no es frecuente que aparezca como consecuencia de los cambios experimentados por las especies vegetales. Su existencia está más relacionada con las condiciones climáticas en sí, que con la pérdida progresiva de la diversidad que en un principio caracterizaba al medio natural de una zona, es decir, lo que se conoce en biogeografía como vegetación clímax u original.
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La imagen muestra los diferentes tipos de formaciones vegetales que existen en España. Pruebas de acceso a las Universidades Andaluzas. |

Objetivos
La destrucción del bosque en España a lo largo de la Historia.
Aunque hoy cueste trabajo creerlo, el actual territorio español fue durante una buena parte de su Historia un lugar cubierto por frondosos y espesos bosques. Se calcula que en la actualidad, no queda más de un 30 por ciento de la superficie tapizada por bosques que debió existir en España antes de que se iniciara el proceso de destrucción del mismo.
Cabe pues preguntarse cuándo, cómo y por qué sucedió semejante desaparición. Los paleobotánicos están convencidos que la masa vegetal que tapizaba buena parte de la Península y las islas se mantuvo intacta hasta que comenzó el proceso histórico que denominamos Neolítico, varios milenios antes de nuestra era. El Neolítico tuvo como principal consecuencia la roturación de los primeros bosques buscando pastos para el ganado y tierras fértiles que cultivar.
Durante la Edad de los Metales este proceso continuó, quizás no a una escala muy grande, pero sí con una extensión cada vez mayor. La necesidad de abastecer de combustible a los hornos debió incrementar la pérdida de la masa forestal. Eso mismo sucedió con la llegada de los pueblos colonizadores procedentes del Mediterráneo Oriental, aunque sus efectos negativos se debieron dejar sentir exclusivamente sobre las zonas del litoral Mediterráneo, que fue donde principalmente se asentaron.
Este proceso se debió incrementar considerablemente bajo la dominación romana. Los romanos roturaron gran cantidad de tierras que pusieron en cultivo y es muy probable que fuera durante esta época cuando la reducción del bosque peninsular y baleárico alcanzase un momento importante en el proceso de reducción que venían siguiendo. También las explotaciones mineras debieron repercutir negativamente sobre los bosques hispanos, dada la necesidad abastecimiento de madera para entibamientos y otros fines.
La Edad Media fue una etapa particularmente negativa en cuanto a la conservación de las masas forestales peninsulares. La Reconquista propició la destrucción de numerosos bosques, en un intento por privar a los enemigos de lugares donde ocultarse, así como del sustento que la propia riqueza forestal daba a los pueblos que vivían de ella.
A partir de finales del siglo XV y hasta principios del XIX, la riqueza maderera se dilapidó para la construcción de una importante flota naval que garantizase las comunicaciones entre España y las colonias americanas. El ejemplo más claro relacionado con esta cuestión es la famosa Armada Invencible de Felipe II, construida para invadir Inglaterra, pero que se perdió en 1588 a consecuencia de las tempestades. Numerosos bosques peninsulares fueron talados para abastecer de madera a los astilleros donde se construyó la gran escuadra.
El siglo XIX fue también un momento muy negativo para la conservación de los bosques. Las dos grandes desamortizaciones de 1836 y 1855 implicaron la pérdida de los bosques de la Iglesia y de los bienes de propios de los Ayuntamientos, mientras que los nuevos propietarios procedían a una labor de deforestación y puesta en cultivo de nuevas tierras, de cuyos efectos medoambientales todavía hoy seguimos lamentándonos.
La tendencia destructora no se ha detenido hasta la segunda mitad del siglo XX. En este período, los conservacionistas del bosque todavía han tenido que luchar contra el desarrollismo impuesto por el Estado franquista y contra la especulación urbanística. Esta en muchos casos, ha supuesto la pérdida de miles de hectáreas de bosque para construir sobre él urbanizaciones, o para ampliar el espacio edificado en las zonas que previamente habían perdido su cobertura vegetal.
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Cuadro de Louthebourg que muestra la destrucción de la Armada Invencible. Para construirla, fue necesario talar muchos bosques con los que obtener madera para los astilleros.
Publicado por Ian Dunster en Wikipedia.Liencia CC
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Pre-conocimiento
La ardilla de Estrabón.
Existe una creencia popular según la cual España fue en el pasado un país totalmente cubierto de bosques. Esta opinión no es muy antigua, la puso de moda un conocido presentador de programas sobre la naturaleza, Félix Rodríguez de la Fuente, quien hace ya más de cuatro décadas comentó en uno de sus programas que "Hace dos mil años, en época de los romanos, una ardilla podía ir desde los Pirineos hasta el estrecho de Gibraltar sin tener por qué descender a tierra desde las copas de los árboles". Se suponía, pues, que el bosque en España formaba un gigantesco continuo que, sin interrupción, se extendía desde el norte hasta el sur.
La afirmación tuvo éxito y sirvió para concienciar a muchas personas de la riqueza forestal que nuestro país ha ido perdiendo a lo largo de la Historia, pero la realidad es que dicha aseveración es apócrifa, es decir, falsa. Ningún geógrafo o naturalista de época romana, ni el griego Estrabón en su geografía a finales del siglo I antes de Cristo, ni el naturalista romano Plinio un siglo después en su Historia natural, hicieron algún tipo de referencia a la famosa ardilla.
Lo que sí es cierto, es que para esos mismos autores y para otros más que nos han legado descripciones de la Península en época antigua, esta era una zona particularmente densa en bosques y en riqueza forestal. Sin embargo, es más que evidente que, a lo largo de los últimos dos milenios, esa riqueza de que gozaba nuestro país se ha ido perdiendo a lo largo de los avatares históricos que han sufrido nuestros bosques.
Pero por mucho que queramos potenciar y mitificar la situación existente en aquella época, parece una exageración querer justificar la misma con la anécdota de la ardilla saltarina que podía ir desde los Pirineos a Gibraltar sin tener que poner sus patas en el suelo peninsular.