3. La buena voluntad: Kant
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Tintoretto - La caída del hombre |
El bien supremo, para Kant, debe ser bueno intrínseca e incondicionalmente. Y solo la buena voluntad lo es de forma incondicional (no así el placer, por ejemplo, ya que podría darse el caso que alguien se complaciese con el sufrimiento ajeno).
Si el consecuancialismo pone el acento en los resultados de la acción (el caso del utilitarismo), Kant lo pone en los motivos de quien la lleva a cabo. Para él, una acción puede considerarse moral cuando se encuentra motivada por el deber, no por el interés o por las consecuencias más o menos beneficiosas que se siguiesen de ella.
Las consecuencias de una acción no nos informan de los motivos de la misma, así de una buena intención puede seguirse un resultado perjudicial y viceversa. El motivo moralmente válido es el respeto a la ley, hacer aquello que se entiende que debe hacerse de forma incondicional. Kant entiende que, frente as las anteriores, la suya no es una ética material que nos informa sobre lo qué debemos concretamente hacer para lograr un bien particular, como por ejemplo el placer, sino una ética formal que establece cómo debemos actuar, motivados siempre por sentido del deber y de acuerdo con máximas que consideramos incondicionales y de carácter universal.
Entiende que solo una ética formal de estas características puede ser universal e incondicionada de inclinaciones e intereses personales. Frente a las anteriores éticas, materiales, que establecían criterios para el logro de la felicidad, la búsqueda de la felicidad no es la razón del imperativo moral. Moralmente, no se trataría tanto de actuar moralmente para ser feliz, ya que en esta vida tal goce no está garantizado como consecuencia de la corrección moral, sino de actuar moralmente para hacernos dignos o merecedores de la felicidad.
Importante
De acuerdo con el planteamiento formalista kantiano en torno a la moral, no es el contenido de nuestras acciones sino su forma lo que otorga valor moral a las mismas. Esto es no, qué se hace sino cómo se hace. En este sentido, solo podemos considerar acciones moralmente valiosas aquellas cuyo motivo de actuación no es el interés propio sino el sentido del deber, actuar de acuerdo con máximas o principios de actuación que consideramos imperativos universales incondicionales
Reflexiona
¿Búsqueda de la felicidad o respeto al deber?, ¿resultados o intenciones?, ¿consecuencialismo o formalismo?
Es un tema realmente fecundo y vivo, por más que por su antigüedad parezca propio de una época ya superada. Está en la raíz de la misma noción de la moralidad y sus planteamientos siguen siendo motivo de disputa, aunque en contextos más actualizados.
La noción de felicidad, más amplia, se encuentra en la propia raíz de la ética, tal como entiende Aristóteles haciendo balance hasta su época. Una de las formas de concretar dicha felicidad fue vinculándola a un bien, el placer, tal como hizo el hedonismo y en particular Epicuro, su más claro representante clásico. Si analizamos su visión austera y comedida del placer, entenderemos que dista mucho de la que predomina en nuestro tiempo. Se basa fundamentalmente en un goce basado en la ausencia de pasiones y necesidades superfluas y volátiles y en el cultivo de los placeres duraderos como los que proporciona bienes espirituales como el conocimiento o la amistad...
Al planteamiento epicúreo se oponían en gran medida otros como los estoicos, que subrayaban el deber como raíz de la ética, un deber que habría de fundamentarse en el acuerdo con la razón y la asunción del destino.
Podría decirse que el utilitarismo contemporáneo recoge este planteamiento de la búsqueda de felicidad como raíz de la ética, aunque subrayando su vertiente comunitaria: lo bueno sería aquello que favorece el bienestar y lo malo lo que proporciona sufrimiento y dolor. En este sentido, contribuye a dar relieve a un matiz que es conveniente tomar en consideración: el de la repercusión de nuestro comportamiento en los demás. La vertiente formal de la ética y la alusión al deber en base a criterios racionales se desarrollan en nuestro tiempo en corrientes como las que se inspiran en modelos como el del pensador ilustrado Immanuel Kant.
De algún modo, al llevar a cabo una valoración ética, suelen sopesarse dos vertientes: una consecuencialista y otra formalista. La primera apela a las consecuencias de un acto, la segunda a la intención. De algún modo, son interpretaciones que reflejan dos visiones de la ética y cuyas claves ya fueron objeto de reflexión en aquella época.
Actividad de lectura
Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal. Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres |
Para saber más
Vinculando la moralidad al sentido del deber, Kant llevará a cabo una crítica de este modelo moral basado en el logro de la felicidad. Para él la ética ha de ser desinteresada; una actuación es moral cuando la intención del obrar es hacer lo que debe hacerse con independencia del posible beneficio o perjuicio que la acción conlleve, actuar según principios que consideramos universalmente válidos.
Aunque Kant entiende que lo ideal sería que el ejercicio de la virtud se viera compensado con la felicidad, entiende que no hay ninguna garantía de que eso ocurra en esta vida. Cree razonable albergar la esperanza en una vida tras la muerte que nos permitiría alcanzar el ejercicio pleno de la virtud y en la que un Dios legislador proporcionaría por ello la recompensa de la dicha. Sin embargo, el objetivo de la acción moral no ha de ser el logro de esa dicha, sino el hacerse merecedor de ella, esto es: actuar siempre por el imperativo del deber y no por el beneficio que su ejercicio pudiera reportarnos.