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Una buena parte del día nos la pasamos hablando en público, bien de una manera formal, por ejemplo cuando vamos al médico, cuando tenemos que explicarle algo al jefe, o cuando aprendemos en clase; o bien de manera informal, cuando estamos entre amistades o colegas. En este último caso nos relajamos y no nos preocupamos tanto de las palabras que usamos, como de resultar expresivos.
Cada persona, según la situación en la que se produce la comunicación, decide la manera de expresarse, dependiendo de lo que quiere decir, a quién se lo quiere decir y para qué.
Por ejemplo, cuando hablamos con un amigo usamos el léxico cotidiano e incluso dejamos que se cuelen palabras vulgares o muletillas. Pero si nos dirigimos a una persona con la que no compartimos nuestra intimidad, nuestro lenguaje se vuelve más rígido y estructurado.