1. La música del romanticismo
Como ya sabes de sobra, el Romanticismo fue una reacción contra el espíritu racional y crítico de la Ilustración y el Neoclasicismo, enalteciendo sobre todo el sentimiento y la emoción frente a la razón, la creatividad y originalidad frente a la imitación neoclásica, e incluso de la obra imperfecta, inacabada y abierta frente a la obra perfecta y concluida.
En la música sucedió lo mismo, y también se empapó de las melodías y los ritmos regionales de cada pueblo en un afán de reivindicar la voz de los pueblos, sus individualidades y rasgos característicos.
Se trata en general de componer música para emocionar al público, no para agradarlo como hasta entonces había sucedido.
Por su actitud ante el mundo, Beethoven se convirtió en el modelo por excelencia del movimiento musical romántico, de ARTISTA con mayúsculas que compone sinfonías, oratorios y óperas sin encargo previo, simplemente para expresarse, para la eternidad.
La originalidad de las piezas musicales también está presente en los compositores. Así, a lo largo del siglo XIX asistimos a una sucesión de personalidades singulares, dispares y variopintas, como fue el caso de Chopin, Franz Liszt, , Verdi o Richard Wagner.
El piano fue el instrumento protagonista de toda la centuria.
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Piano de Chopin en Valdemossa, Mallorca Imagen de Gryffindor en Wikimedia Commons, Licencia CC |
Piano con partitura de Beethoven |

Curiosidad
Unos de los músicos románticos más admirados fue Franz Liszt, niño prodigio que no dudaba en desafiar incluso a sus maestros en duelos pianísticos. Famoso por lo que sus admiradores llamaban sus acrobacias artísticas, la gente llegó a decir que parecía que tocaba con ocho brazos.
En el siguiente vídeo unos cómicos hacen una versión desternillante de su Rapsodia húngara número 2.