2. Esquilo
Conservamos siete tragedias completas de Esquilo, el primero de los grandes poetas trágicos: Los persas (472 a. C.); Los siete contra Tebas (467 a. C.); Las suplicantes (463 a. C.); La Orestíada (458 a. C.) que comprende Agamenón, Las coéforas y Las Euménides; Prometeo encadenado (aunque se discute la autoría de esta obra).
En la tragedia de Esquilo, como en la de Sófocles y Eurípides, el tema principal es un conflicto que se produce de ordinario entre seres humanos; un conflicto, además, en el que de una manera o de otra intervienen los dioses. Los protagonistas humanos se comportan de acuerdo con la naturaleza humana, y sus acciones son perfectamente comprensibles para todos. Pero detrás de ellos hay ciertas fuerzas siniestras que les impelen a obrar como obran, por una maldición hereditaria, como en la casa de Edipo, o por las exigencias de la ley del Talión, en la casa de Agamenón. De este modo Esquilo nos pone frente a la conocida paradoja de que, a pesar de que los hombres creen obrar libremente, sus decisiones las controlan fuerzas trascendentes a su control y casi a su conocimiento. Esquilo compone trilogías, series de tres piezas sucesivas sobre un tema conjunto. Solo nos ha llegado íntegramente una de ellas, La Orestía, que consta de Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides. Cada pieza es una unidad en sí misma, que puede representarse sola, pero entre las tres narran una sola historia en tres etapas: el asesinato de Agamenón por su esposa Clitemnestra, la venganza que sobre ella tomó su hijo Orestes al matarla, y su absolución final del crimen de parricidio ante los dioses y los hombres. El problema que se debate es la venganza del homicidio en el seno de una familia.
Esquilo reforzaba sus efectos con gran lujo de escenografía, de la que se valió mucho más que Sófocles o Eurípides. En el Agamenón, el rey victorioso llega a su patria con un ejército digno de su triunfo. Las Euménides comienza en el templo de Apolo. Junto a él, están las Furias, sombrías y horrendas, que profieren gruñidos ininteligibles y muestran su carácter sanguinario en sus ojos, que chorrean sangre, y en sus bocas babeantes. Poco después aparece el espectro de Clitemnestra, que salvajemente emplaza a las Furias a que cumplan su cometido, replicándole estas con gruñidos acordes con sus palabras. Esto indica que Esquilo debió de contar con protectores acaudalados. Aunque la convención limitaba el número de actores, empleó un número crecido de personajes mudos, que debían llenar la orchestra entera e incluso desdoblarla. El espectáculo debía ser magnífico. Pero más debía serlo su parte auditiva. En Esquilo lo que cuenta es la poesía. Emplea un estilo rico en metáforas, sin concesión alguna al realismo vulgar. Es grandioso pero no retórico, y sus palabras no aspiran a decir nada más de lo que en realidad significa, se adaptan de una manera sorprendente a toda la gama de sentimientos y afectos. En Los Persas el héroe trágico tiene que ser por fuerza el rey persa, Jerjes, porque es la única manera de presentar como tragedia la victoria naval de Salamina. Solo las víctimas y los perdedores pueden ser héroes trágicos. Esquilo busca trasmitir, como Homero, el horror de la guerra, y no perdona nada en su descripción de la batalla, de la que probablemente fue testigo presencial. El mismo rey es quien narra los hechos.
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