Torturas psíquicas en la consulta Los facultativos pueden provocar, involuntariamente, angustia en los enfermos al dar la información. Hay que tener en cuenta la situación económica o social del enfermo. Los mensajes ambiguos angustian al paciente

MYRIAM LOPEZ BLANCO - Publicado en El Mundo - Salud

"Cariño, te ha llamado el médico. Dijo que tiene que hablar contigo". Un sudor frío recorrió su frente. Hacía una semana que había pasado un chequeo de rutina y lo primero que le vino a la mente fue que habían encontrado algo anormal en alguna de las pruebas. El paciente, en este caso, era también médico, el doctor Mike D. Oppenheim, de Los Angeles. Era una hora poco prudente para llamar, pero decidió hacerlo de todos modos. Estaba demasiado preocupado. "Nada urgente, -le tranquilizó la voz telefónica-. He encontrado algunos restos de sangre en su muestra de orina. Es algo bastante normal, pero sería conveniente que se hiciera otro examen".

Resultó ser una falsa alarma. El segundo test aseguró que todo estaba bajo control. Pero, Oppenheim se habría ahorrado varias horas de angustia si su médico hubiese hablado con él directamente, desde un principio. El suceso le hizo pensar en cuánta preocupación innecesaria había causado él mismo a sus pacientes, y decidió poner un granito de arena para concienciar de ello a sus colegas. El mes pasado, publicó en la revista Hipporates: "las formas que los médicos utilizan para torturar a los pacientes (y cómo evitarlas)".

1. Ofrecer poca confianza. El médico de Oppenheim le tranquilizó diciéndole que la sangre en la orina casi siempre indicaba un problema sin importancia, pero sus comentarios ambiguos -aunque pretendían sin duda ser de ayuda- le mantuvieron en vilo hasta que no tuvo los resultados en la mano. "En general -dice Oppenheim-, cuanto menos tardemos en explicar la situación al enfermo y en pedir los tests que convengan, menos haremos sufrir al paciente".

2. Pedir demasiados tests. La medicina requiere una recopilación meticulosa de información. Pero es fácil olvidarse de que hay pruebas superfluas adicionales que pueden afectar al paciente física, emocional y económicamente.

3. Alargar las cosas. Muchas veces los retrasos son inevitables, pero hay determinadas situaciones (por ejemplo, una prueba adicional cuyos resultados preocupan y urgen de forma especial al paciente) que pueden acelerarse.

4. Revelar poca información. Mientras el médico está examinando al paciente, una simple expresión pensativa en su rostro, sin comentario alguno, puede convertirse en una situación desesperante en la que el enfermo de rienda suelta a su imaginación. "¿Qué quiere decir esa expresión? ¿Habrá oído algo raro con el estetoscopio? ¿Porqué se ha detenido más tiempo en el ojo izquierdo que en el derecho?". Por eso, no está de más hacer algunos comentarios, mientras se examina al paciente, como: "Su corazón suena muy bien... La presión es normal...".

5. Ignorar las posibilidades económicas del paciente. Comprar determinados medicamentos supone un gran esfuerzo para el bolsillo de algunos enfermos. Muchos médicos no piensan en ello porque "los pacientes no se quejan", pero lo que en realidad ocurre es que a veces éstos no compran los fármacos. "Como médicos, estamos entrenados para saber para qué sirve un medicamento -dice Oppenheim-, pero no para saber cuáles son las posibilidades económicas del enfermo o cuánto valen las prescripciones. Pero es conveniente que averigüemos como parte del proceso de la visita médica. En algunos casos, es preferible prescribir un fármaco de acción más lenta que vale menos dinero a arriesgarse a que el paciente no se compre el antibiótico más eficaz y caro del mercado".

6. Dar la información lo más dolorosamente posible. Por supuesto, muchos médicos no tienen tiempo de llamar, uno por uno, a sus pacientes para darles el resultado de los tests, pero hay formas y formas de dar una noticia. Y, las peores, en medicina, son las ambiguas. Un ejemplo real: una mujer visita a su ginecólogo para hacerse un examen pélvico rutinario. El médico encuentra un pólipo en el útero que tiene un aspecto totalmente benigno, pero encarga una biopsia, por si acaso. Una semana después de la prueba, la mujer llama para conocer los resultados y el facultativo está en quirófano. Pero, su ayudante contesta al teléfono: "¿Su biopsia? Sí, el doctor me dijo algo a cerca de ella, pero ahora he olvidado el qué". Los resultados preliminares habían dejado claro que el pólipo era benigno, pero la muestra se había extraviado. De ahí la llamada. Y la torpeza de la ayudante sirvió para angustiar a la paciente durante unas cuantas horas.