Contaminación en espacios cerrados - Teresa Romanillos El Mundo - Salud
Hoy por hoy, el asunto de la degradación del medio ambiente es sobradamente conocido. Son pocas las personas que no han oído hablar del agujero de la capa de ozono o del calentamiento del planeta... En cambio, no es frecuente que se sepa que en los espacios cerrados también puede producirse grados de contaminación, origen de diversas afecciones, desconocidas para la mayoría de quienes las sufren.
La prensa se hizo eco no hace mucho de los peligros que supone para la salud el empleo de ciertas fibras aislantes en la construcción de edificios. Según estudios realizados, el asbesto, material ampliamente utilizado en la construcción de edificios, podría ser el responsable de unas 2.000 muertes anuales. Recientemente, Francia ha sido el octavo país europeo que ha prohibido la utilización de este material, pero el control es todavía escaso.
Hoy por hoy, el asunto de la degradación del medio ambiente es sobradamente conocido por todos. Son pocas las personas que no han oído hablar del agujero de la capa de ozono o del calentamiento del planeta... En cambio, la gran mayoría no sabe que en los espacios cerrados también puede producirse cierto grado de contaminación, origen de diversas afecciones, que la mayoría de personas que las sufren desconocen. El aislamiento de las viviendas es una constante en la construcción actual. El confort y el ahorro de energía se han convertido en premisas importantes para los moradores, pero algunos de los materiales empleados en el aislamiento térmico pueden plantear, a la larga, problemas de salud. La inyección de espuma de urea-formol en la cámara de aire de los muros fue ampliamente utilizada en los años 70. Esta espuma libera durante años un derivado del formol, un vapor irritante que puede ocasionar molestias en ojos, garganta y vías respiratorias. Las placas de poliestireno o "corcho blanco", usado también para embalajes, pueden considerarse un buen aislante, pero si arde desprende vapores tóxicos. Los aislantes minerales (asbesto) eran considerados hasta hace poco una panacea. Sus características de flexibilidad, incombustibilidad y aislamiento térmico y eléctrico han motivado que desde la década de los 50 se hayan utilizado ampliamente. Sus potenciales efectos tóxicos se conocían hace tiempo, pero hasta estos últimos años no ha saltado la alarma en la opinión pública. Las pequeñas fibras minerales del asbesto se dispersan en el ambiente y pueden depositarse, como pequeñas agujas, en las vías respiratorias. Las lesiones se localizan sobre todo en el ámbito respiratorio y comprenden desde placas neurales a derrames, fibrosis pulmonar y cáncer de pulmón y pleura. En los casos de cáncer suele ser necesario un periodo de exposición largo, se calcula que, como media, debe ser de unos veinte a treinta años, aunque, una vez alojada la fibra en el pulmón, su capacidad cancerígena persiste durante años, pese a que se haya interrumpido la exposición. En los casos de mayor gravedad se calcula que uno de cada diez trabajadores padecerá cáncer, y se cree que cada año hay 1.000 casos de tumores de pulmón y 750 de pleura, que están relacionados con la exposición a este material.
La asbestosis
La lista de profesiones de riesgo no es corta: carpinteros, mecánicos, soldadores, caldereros, lectricistas, trabajadores de la construcción en general... Aunque la mayoría de efectos sobre la salud relacionados con el asbesto se han observado entre los profesionales que lo manipulan, también ha despertado gran interés el riesgo que supone el empleo de estos materiales en zonas vecinas al lugar en donde se fabrican y su transmisión a través de los individuos sometidos a exposición por su profesión. Se han descrito casos de asbestosis en las esposas de trabajadores de la construcción, uno de los grupos que más expuesto está.
Todo ello ha obligado a la sustitución progresiva de estas fibras por otros materiales alternativos, y son ya varios los países que poseen una normativa al respecto, con el fin de proteger la salud de la población. Recientemente, el Gobierno francés decidió prohibir la fabricación, importación y venta de asbesto. Francia es, pues, el octavo país de Europa que lo prohibe, después de Alemania, Italia, Dinamarca, Suecia, Holanda, Noruega y Suiza.
Como vemos, la exposición al asbesto se ha convertido en un grave problema de salud, en especial en el campo laboral. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), en su convenio de junio de 1986, fija la normativa sobre su utilización en condiciones de seguridad. Así, se obliga a todo centro de trabajo en donde exista exposición a no superar unas concentraciones máximas de fibras por milímetros cúbicos y a establecer medidas de control, con exámenes periódicos de toda la plantilla de trabajadores.
Resulta un tanto paradójico que nos preocupemos por la contaminación del medio ambiente, que conozcamos las consecuencias que esto pueda tener para nuestra salud pero que, sabiéndolo, nos ocupemos tan poco del ambiente interior que nos rodea.
La oficina, en cuarentena
Dormir, comer, trabajar... normalmente, buena parte de nuestro tiempo transcurre en espacios cerrados. En las últimas décadas, el trabajo de oficina ha ido adquiriendo preponderancia, y ello ha convertido este tipo de edificios en auténticos monstruos. En Nueva York, por ejemplo, el World Trade Center acoge a más de 50.000 trabajadores. En estos espacios prácticamente cerrados se desarrollan numerosas actividades que podríamos considerar "contaminantes", con el agravante de que muchos de estos edificios disponen de sistemas de ventilación artificial, con escasa renovación del aire. Cuando un edificio está "contaminado", en un 60 por ciento de los casos es consecuencia del sistema de aire acondicionado, todo un entramado de tubos conductores en los que se depositan fácilmente polvo y microorganismos. Esta red funciona en su mayor parte con aire recirculante, por lo que es fácil la acumulación y dispersión de los microorganismos. No es infrecuente la transmisión de enfermedades infecciosas banales, como pueden ser el catarro o la gripe, aunque otras afecciones de mayor gravedad, como la tuberculosis o la llamada enfermedad del legionario, son posibles aunque por lo general poco habituales.
Para evitar estas situaciones, el aire del edificio debe filtrarse y renovarse con aire procedente del exterior. Sin embargo, esta entrada de aire nuevo, que posteriormente deberá calentarse o enfriarse según la estación, supone un gasto energético que muchas empresas escatiman. La consecuencia de ello es el deterioro de la calidad del aire, con la subsecuente acumulación de gases tóxicos, y el polvo y los microorganismos mencionados antes.
Una premisa casi imprescindible del confort es disponer de un buen sistema de calefacción. Puede ser central con caldera, con estufas de butano, chimeneas... pero en todas se produce una combustión que consume oxígeno y que libera dióxido de carbono. Si el ambiente está bien ventilado y la combustión es correcta, no existe riesgo alguno, pero si no se airea, se acumula ese gas, lo cual produce cefalea y sensación de modorra. En el caso de que la combustión sea deficiente puede desprenderse monóxido de carbono, un gas incoloro e inodoro que causa náuseas, mareos, letargia e incluso la muerte, en caso de intoxicación grave. Antiguamente, con los braseros, eran muy frecuentes las intoxicaciones, pero todavía hoy, en Cataluña mueren una media de siete personas cada año, intoxicadas en su propio domicilio. Para evitar cualquier problema, es vital un buen mantenimiento. En el caso de calefacciones centrales, debe revisarse el volumen de agua circulante, comprobar que la quema de combustible es limpia y eficaz y que los gases salgan al exterior sin problemas. Los quemadores de los calentadores y las estufas de gas también deben revisarse periódicamente. Los tubos de conexión han de renovarse en los plazos indicados y deben ventilarse las habitaciones cada día.
Los individuos que trabajan en lugares cerrados pueden presentar varios síntomas: cefalea, malestar general, somnolencia y apatía, rinitis, sequedad de garganta, molestias oculares, mareos... Al conjunto de estas manifestaciones se le denomina síndrome del edificio enfermo.
Una característica de estas molestias es que se acentúan durante la semana, y que mejoran ostensiblemente durante el descanso del fin de semana. Por motivos todavía poco claros, las mujeres son más sensibles. El sistema de aire acondicionado también requiere un proceso de humidificación.
La humidificación
Si el agua no se cambia regularmente, puede contaminarse con microorganismos, sobre todo, bacterias y hongos, produciendo el trastorno conocido como fiebre del humidificador, cuadro parecido a una gripe, con temperatura elevada y malestar general como principales síntomas, a lo que se añade tos, opresión torácica y sensación de ahogo.
El síndrome del edificio enfermo, reconocido como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1982, resulta un tanto desconocido en nuestro país, pero países fríos, como Dinamarca, o zonas calurosos, como el sur de los Estados Unidos, poseen ya una vasta experiencia, puesto que la práctica totalidad de sus edificios están equipados con sistemas de ventilación artificial.
La Healthy Building International, una de las compañías más prestigiosas del mundo dedicadas al control y saneamiento de edificios enfermos, concluyó, después de haber estudiado más de cuatrocientas construcciones, que tan sólo una de cada cuatro estaban debidamente acondicionadas y no presentabiesgos para la salud. Además de los problemas relacionados con los sistemas de ventilación, en un bloque de oficinas se producen diariamente un sinfín de actividades contaminantes.
El formaldehído, muy volátil y presente en pinturas, productos de limpieza, materiales de aislamiento, colas de moquetas y maderas de aglomerado, puede provocar en quienes pasan horas con él cefaleas y náuseas. El ozono que desprenden las fotocopiadoras también es responsable de muchos dolores de cabeza y de sensación de malestar general. A todo ello hay que añadir el humo de tabaco, perfumes, compuestos volátiles de pinturas, impresoras y otras máquinas, hasta un total de 37 compuestos contaminantes, que recoge un estudio de estos elementos realizado por el Instituto Nacional de Higiene y Seguridad en el Trabajo.
La iluminación es otro de los factores que deben ser tenidos en cuenta, no sólo por su intensidad, que debería oscilar entre los 300 y los 1.000 lux, sino por su misma naturaleza. Los tubos fluorescentes difunden rayos ultravioleta que, al interaccionar químicamente con el polvo en suspensión, producen una especie de niebla fotoquímica. También los modernos ordenadores son fuente de contaminación, producida por los campos electromagnéticos.
Los elementos de arquitectura y decoración pueden ser "contaminantes". El afán de aprovechar los espacios al máximo ha puesto de moda superficies sin tabiques de separación. Se ha demostrado que quienes trabajan en estos ambientes padecen con más frecuencia cefaleas, provocadas, sobre todo, por el nivel de ruido.
Ácaros, nuestros pequeños enemigos
Los ácaros son unos arácnidos diminutos cuya familia está formada por cuarenta y siete especies distintas, de la cuales, hasta once pueden encontrarse en el polvo que se almacena en los hogares. Están distribuidos por toda la casa, concentrándose principalmente en los suelos, sobre todo si están enmoquetados, sofás, sillones, y también en los tapizados... En un gramo de polvo pueden concentrarse hasta cuatro mil ejemplares de estos arácnidos. Los ácaros se alimentan de la descamación de los tejidos humanos, como la piel, las uñas y el pelo.
Los agentes alergénicos de los ácaros están presentes en su propio cuerpo, en sus secreciones y, básicamente, en sus deyecciones. Las heces, de escaso peso, se mantienen flotando en el aire, se depositan en las vías respiratorias de las personas, y pueden causar una reacción de hipersensibilidad a la que son proclives quienes sufren problemas respiratorios.
Estos pequeños microorganismos se desarrollan con facilidad, aunque alcanzan sus óptimas condiciones con temperaturas de entre 22 y 26º C. Necesitan también un alto grado de humedad; es bastante raro encontrarlos en ambientes con niveles inferiores al 50%. Erradicarlos es una ardua labor que puede darse prácticamente por perdida de antemano. Más fácil es intentar evitarlos manteniendo la vivienda bien ventilada y con bajo grado de humedad.
Es importante huir de las decoraciones hechas con materiales que acumulan polvo y limpiar con frecuencia con el aspirador. Si estas medidas son insuficientes, en el mercado se encuentran productos acaricidas.
Edificios condenados
En 1977, en el Hotel Bellevue-Strafford, de Filadelfia, durante la celebración de una convención de la Legión Americana, un brote de una misteriosa enfermedad infecciosa afectó a 182 individuos, de los cuales 34 fallecieron. Más tarde logró aislarse el germen culpable, que fue bautizado con el nombre de legionella. El aire acondicionado fue considerado el responsable del contagio. La sede estadounidense de Kodak perdió la guerra contra un hongo y tuvo que cambiar todo el sistema de ventilación. En Gran Bretaña, el Archivo de Kew tuvo que colocar un nuevo aire acondicionado, a los dos meses de su inauguración. Después, le tocó el turno al Ministerio de Sanidad. El Edificio Berlaymont, sede de la UE, está condenado. Su nivel de fibras de asbesto supera en 8.000 veces el fijado por la propia Unión Europea.
La alergia en casa
Con el paso del tiempo, cada vez hay más casas bien aisladas, cómodamente enmoquetadas o alfombradas, que disfrutan de calefacción o de aire acondicionado. Esto crea, a veces, un ambiente cargado de polvo y otras sustancias no demasiado recomendables para la salud.
Una casa de tres habitaciones, por ejemplo, puede acumular hasta diez kilos de polvo al año. El polvo doméstico es el principal agente transportador de sustancias alergénicas. Compuesto de una gran variedad de sustancias orgánicas e inorgánicas, que incluyen fibras, esporas, granos de polen, mohos, insectos y ácaros, se estima que aproximadamente de un cuarenta a un ochenta por ciento de los asmáticos están sensibilizados a alguno de estos compuestos.
En un estudio que se ha realizado en los Estados Unidos entre los afectados por el asma que acudieron a un servicio de urgencias, se encontró en un número considerable de ellos una alta prevalencia de sensibilización, sobre todo, frente a los pelos de gato, ácaros y cucarachas. Los síntomas que produce van desde una pequeña irritación a problemas respiratorios graves, que pueden llevar incluso a sufrir patologías crónicas. La rinitis alérgica y el asma, son trastornos cada vez más frecuentes en los consultorios, y los sufren, en especial, los niños y los adolescentes.