1.4 - Carreras de carros
Sin duda, era el espectáculo que más fascinaba de los que se celebraban en el circo. Su origen se remonta a un desfile de caballos y mulas ante el altar de Conso, dios del consejo. Éste se hacía con cierta rapidez por lo que, con el tiempo, evolucionó a unas carreras (consualia), en las que se competía con carros conducidos por sus dueños, un honor que terminaría perdiéndose al popularizarse como espectáculo. El desarrollo y la grandeza de la ciudad y la creciente afluencia de espectadores motivó la creación de un espacio grande destinado a la celebración de estos espectáculos: de ahí las grandes dimensiones de los circos.
Después del desfile por las calles de la ciudad, los carros recibían los últimos preparativos y ajustes en las cocheras (carceres).
Los carros debían ser lo más ligeros posible, de ahí que su estructura se redujera a un timón y una especie de plataforma cerrada por delante y abierta por detrás, en la que iba el auriga, sobre un eje con dos ruedas. Cada carro representaba un bando o facción. Había cuatro bandos pues era el número de cuádrigas que competían a la vez: los blancos, los verdes, los azules y los rojos. Las facciones eran dueñas de los caballos y pagaban los gastos de entrenamiento, al auriga y demás personal necesario. El auriga, que vestía una túnica del color del bando por el que corría, a juego con el carro y los arreos de los caballos, solía ir equipado con un yelmo metálico, unas correas de cuero, un látigo y un puñal por si necesitaba cortar las bridas.
El espectáculo variaba en función del número de caballos que tiraran de los carros: con seis, ocho o incluso diez caballos, el objetivo era mostrar la técnica; con dos (bigae) quienes corrían solían ser aficionados; y cuatro (quadrigae) era el número de caballos con el que normalmente se competía en las auténticas carreras
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Carrera de carros |
La carrera comenzaba cuando el director de los juegos daba la señal agitando un pañuelo blanco (mappa) desde su tribuna colocada encima de las carceres, donde aguardaban los corredores. Las puertas se abrían a la vez y salían los cuatro carros participantes, uno de cada color. Debían hacer un recorrido de 8.300 metros consistente en dar siete vueltas a la spina, en la que se encontraban los jueces de la competición. El giro en la meta, el extremo opuesto a los carceres era especialmente complicado por los peligros de vuelco que entrañaba. Para que los corredores y el público no perdiera la cuenta de las vueltas, con cada una de ellas se bajaba uno de los huevos de madera con los que estaban rematados siete delfines situados en la spina. La victoria la conseguía el primero en sobrepasar una línea dibujada con yeso a la izquierda del punto de salida. Aunque eran muchos los peligros a los que se exponían estos conductores de carros y caballos, conseguir el triunfo suponía para ellos una gran fama y dinero.
Conducir carros en estos espectáculos se convirtió en un peligroso y deshonroso trabajo reservado a libertos y esclavos. La competencia que había entre los distintos bandos llevaba a los romanos a recurrir habitualmente a la brujería o a estrategias poco competitivas como cegar a los caballos o provocar la caída de los carros de los colores contrarios.
La asistencia a estos espectáculos era de interés general, por tanto hombres, mujeres, plebeyos y esclavos, debían madrugar mucho y, a menudo, incluso pelearse para conseguir un buen asiento. Sólo senadores y caballeros, por tener sus gradas reservadas, se libraban de estas vicisitudes.
Veamos la famosa carrera de carros de la película Ben-Hur:
William Wyler, Ben Hur: secuencia de la carrera en el circo
Video de Carles Paul en Youtube

Curiosidad
Así como en los espectáculos representados en el anfiteatro la diversión estaba en la forma en que morían los luchadores, en estas carreras que se desarrollaban en el circo, lo más emocionante eran los bandos: cuatro en época imperial, representados por los colores rojo (russata), blanco (albata), azul (veneta) y verde (prasina). La fascinación y el sentido de "pertenencia" a un color u otro, presente en toda la sociedad del momento, desde el emperador hasta el esclavo más miserable, acaparaba todas las atenciones por delante de los conductores de carros (aurigae), los caballos y los carros. Los bandos o facciones constituían una corporación en la que participaban muchas personas que vivían del trabajo que desarrollaban en ellas. Los caballeros las dirigían y administraban con la ayuda de personas que se dedicaban a labores específicas como el cuidado de las yeguadas, la doma, el mantenimiento de las cuadras, los cuidados veterinarios, la construcción de carros, la instrucción en la conducción de carros, la propaganda, correr las carreras, animar, etc. Estos colores o bandos eran los que se contrataban cuando se quería organizar juegos y suscitaban tanta pasión, similar a la de ahora por los clubs de fútbol, que se producían auténticos enfrentamientos en los graderíos, con mayor frecuencia y violencia de la deseable. No podemos olvidar que en estos juegos los espectadores apostaban por el bando o color de su equipo favorito.
Un elemento fundamental para el triunfo eran los caballos y su disposición en la carrera. Los caballos se colocaban los dos de dentro unidos por un ligero yugo (introiugi) y los dos de fuera sólo bridados (funales), en función de sus características. El más ágil y ligero debía ser el que corriera por el exterior y el más obediente y seguro por el interior. Para ganar una carrera era necesario que se cumplieran dos factores fundamentales: por un lado que los caballos fueran veloces en las rectas y estables en las curvas y, por otro lado, que el auriga estuviera hábil en el control de los caballos y acertado en la estrategia para la carrera.
