3. Teseo y el Minotauro
Dédalo era un hábil arquitecto e ingeniero ateniense que fue desterrado a Creta junto con su hijo, Ícaro, por una acusación de homicidio. Fue él quien ayudó a Pasífae a consumar su pasión por el toro, diseñando un curioso artilugio que pareciera una vaca. También diseñó el Laberinto donde fue encerrado el Minotauro.
El monstruo se alimentaba de los jóvenes que enviaban las ciudades sometidas a Minos. Este era el caso de Atenas, obligada a entregar cada año un tributo de siete muchachos y otras tantas muchachas. Atenas debía rendir este tributo a Creta por el asesinato de Androgeo, hijo de Minos, muerto en la ciudad presuntamente a manos de los sobrinos del rey Egeo.
Este rey tenía un único hijo a quien aún no conocía al comienzo de esta historia. La madre del chico era Etra, princesa de Trecén. Concibió su hijo una noche, la única, en que Egeo, amigo de su padre, visitó su lecho, y hay quien afirma que lo hizo inducido por el propio padre de la chica, que estaría ya embarazada del mismísimo Poseidón. Al día siguiente volvió Egeo a Atenas, tras haber escondido sus sandalias y su espada bajo una pesada roca. "Si quedas embarazada, haz que el niño, una vez llegado a la mayoría de edad, trate de levantar la piedra -dijo a Etra-. Si es realmente hijo mío, será suficientemente fuerte para hacerlo. Entonces envíamelo a Atenas, con las sandalias y la espada, para que yo pueda reconocerlo". Así ocurrió. El hijo, Teseo, llegó a Atenas tras un viaje pleno de aventuras, y fue reconocido por su padre. Al tener noticia del sangriento tributo que la ciudad debía satisfacer a Creta, se ofreció voluntario para zarpar en la siguiente expedición, con el propósito de liquidar al Minotauro. Su padre, apenado pero, confiando en Teseo, le pidió que, si volvía con vida, cambiara las velas negras que llevaba la nave en señal de luto por otras blancas. A su llegada a la isla, Ariadna, hija de Minos, se enamoró de él a primera vista, y acudió a Dédalo solicitando ayuda para salvarlo. Dédalo le entregó un ovillo de hilo mágico que el héroe debía sujetar a la puerta del Laberinto y que se desenrollaría dejando marcando el camino de vuelta. No debía girar a derecha ni izquierda, solo seguir adelante siguiendo el hilo y, cuando encontrara al Minotauro, debía asirlo firmemente por los cabellos y sacrificarlo a Poseidón. Teseo prometió a cambio a Ariadna hacerla su esposa.
El héroe acabó con el monstruo aquella misma noche. Todos los atenienses, guiados por Ariadna, huyeron al puerto y partieron de vuelta a Atenas. Teseo no cumplió su promesa y abandonó a Ariadna en una playa de la isla de Naxos. Tampoco se acordó de cambiar las velas del navío. Egeo, que esperaba impaciente su regreso, vio volver el barco con las velas negras y, desesperado, se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Cuando Minos supo de la participación que Dédalo había tenido en la huida de Teseo, lo encerró junto a su hijo Ícaro en el Laberinto. Dédalo no se rindió y, con cera y las plumas que las aves dejaban caer sobre ellos, construyó una alas para poder escapar de la isla. Aconsejó a su hijo no volar demasiado alto, para que el sol no derritiese la cera, ni demasiado bajo, para que las plumas no se humedeciesen por la proximidad del mar. Al principio todo fue bien. Pero, finalmente, el joven, embriagado por el placer de volar, llegó demasiado alto. Sus alas de deshicieron y cayó al mar, junto a una isla, Icaria, a la que dio su nombre. |
Este tema ha sido elaborado por Javier Almodóvar y Meli San Martín para la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía