1. Una economía agraria
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Arado tirado por caballos. Publicado pen Wikimedia Commons, bajo licencia C. C |
Como decíamos en la introducción la economía española del siglo XIX, sobre todo en su primera mitad es básicamente agraria. A comienzos del siglo XIX el 56% de la producción nacional (el 82% si incluimos la ganadería) proviene del campo. Esto ya supone una diferencia importante con respecto a países con un desarrollo económico (y político) importante como Francia, Prusia (la futura Alemania) y, como no, Inglaterra que lleva prácticamente un siglo de ventaja en materia económica al resto del mundo.
La mayor parte de la riqueza del país llega desde el campo. Esto no es algo precisamente positivo, sobre todo teniendo en cuenta que los rendimientos que la tierra ofrecía no eran especialmente buenos. La tecnificación que poco a poco ha posibilitado un incremento de la renta que se invierte en la industria de países como Inglaterra o Francia no llega a España. Los sistemas y las técnicas de cultivo se mantienen desde muchos siglos atrás.
Pero el atraso no viene sólo por una cuestión puramente técnica. Hay una cuestión importante y es la posesión de la tierra ¿A quién siguen perteneciendo la mayoría de las tierras en España? Pues si no lo has adivinado, sí, a los mismos desde hace siglos: la nobleza y la Iglesia. ¿Es esto un motivo que provoque el retraso de la agricultura en España? Pues no es el único, claro está, pero sí está claro que afecta de forma evidente ya que ni la nobleza ni la Iglesia tienen necesidad de invertir en ninguna mejora. Viven de los que sus posesiones les rentan y esto es más que suficiente.
Por eso los cambios políticos que provocan el fin de los señoríos, entre otras medidas, es tan importante, porque van a limitar, y en muchos casos acabar, con este reparto injusto de la tierra.
En este marco es donde se va a producir un movimiento muy importante en pos de revertir la situación: las desamortizaciones.