Resumen

Destrucción de maquinaria en el ludismo.
Imagen en WikipediaDominio público

Las revoluciones iniciadas en EE. UU y en Francia a finales del XVIII tienen su extensión de carácter burgués en las oleadas revolucionarias de los años veinte y treinta del XIX, con un momento de cambio y de deriva hacia lo obrero con la Revolución del 48.

La Revolución Industrial, además, del desarrollo de las ideas liberales y del acceso de la burguesía al poder, llegan de la mano de un aumento de la productividad, de una mejora de los transportes, de la mecanización progresiva del campo, del crecimiento demográfico y de un proceso de concentración poblacional en el espacio urbano. 

La burguesía ha liderado los primeros movimientos sociales del siglo XIX. Gracias a los cambios a nivel económico, al desarrollo de la revolución industrial, la burguesía (la alta y poderosa) ya controla el poder económico. A partir de este momento, por lo tanto, será la burguesía la que controle todos los resortes del poder, antes en manos de la aristocracia. 

Un nuevo grupo social nuevo surge en este momento: el proletariado que se caracteriza por vivir en condiciones misérrimas y vivir para trabajar jornadas extenuantes por un salario ínfimo, sin prestación alguna y desde muy niño. Desde principios del siglo XIX, la lucha obrera va creciendo, primero como cuestiones aisladas, pero poco a poco de forma más interconectadas y organizadas. Los primeros sindicatos (los  Trade – Unions ingleses), la aparición del socialismo, del anarquismo, personajes como Marx o Bakunin. 

Los países occidentales, especialmente Francia e Inglaterra, buscaban en las colonias varias cosas: por un lado zonas de las que obtener materias primas de calidad y baratas (si el territorio pertenece ahora al propio país, el coste sería cero); por otro un lugar en el que ofertar el enorme excedente de producción que sale de las fábricas de las metrópolis; también un modo de acceder a mano de obra barata y, como no, una forma de demostrar poder y hegemonía, algo fundamental en la política internacional del momento. Eso sí, las consecuencias para las colonias fueron nefastas: aculturación, imposición de modos productivos distintos a los tradicionales y que permitían su sustento por otras dirigidas al beneficio de las metrópolis, configuración de fronteras artificiales...

Aparece también y muy vinculado con el romanticismo un sentimiento de arraigo de una nación, de un país, la ligazón entre la tradición, la historia, la lengua, la cultura y las gentes de un mismo territorio por oposición al resto, ya que el nacionalismo no es más que eso, la necesidad de diferenciarse del otro. Surge con ello el nacionalismo, que se va a concretar también en el arte ya que éste va a tratar de ensalzar los grandes valores y tradiciones de estas naciones. 

Los cambios que llegan de la mano de las revoluciones industriales precisan de una reformulación de la ciudad como concepto y como modelo. En esta tesitura, el urbanismo del XIX vive una auténtica revolución.

Desde los modelos de los socialistas utópicos y sus falansterios hasta los proyectos de ensanche como los de Haussman, Cerdá o Soria, la ciudad vive constantes cambios en los que se generan nuevos barrios para una nueva organización social, así como amplios espacios de comunicación y vida.

La conexión romanticismo - nacionalismo lleva a la arquitectura a un nuevo formato estético (aunque de nuevo tenía poco): el historicismo. El modelo estético arquitectónico que más éxito tuvo entre mediados del XIX y principios del XX fue el historicismo, un lenguaje que hacía una relectura, o más bien una copia, del pasado. Si años antes el neoclasicismo había sabido adaptar los modelos clásicos al siglo XVIII y principios del XIX, ahora serán otros "neos" los que tengan éxito. Especialmente prolífica será la obra neogótica que, de hecho, se convierte en casi un estilo nacional en Inglaterra.

Poco después, como veremos, el neogótico sí fue capaz de ofrecer avances y conexión con el momento que vive, sobre todo gracias al uso de nuevos materiales, especialmente el hierro.

Aunque es cierto que el "neo" que más éxito va a tener y que más se va a instalar en Europa será el neogótico, otros estilos del pasado tendrán también su cuota en la estética arquitectónica de la segunda mitad del XIX. En España, como no puede ser de otro modo, y muy en conexión con esa reivindicación del pasado propio que emana de los nacionalismos, tendrá mucho éxito del neomudéjar.

Quizá lo más interesante en este sentido sea un siguiente paso en el que ya no se va a usar un estilo del pasado que ahora es reinterpretado (o más bien reutilizado), sino que tienden a mezclar diferentes lenguajes estéticos que suelen casar bien: es el eclecticismo. Si a esto le sumamos ideas que llegan desde las colonias (especialmente interesante aquí lo que ocurre em Inglaterra con lo que llega desde La India), tenemos un estilo ecléctico que a veces es imposible de asumir pero que otras permiten edificios con una enorme carga simbólica y, sobre todo, decorativa. 

Exterior de la Ópera de París. Charles Garnier. 1875
Imagen de Peter Rivera en Wikipedia. Lic. CC
Home Insurance Building. La Baron Jenney. Chhicago. 1884
Imagen en Wikipedia. Dominio público

El hierro es el material básico de la transformación técnica y estética de la arquitectura contemporánea. Marca su inicio. Su uso permite abaratar costes, construcciones más ligeras y dinámicas; pero sobre todo, el hierro llega de la mano de un cambio de foco: la función comienza a ponerse por delante de lo estético. El hierro permite espacios más diáfanos (las cubiertas, sean cúpulas o techos planos ya no necesitan pesados muros de carga o potentes columnas puesto que su peso se ha aligerado hasta límites insospechados y abiertos, y además es perfecto, por sus reducidos costes y su maleabilidad, para obra pública, sobre todo obra de ingeniería.

Dos de los arquitectos (aunque el segundo es un ingeniero civil) serán Henri Labrouste y Gustave Eiffel. El primero, entre otras cosas, diseñó la sala de lectura de las Biblioteca Nacional de París, el segundo, dio pie a una de las torres más icónicas y famosas del mundo: la Torre Eiffel.

El incendio que asola Chicago en 1871 obliga a la ciudad de Illinois a reinventarse y para eso, nada mejor que usar los nuevos materiales: hierro, cemento y cristal.

En la Escuela de Chicago, priman el pragmatismo, nuevos materiales, construcción en vertical para aprovechar el escaso espacio urbano en una ciudad cada vez más pujante... son algunas de las características básicas de este tipo de arquitectura que tiene a Sullivan y a Adler entre dos de sus mejores ejemplos.

Construcciones como los Almacenes Carson o el Auditorio de Chicago demuestran ese acercamiento a lo funcional a la vez que se abandonan los esquemas constructivos clásicos. Eso sí, sobre todo en una primera fase es habitual encontrar rescoldos de ese pasado artístico, sobre todo en lo decorativo (almohadillados, motivos florales, alternancia de vanos...).

Detalle fachada Casa Tassel
Imagen de Fonk en Flickr. Lic. CC

En Francia y Bélgica, el modernismo es conocido como Art Nouveau. Efectivamente, arte nuevo. Y es que justo eso es este estilo, un arte nuevo que combina el uso de nuevos materiales (hierro especialmente) con un nuevo lenguaje estético en el que prima, en el caso de estos dos países, la línea sinuosa, los motivos vegetales y el movimiento de sus elementos decorativos.

En Francia destaca Héctor Guimard, sobre todo con el diseño de las bocas de metro y en Bruselas aparece quizá, tras Gaudí, el arquitecto modernista más destacado: Víctor Horta, sobre todo con la construcción de la casa Tassel, de 1892.

En Austria, el modernismo se conoce como Sezession, que no fue más que un movimiento de artistas (llegaron casi a la veintena) que planteaba la necesidad de una reformulación estética y la renovación artística. Quizá conozcas al más famoso de ellos: Gustav Klimt, aunque aquí nos centramos en la arquitectura, donde destaca Otto Wagner, que diseñó algunos de los edificios más interesantes de toda la Europa de finales del XIX.

El estilo vienés es menos movido y sinuoso que el belga o el francés, pero es también muy imaginativo. De rasgos más horizontalizantes, el uso del hierro e incluso del aluminio determinan no solo estructuras, sino también estéticas. La casa Majolica y, sobre todo, la Caja Postal de Ahorros son sus dos creaciones más interesantes.

Gaudí es la gran figura del modernismo español; aunque el arquitecto barcelonés lleva su capacidad imaginativa y creativa mucho más allá de lo que habían hecho contemporáneos suyos. Su genialidad y su capacidad creadora le llevan a investigar espacios urbanísticos como el Parque Güell, o a plantear construcciones colosales, como la Sagrada Familia. Y todo, con un lenguaje basado en el movimiento, en la curva, en el amor por la naturaleza y en la genialidad estructural. Solo desde esta genialidad se puede entender que muchos de sus diseños se mantengan aún en pie. Fue un arquitecto prolífico, pero sus obras más destacadas serán, las casas Batlló y Milà, el parque Güell y, por supuesto, la Sagrada Familia, todas en Barcelona.