
LA MUJER CERCADA POR EL TERROR
Soy de La Barca, mujer, y aunque joven, ya he conocido el infierno. La menor de ocho, entre hermanos y hermanas, en una familia humilde donde una de las primeras cosas que aprendimos, a medida que podíamos razonar, fue qué es el terror.
Mi padre había impuesto en mi casa una organización autoritaria que nos hacía vivir atemorizados, todos los detalles de nuestra vida cotidiana estaban marcados por unas imposiciones sin justificación que cambiaban según su ánimo: recuerdo a mi madre poniendo un objeto que sonara en la puerta para dar una cabezada inquieta y despertarse cuando escuchaba en su caída al entrar el maltratador, porque nos tenía prohibido dormir la siesta.
Sujetos de su odio, marionetas donde desahogar un rencor que no podía descargar en otros, éramos para él esclavos y esclavas.
Los malos tratos eran frecuentes, las fuertes palizas estaban al orden del día, nunca fui testigo de alguna contra mi madre pero tal vez no fuesen necesarias, ella estaba totalmente atemorizada, anulada, tanto que ella misma repetía continuamente que era una idiota.
Mis hermanos y hermanas fueron huyendo de la casa a medida que se iban haciendo mayores y se desentendían, fue un sálvese quien pueda . Soy la menor, así que, junto con mi madre, éramos sus últimas victimas. En aquel tiempo intentaba estar mucho tiempo en la calle descubriendo que las relaciones entre seres humanos están basadas en el afecto, en el apoyo mutuo y no en el miedo y en el terror que me habían calado hasta los huesos.
En cuanto encontré trabajo me fui también yo, huí a otro pueblo y en él intenté empezar otra vida, pero estaba tan necesitada de afecto que caí en la redes de otro maltratador que, aunque no pegaba, consideraba a la mujer un objeto para su satisfacción que se podía tirar cuando conviniese. Me quedé embarazada y él se desentendió negando incluso su paternidad.
Tuve que volver a La Barca , no le dije a nadie que estaba embarazada, me lo negaba incluso a mí misma, no quería darle argumentos a la bestia. Cuando ya fue inocultable ocurrió lo esperado; sus insultos, sus malos tratos fueron continuos. Di a luz atemorizada por el futuro de mi hijo: venía a vivir en el terror.
Fueron unos años horribles, mi hijo fue creciendo escuchando insultos, él era un bastardo y yo, por supuesto, una puta. Vivíamos todo el tiempo posible en un cuarto en el que hasta comíamos, e intentábamos pasar mucho tiempo en la calle. Mi madre se exilió interiormente, se negó a andar y a comer.
La gota que colmó el vaso fue cuando en una de las habituales broncas se abalanzó sobre mí con una navaja, casi me hiere, pero se interpuso mi madre, le quitó la navaja y se la dio a mi hijo que salió corriendo con ella. Me llevé a mi madre y a mi hijo de la casa; pero no sabía a dónde ir, tuve que exigirle a uno de mis hermanos que alojase a mi madre y yo me fui con mi hijo a casa de unos amigos que nos acogieron seis meses. Durante ese tiempo, el maltratador nos buscó, amenazó a todo el mundo que nos pudiese estar ayudando, le habíamos puesto una denuncia por agresión que se saldó con una simple multa; fuimos un día que no estaba escoltados por la policía a recuperar algunas de nuestras cosas.
Sustentada su vida en el maltrato, al verse solo, sin víctimas, sin saber hacer nada, fue cayendo en un estado de abandono que comunicamos a Asuntos Sociales. Lo mandaron a un asilo en el que enfermó gravemente y lo llevaron a un hospital; mis hermanos fueron a visitarle e incluso llevaron a mi hijo, que quiso acompañarlos; yo no pude. Murió al poco tiempo y en mi casa por fin entró la paz.
Hoy mi hijo, mi madre y yo vivimos tranquilos intentando recuperar nuestras vidas superando las marcas del terror que hemos sufrido. Os cuento mi historia, sobreponiéndome a mi dolor, para que nos unamos contra estas bestias, no podemos dejar que nadie se imponga por la fuerza, no existen excusas para el terror, no podemos volver la cara ante el terror, urgentemente, tiene que ser urgentemente.