2. El ciclo hidrológico

Imagen de USGS - L. Fdez.  en Wikimedia commons. Dominio público

Exceptuando el agua marina, el 70% del agua dulce de los continentes se encuentra en forma de hielo y nieve en los glaciares y en el permafrost; el resto se reparte entre el agua subterránea, en torno al 29%, y la que representaría la humedad del suelo y del aire, el agua de los ríos y lagos y la de los seres vivos (cercana al 1%).  Ese 29% de agua subterránea ha seguido el proceso de infiltración, penetrando en el suelo y en las rocas a través de los poros y a favor de la gravedad (percolación), almacenándose posteriormente en acuíferos. Luego, esos acuíferos son drenados mediante surgencias que alimentan arroyos, ríos y lagos, o directamente al mar.

Cuando la velocidad de caída de la lluvia es mayor que la capacidad del suelo para absorberla, el agua adicional fluye sobre la superficie, proceso denominado escorrentía superficial (circulación desde las zonas más elevadas de los continentes hacia el mar mediante la arroyada en las laderas o a través de cauces de torrentes y ríos). Dicha escorrentía depende de las características climáticas, topográficas, geológicas y de vegetación de la cuenca y está íntimamente ligada a la relación entre las aguas superficiales y subterráneas de la cuenca.

Gran parte del agua que se infiltra o que corre por la superficie, acaba volviendo a la atmósfera por medio de la evaporación desde el suelo, los lagos o las corrientes superficiales. Además, parte del agua que se infiltra en el suelo es absorbida por las raíces de las plantas, que después la liberan a la atmósfera: transpiración. Dado que no podemos distinguir claramente entre la cantidad de agua que se evapora y la que es transpirada por las plantas, se suele utilizar el término evapotranspiración para definir el efecto combinado.

La escorrentía superficial (ES) es el resultado de descontar a las precipitaciones (P) la cantidad de agua que se infiltra (I) y la que se evapotranspira (ET).