Italia jamás renunció a su pasado clásico y en ella nunca llegó a imponerse plenamente el espíritu gótico medieval. El cambio de mentalidad que se produjo en esta época gracias a los nuevos descubrimientos (América, la imprenta, la pólvora...) trajo una visión más humanista del universo, con conceptos como el hombre como centro de la creación o el hombre como ser racional y libre, lo que a su vez provocaría un nuevo planteamiento artístico enfocado hacia la representación de la realidad física del entorno del hombre.
El pensamiento humanista y el deseo de plasmar la verdad trajo implícita una nueva concepción del espacio en la que la perspectiva fue considerada como la verdadera forma de representar la realidad espacial. Una realidad de la que había que eliminar todo lo que fuera contradictorio. La perspectiva construye racionalmente la representación de la realidad humana. Esta nueva forma de entender el espacio también provocaría nuevas formulaciones de la teoría de la proporción. A partir de la tradición clásica, el intelecto establece relaciones de tamaño entre partes a través de comparaciones en la búsqueda de la belleza. Lo proporcionado es bello y supone el equilibrio entre el hombre y la naturaleza.
En Italia, el artista renacentista no trabaja ya tanto bajo unas directrices impuestas, sino que goza de cierta autonomía ideológica y cultural en el ejercicio de su trabajo. El arte pasa de ser manual a intelectual y la belleza sustituye al expresivismo medieval. El arte no se desprende de su temática religiosa pero su ejecución sí se seculariza y, poco a poco, se va llegando a la idea del arte por el arte, a la vez que los artistas van ganando prestigio social y se convierten en protegidos de las clases dominantes.