
“La jornada comienza temprano, con la salida del sol, y enseguida toda la ciudad se pone en marcha. Al ama de casa le aguardan todos sus menesteres diarios, entre los que se haya la limpieza de su hogar, lo cual se realiza a primera hora para dedicarse enseguida al resto. No todos los días se acerca al mercado, pero hoy necesita un poco de verdura para hacer el guiso. La encontrará en las tiendas y en los puestos ambulantes que se ubican en los alrededores de la Corredera, donde comprará algunas hortalizas y frutas. Hay bullicio en el mercado, se escuchan las voces de las vendedoras pregonando sus productos, que se confunden con los sonidos de los animales y el murmullo de las gentes que deambulan por allí; además, en la misma plaza de la Corredera, el pregonero público de la ciudad anuncia hoy un pregón, por lo que se detiene a escucharlo: ´…que todas aquellas personas de cualquier ley, estado o condición que deban pagar la renta de la alcabala de los paños de esta ciudad este año, no lo hagan salvo a los fieles de dicha renta…´. De vuelta a casa, pasa por la tienda del especiero, necesita un poco de pimienta y hoy dispone del dinero para conseguirla; está contenta, junto con el azafrán que guarda en un pequeño bote en la cocina, sazonará su guiso sobradamente.
Al volver, encuentra a su marido en plena faena, trabajando; es zapatero y hoy se dedica además a enseñar el oficio a un nuevo aprendiz. A través de la tienda, pequeña estancia de la vivienda que se comunica con la calle a través de un postigo con su puerta, y de cuyas paredes cuelgan algunas herramientas y obra del oficio –zapatos, alcorques o borceguíes-, se introduce en la casa y atraviesa la casa-puerta y el patio para llegar al trascorral, donde aún queda un poco de leña que corta con el destral en trozos pequeños, para encender con ella el fuego del hogar. Este se halla adosado a una de las paredes de la cocina, y sobre él, la salida de humos, que no es otra cosa que un conducto de fábrica o humero. La cocina se ubica en uno de los laterales del pequeño patio, próxima al trascorral, y en realidad es una pequeña habitación o palacio que va más allá de esta función, puesto que allí se hace la mayor parte de la vida diaria: se guisa, se come, se cose, se disfrutan las últimas horas de la jornada junto al hogar…

Nuestra protagonista, como no dispone de pozo en su vivienda debe coger un cubo y un cántaro y dirigirse a la fuentes pública más próxima; allí, mientras coge el agua, charla con otras vecinas y comenta el precio de las especias; están caras, ya se sabe, vienen de muy lejos y no es fácil conseguirlas. Hoy no tiene que amasar el pan, lo hizo ayer, para lo cual tuvo que cerner la harina previamente, empleando una cernedera y varios cedazos; tras amasarla con agua y sal en una artesa de madera, dejó reposar la masa envuelta en unas maseras de estopa para que fermentara durante toda la noche y hoy, debe llevar ese pan a cocer al horno, para lo cual lo deposita cuidadosamente sobre el hintero, tablero de madera que recubre con un paño de lana o tendido. Una vez cocido, será suficiente para varios días. Mientras, la leña se ha convertido en brasas, las atiza con las tenazas del brasero y cuando están en su punto, acerca el caldero que colgaba de la pared, cogiéndolo por las alas, y lo coloca sobre unas trébedes de hierro, vertiendo en él parte del agua que trajo en el cántaro de barro, para que comience a calentarse.
Hay una mesa alargada junto al hogar, apoyada en la pared, y allí se dispone a cortar y preparar la verdura, para lo que utiliza un gañivete. Luego la lavará con agua en un lebrillo de barro y la echará en la olla. Le añadirá un pedazo de tocino que colgaba de un clavo en la pared y mientras hierve el guiso, machacará la pimienta con un poco de sal en el mortero de azófar, para aderezarlo, moviéndolo de vez en cuando con un mecedero de palo. Mientras cuece, vierte el resto del agua del cántaro en una tinajuela que está en el rincón, de la que sacará más tarde la necesaria para beber con una caldereta y llenará la jarra que pondrá sobre la mesa.
El menú lo completará hoy con un trozo de queso, algunos higos pasados que guarda en un pequeño capacho y un poco de arrope que conserva en un cántaro mostero. Otras veces se come carne o pescado, aquélla asada sobre las brasas en un asador de hierro, y trinchada sobre la mesa más tarde, encima de un tajador de palo, o bien hervida; y el pescado frito en abundante aceite de oliva, que almacena en una pequeña tinaja de barro con su tapadera de corcho.
Coloca la mesa que utilizó para preparar la verdura en el centro de la estancia. Sobre ella no hay muchos elementos, disponiéndose éstos sobre un mantel de estopa: un candil de mano, la jarra de barro vidriado con el agua, una alcuza o jarrito con vino y un par de picheles o vasos, un platel de peltre sobre el que ha colocado el queso, el capacho con los higos y dos escudillas, también de barro vidriado, sobre las que verterá el guiso para comerlo con una cuchara o beberlo directamente. Junto a la mesa, sitúa un bancal de pino para poder sentarse y se dirige a avisar a su esposo.
Durante la tarde se dedicará a lavar la ropa, a tejer y a ayudar a su esposo en el taller, pero ahora la comida está lista; el olor del guisado invade la estancia, las campanas han marcado hace poco la hora del Ángelus, y el matrimonio se dispone a comer”.
Pilar Hernández Iñigo