El término mosaico proviene del latín mosaicum, que significa “obra artística de las musas”, y es una técnica a medio camino entre la pintura y la azulejería, creada con pequeñas piezas de piedra o cerámica vidriada de diferentes formas y colores llamadas teselas, unidas con yeso o cal.
El arte del mosaico ya era algo universal en la época de Alejandro Magno, con el centro productor más activo situado en Alejandría. El historiador romano Plinio el Viejo ya describe a Sosos de Pérgamo como un excelente mosaísta autor de entre otros, el Mosaico de las palomas, en la Villa Adriana de Tívoli. Cada centímetro cuadrado de este complejo mosaico está formado por sesenta teselas, menudo puzzle no crees?
Batalla de Alejandro Magno, mosaico procedente de la Casa del Fauno en Pompeya. |
La técnica del mosaico proviene de un perfeccionamiento del primitivo pavimento que se hacía con guijarros, piedras de color y tamaño variado que se encuentran en las orillas de los ríos y que aún hoy encontramos en calles y patios de muchas casas, lo que se conoce como enguijarrado.
Podemos entender el mosaico como una pintura hecha en piedra, y fue tal su popularidad en Roma que puede afirmarse que no hubo casa o villa romana que se preciara que no tuviera mosaicos decorando sus estancias. En un principio, los mosaicos iban destinados a la decoración de techos y paredes, y cuando comprobaron, con las pertinentes mejoras técnicas que eran lo suficientemente resistentes comenzó la moda de realizar pavimentos de lujo como hoy día sería una alfombra persa. En el imperio bizantino el arte del mosaico alanza su mayor esplendor, llegando a sustituir a las pinturas murales.
Para la fabricación de las teselas los romanos construyeron sofisticadas fábricas. Se partía de un dibujo inicial, llamado cuadro o emblema, palabra griega que significa “algo que se incrusta en”. Una vez diseñado el cuadro, se dividía la imagen según su colorido, para después obtener una plantilla en papiro o tela y sobre dicha plantilla se iban colocando las teselas siguiendo las zonas de color. Las teselas se colocaban invertidas, con el bizcocho hacia arriba y con la cara vidriada que se vería posteriormente mirando al papiro. Una vez que estaban así colocadas las teselas, se limpiaban bien para eliminar pequeños restos, se cubrían con una malla de alambre a modo de encofrado y se vertía cal o yeso que actuaba como pegamento. Una vez seco se transportaban al lugar al que iba el mosaico, y allí el artista concluía la obra.
Ahora tocaba preparar el suelo, la parte más laboriosa y delicada. Se allanaba para conseguir una superficie horizontal pero con una leve inclinación para guiar el agua a los sumideros, igual que se hace hoy día con las terrazas y los patios de nuestras casas. Después se le aplicaba un mortero de polvo de teja, cal apagada y agua, y sobre esta capa, colocaban las teselas.